Mucha gente que no ha leído la Biblia piensa que debe ser parecida a las
vidas de santos, llenas de ejemplos edificantes. Nada más distinto de la
realidad, como lo demuestran las lecturas de hoy.
David, adúltero y asesino (1ª lectura)
La primera lectura
requiere una ambientación, porque han mutilado tanto el texto que no se
comprende lo que dice.
Una de las misiones
principales del rey en la antigüedad era conducir al pueblo a la guerra. Así
actuó David en los comienzos, luchando contra los filisteos. Pero años más
tarde, cuando hubo que luchar contra Amón (parte de la actual Jordania), envió al
ejército al mando de sus generales, mientras él se quedaba en Jerusalén,
aprovechando para echarse unas buenas siestas, de las que se levantaba al
ponerse el sol. Así lo cuenta la Biblia.
Una de esas tardes, ve
desde su azotea a una mujer muy hermosa, se interesa por ella y le dicen que está
casada: se trata de Betsabé, la esposa de uno de sus generales extranjeros, el
hitita Urías. Esto no impide a David llamarla y cometer adulterio con ella.
Pero la cosa será más grave todavía. Con una estratagema, consigue que los
amonitas maten a Urías, para poder casarse con Betsabé.
Dios no se queda callado,
y envía a David al profeta Natán. Este, en vez de denunciar abiertamente el
doble pecado, le cuenta al rey un caso que ha provocado su indignación y
desconcierto (copio el texto bíblico):
“Había dos hombres en
un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y
bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando,
y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso,
durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y
no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la
cordera del pobre y convidó a su huésped.
David se puso furioso
contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo
de muerte! No quiso respetar lo del otro, pagará cuatro veces el valor de la
cordera.”
En este momento es cuando
comienza la primera lectura de hoy (2 Samuel 12,7 - 10,13).
Entonces Natán dijo a David: «Ese hombre eres tú. Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te he ungido rey de Israel y te he librado de las manos de Saúl. Te he dado la casa de tu señor y he puesto en tu seno las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y si es poco, te añadiré todavía otras cosas. ¿Por qué has menospreciado a El Señor haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los amonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. David dijo a Natán: «He pecado contra el Señor.» Respondió Natán a David: «También el Señor perdona tu pecado; no morirás.
Sin la historia previa
resulta difícil entender la lectura. Pero lo más importante es la actitud de
David: es una canalla, adúltero y asesino, pero también sabe reconocer,
inmediatamente, su pecado. Los capellanes de las cárceles comentan que es
difícil encontrar a un preso que se reconozca culpable. Y nosotros, ¿cómo
somos? ¿Sabemos reconocer humildemente: “he pecado contra el Señor”?
Una prostituta (evangelio)
En la primera lectura,
quien se enfrenta al pecador es un profeta, en nombre de Dios. En el evangelio,
quien se enfrenta a la pecadora (una prostituta) es un fariseo; pero no la
anima a convertirse, ni siquiera le habla, simplemente la desprecia. En cambio,
Jesús, el profeta, antes de perdonarla, la alaba y la defiende.
Un fariseo
le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la
mesa.
Había en
la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en
casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás,
a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con
los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el
perfume.
Al verlo
el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta,
sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una
pecadora.»
Jesús le respondió:
Jesús le respondió:
‒ Simón, tengo algo que decirte.
El dijo:
‒ Di, maestro.
‒ Un acreedor tenía dos
deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no
tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?
Respondió Simón:
Respondió Simón:
‒ Supongo que aquel a quien
perdonó más.
El le
dijo:
‒ Has juzgado bien.
Y
volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
‒ ¿Ves a esta mujer? Entré en tu
casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con
lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde
que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite.
Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados
sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona,
poco amor muestra.
Y le
dijo a ella:
‒ Tus pecados quedan perdonados.
Los
comensales empezaron a decirse para sí:
‒ ¿Quién es éste que hasta
perdona los pecados?
