miércoles, 8 de junio de 2016

Pecado y perdón. Domingo 11 del Tiempo ordinario. Ciclo C.


Mucha gente que no ha leído la Biblia piensa que debe ser parecida a las vidas de santos, llenas de ejemplos edificantes. Nada más distinto de la realidad, como lo demuestran las lecturas de hoy.

David, adúltero y asesino (1ª lectura)


La primera lectura requiere una ambientación, porque han mutilado tanto el texto que no se comprende lo que dice.
Una de las misiones principales del rey en la antigüedad era conducir al pueblo a la guerra. Así actuó David en los comienzos, luchando contra los filisteos. Pero años más tarde, cuando hubo que luchar contra Amón (parte de la actual Jordania), envió al ejército al mando de sus generales, mientras él se quedaba en Jerusalén, aprovechando para echarse unas buenas siestas, de las que se levantaba al ponerse el sol. Así lo cuenta la Biblia.
            Una de esas tardes, ve desde su azotea a una mujer muy hermosa, se interesa por ella y le dicen que está casada: se trata de Betsabé, la esposa de uno de sus generales extranjeros, el hitita Urías. Esto no impide a David llamarla y cometer adulterio con ella. Pero la cosa será más grave todavía. Con una estratagema, consigue que los amonitas maten a Urías, para poder casarse con Betsabé.
            Dios no se queda callado, y envía a David al profeta Natán. Este, en vez de denunciar abiertamente el doble pecado, le cuenta al rey un caso que ha provocado su indignación y desconcierto (copio el texto bíblico):

            “Había dos hombres en un pueblo: uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, para invitar a su huésped, tomó la cordera del pobre y convidó a su huésped.
            David se puso furioso contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar lo del otro, pagará cuatro veces el valor de la cordera.”

            En este momento es cuando comienza la primera lectura de hoy (2 Samuel 12,7 - 10,13).

           
Entonces Natán dijo a David: «Ese hombre eres tú. Así dice el Señor Dios de Israel: Yo te he ungido rey de Israel y te he librado de las manos de Saúl.  Te he dado la casa de tu señor y he puesto en tu seno las mujeres de tu señor; te he dado la casa de Israel y de Judá; y si es poco, te añadiré todavía otras cosas. ¿Por qué has menospreciado a El Señor haciendo lo malo a sus ojos, matando a espada a Urías el hitita, tomando a su mujer por mujer tuya y matándole por la espada de los amonitas? Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya. David dijo a Natán: «He pecado contra el Señor.» Respondió Natán a David: «También el Señor perdona tu pecado; no morirás. 

            Sin la historia previa resulta difícil entender la lectura. Pero lo más importante es la actitud de David: es una canalla, adúltero y asesino, pero también sabe reconocer, inmediatamente, su pecado. Los capellanes de las cárceles comentan que es difícil encontrar a un preso que se reconozca culpable. Y nosotros, ¿cómo somos? ¿Sabemos reconocer humildemente: “he pecado contra el Señor”?

Una prostituta (evangelio)

            En la primera lectura, quien se enfrenta al pecador es un profeta, en nombre de Dios. En el evangelio, quien se enfrenta a la pecadora (una prostituta) es un fariseo; pero no la anima a convertirse, ni siquiera le habla, simplemente la desprecia. En cambio, Jesús, el profeta, antes de perdonarla, la alaba y la defiende.

            Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. 
            Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. 
            Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.»
            Jesús le respondió:
            Simón, tengo algo que decirte.
            El dijo:
            Di, maestro.
            Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?
            Respondió Simón:
            Supongo que aquel a quien perdonó más.
            El le dijo:
            Has juzgado bien.
            Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
            ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.
            Y le dijo a ella:
            Tus pecados quedan perdonados.
            Los comensales empezaron a decirse para sí:
            ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?
            Pero él dijo a la mujer:
            Tu fe te ha salvado. Vete en paz.

El relato comienza contraponiendo a dos personajes: el fariseo, que simboliza a la gente buena, fiel a Dios, escrupulosa en el cumplimiento de todas las normas; y la prostituta, que en la tradición bíblica aparece como un peligro para los jóvenes y no tan jóvenes, porque aparta de la esposa y corrompe.
            Lucas no dice cómo, pero ambos han entrado en contacto con Jesús. Al fariseo le mueve la curiosidad, y lo invita a comer. La prostituta debe haber escuchado o visto algo en Jesús que la ha conmovido y va en su busca.
            El relato, fácil de entender a primera vista, resulta más complejo de lo que parece. De acuerdo con la parábola que cuenta Jesús, A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Primero se produce el perdón y, como consecuencia, el agradecimiento. Sin embargo, la mujer manifiesta su agradecimiento antes de que la perdonen: Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor.
            ¿Cómo se resuelve esta contradicción? Pienso que la solución es fácil: la mujer se ha sentido perdonada antes de entrar en la casa, mucho antes de que Jesús le diga Tus pecados quedan perdonados. Basta imaginarla escuchando uno de los discursos de Jesús en los que hablaba del amor de Dios, de Dios como Padre, de Dios pastor que busca a la oveja perdida; o imaginarla contemplando cómo Jesús come con los seres más odiados de la época, los recaudadores de impuestos (publicanos), y con las mujeres más despreciadas, las prostitutas como ella.
            Una de las grandes diferencias entre David y la prostituta es que David necesita que alguien le tienda una trampa y le obligue a confesar su pecado. La prostituta tiene un corazón más limpio, le basta ver y oír a Jesús para poner en crisis toda su vida. Pero es una crisis saludable. Como le dice Jesús al final, Tu fe te ha salvado. Vete en paz.
            No me detengo en otros aspectos del relato, como su marcado tinte polémico, haciendo que Jesús permita a la prostituta unas acciones escandalosas para cualquier persona biempensante.
            El sacerdote puede optar este domingo por una versión larga del evangelio, añadiendo el texto siguiente:

           
Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

            Relacionando estas palabras con el relato anterior, todo se centra en la relación de Jesús con las mujeres, y de la gran importancia que tenían dentro del grupo de sus seguidores. Marcos, el primer evangelista, lo deja claro al final, durante el relato de la pasión. Lucas, en cambio, quiere que sus lectores lo sepan desde el primer momento. Eran muchas las mujeres que sentían un profundo agradecimiento a Jesús, le acompañaban y ponían sus bienes a disposición del grupo.
           
El perdón a través de Jesús (2ª lectura)

            La lectura de san Pablo no se elige por su relación con el evangelio, pero hoy es fácil relacionarlos. Ante la realidad del pecado, ¿qué nos salva? El fariseo habría respondido: me salvo yo a mí mismo observando la ley de Moisés. Y muchos cristianos de origen judío seguían pensando lo mismo. Pero Pablo, que había sido fariseo y se había esforzado por cumplir las leyes a rajatabla, al conocer a Cristo advirtió que eso no era cierto. Quien lo había salvado era Jesús, muriendo por él.

Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado. En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano. 

Dos ejemplos edificantes


Decía al comienzo que la Biblia no es un conjunto de historias edificantes. Pero a través de una realidad escandalosa de adulterios, asesinatos, prostitución, nos invita a convertirnos, convencidos de que todos podemos repetir, con Pablo, que Jesús me amó y se entregó a sí mismo por mí.  


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