Pero él
dijo a la mujer:
‒ Tu fe te ha salvado. Vete en
paz.
El relato comienza
contraponiendo a dos personajes: el fariseo, que simboliza a la gente buena,
fiel a Dios, escrupulosa en el cumplimiento de todas las normas; y la
prostituta, que en la tradición bíblica aparece como un peligro para los
jóvenes y no tan jóvenes, porque aparta de la esposa y corrompe.
Lucas no dice cómo, pero
ambos han entrado en contacto con Jesús. Al fariseo le mueve la curiosidad, y
lo invita a comer. La prostituta debe haber escuchado o visto algo en Jesús que
la ha conmovido y va en su busca.
El relato, fácil de
entender a primera vista, resulta más complejo de lo que parece. De acuerdo con
la parábola que cuenta Jesús, A quien poco se le perdona, poco amor muestra.
Primero se produce el perdón y, como consecuencia, el agradecimiento. Sin
embargo, la mujer manifiesta su agradecimiento antes de que la perdonen: Quedan
perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor.
¿Cómo se resuelve esta
contradicción? Pienso que la solución es fácil: la mujer se ha sentido
perdonada antes de entrar en la casa, mucho antes de que Jesús le diga Tus
pecados quedan perdonados. Basta imaginarla escuchando uno de los discursos
de Jesús en los que hablaba del amor de Dios, de Dios como Padre, de Dios
pastor que busca a la oveja perdida; o imaginarla contemplando cómo Jesús come
con los seres más odiados de la época, los recaudadores de impuestos
(publicanos), y con las mujeres más despreciadas, las prostitutas como ella.
Una de las grandes
diferencias entre David y la prostituta es que David necesita que alguien le
tienda una trampa y le obligue a confesar su pecado. La prostituta tiene un
corazón más limpio, le basta ver y oír a Jesús para poner en crisis toda su
vida. Pero es una crisis saludable. Como le dice Jesús al final, Tu fe te ha
salvado. Vete en paz.
No me detengo en otros
aspectos del relato, como su marcado tinte polémico, haciendo que Jesús permita
a la prostituta unas acciones escandalosas para cualquier persona biempensante.
El sacerdote puede optar
este domingo por una versión larga del evangelio, añadiendo el texto siguiente:
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Relacionando estas
palabras con el relato anterior, todo se centra en la relación de Jesús con las
mujeres, y de la gran importancia que tenían dentro del grupo de sus
seguidores. Marcos, el primer evangelista, lo deja claro al final, durante el
relato de la pasión. Lucas, en cambio, quiere que sus lectores lo sepan desde
el primer momento. Eran muchas las mujeres que sentían un profundo
agradecimiento a Jesús, le acompañaban y ponían sus bienes a disposición del
grupo.
El perdón a través de Jesús (2ª lectura)
La lectura de san Pablo no
se elige por su relación con el evangelio, pero hoy es fácil relacionarlos.
Ante la realidad del pecado, ¿qué nos salva? El fariseo habría respondido: me
salvo yo a mí mismo observando la ley de Moisés. Y muchos cristianos de origen
judío seguían pensando lo mismo. Pero Pablo, que había sido fariseo y se había
esforzado por cumplir las leyes a rajatabla, al conocer a Cristo advirtió que
eso no era cierto. Quien lo había salvado era Jesús, muriendo por él.
Conscientes de que el hombre no se justifica por las
obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos
creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo,
y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será
justificado. En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir
para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe
del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por
inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación,
entonces hubiese muerto Cristo en vano.
Dos ejemplos edificantes
Decía al comienzo que la
Biblia no es un conjunto de historias edificantes. Pero a través de una
realidad escandalosa de adulterios, asesinatos, prostitución, nos invita a
convertirnos, convencidos de que todos podemos repetir, con Pablo, que Jesús me amó y se entregó a sí mismo por mí.
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