El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente como comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Anuncio del Reino y la conversión (Mc 1,14-15).
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a
proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
̶ Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.
Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. «Cuando detuvieron a Juan». Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Mc no se detiene en contar las causas de esta prisión (lo dirá más adelante), y parece dar por conocidos los hechos. ¿Qué hizo Jesús desde la estancia en el desierto hasta entonces? ¿Cuánto tiempo transcurrió? Mc no informa de ello. Lo único que sugiere es que el "precursor", el mensajero, tiene que desaparecer de la escena antes de que Jesús comience su actividad.
Lugar de actividad. Galilea. A diferencia de Juan,
Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su
encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los
pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una
región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a
los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como
afirma Flavio Josefo (Guerra III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy
mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Zona también conflictiva y
politizada. En ella se moverá Jesús. Podemos imaginarlo solo (siempre lo
imaginamos acompañado de sus discípulos), subiendo cuestas, bajando al lago,
recorriendo las aldeas de la orilla, deteniéndose a hablar con la gente.
Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre
gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo
resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está
cerca») y una invitación («convertíos y creed en la buena noticia»).
El anuncio encaja en la
mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos
religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no
encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios.
Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese
reinado y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del
momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».
Pero lo más importante es que
vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena
noticia.
Convertirse implica dos cosas:
volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del
hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe
volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de
los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Jesús invita también a «creer
en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda
clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura,
aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará
pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de
los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
Cualquier persona de buena
voluntad aceptaría la invitación a convertirse. Pero las personas de buena
voluntad pueden ser también muy escépticas. Ante la idea de que «se ha cumplido
el plazo» podrían sonreír, como nosotros cuando diversas sectas nos anuncian el
inminente fin del mundo.
Para comprender bien el evangelio es importante que adoptemos ante Jesús una postura de distanciamiento. Sería bueno rebelarnos ante este aspecto de su mensaje y resistirnos a creer. Así entenderemos mejor lo que él quiere transmitir realmente y captaremos que no habla de un cataclismo, del fin del mundo, sino de la aparición de algo nuevo.
2ª escena: llamamiento de Simón y Andrés
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a
Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo:
̶ Venid en pos
de mí y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Este acto
fundamental de la vida de Jesús lo cuenta Marcos como la cosa más normal del
mundo. Pasando por la orilla ve a dos muchachos. Se supone que no es una mirada
rápida y superficial, como solemos ver a la gente que nos cruzamos por la
calle. Es la visión de uno que busca seguidores e intuye lo profundo de la
persona, lo que puede llegar a ser más que lo que es.
Marcos
dice que son hermanos y cómo se llaman: Simón y Andrés. Queda claro quién es el
primer discípulo llamado por Jesús: Pedro, que terminará siendo el más
importante[1]. Están
en la orilla, tirando el esparavel (avmfi,blhstron), una red
pequeña que se lanza con la mano. (En Internet hay videos sobre este sistema de
pesca, que sigue practicándose en nuestros días).
Jesús no
los invita a seguirlo, se lo ordena: «Venid conmigo», y les promete una nueva
profesión: «pescadores de hombres». La orden de seguirlo carece de paralelo en
los grandes profetas. Isaías, Jeremías, Ezequiel, tuvieron discípulos; pero,
que sepamos, a ninguno de ellos le ordenaron: «Vente conmigo». A lo sumo se
podría citar el caso de Elías, que echa su manto sobre Eliseo, dándole a
entender que quiere que lo siga (1 Re 19). Pero hay una diferencia esencial
entre Elías y Jesús. Elías llama a Eliseo porque Dios se lo ha ordenado (1 Re
19,15). Jesús actúa por propia iniciativa y poder. También existe diferencia
entre Jesús y los rabinos. Los rabinos tenían discípulos, y era típico de ellos
seguir al maestro. Pero el rabino no los llamaba ni les daba la orden de
seguirlo.
En cuanto
a la promesa de convertirlos en «pescadores de hombres», lo más probable es que
Simón y Andrés la interpretaran de forma muy sencilla, sin las complicaciones
que pretenden algunos comentaristas.
En cualquier caso, «inmediatamente dejaron las redes (di,ktua) y lo siguieron». El cambio de sustantivo parece sugerir que, además del esparavel, tenían otras redes, y las dejaron todas.
3ª escena: llamamiento de Santiago y Juan
Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.
A Santiago
y Juan los encuentra también en la orilla, dentro de la barca con su padre
Zebedeo, remendando o preparando sus redes (di,ktua). En este caso se trataría de la red de trasmallo, para la que se requiere un
bote de unos cinco o seis metros y, al menos, cuatro o cinco personas. A ellos no les habla de convertirse en
pescadores de hombres, pero lo siguen «abandonando a su padre en la barca con
los jornaleros». Quien conoce la historia de Elías y Eliseo advierte enseguida
la diferencia: cuando Elías llama a Eliseo, este pide permiso para despedirse
de sus padres y organiza un gran banquete. Elías se lo permite, con tal de que
vuelva. No hay prisa. Cuando es Jesús quien llama no cabe dilación ni
despedida. Se deja todo de inmediato.
Marcos parece sugerir que el sacrificio de estos dos hermanos es mayor: no dejan solo unas redes, sino a su padre y una barca. La presencia del padre, pescador, es normal. En cambio, la barca sugiere una diferencia social entre las dos parejas de hermanos. Basándose en este texto, Santiago Guijarro distingue entre los pescadores tres grupos bien diferenciados: «el de aquellos que tenían barca y redes, el de los que solo poseían redes, y el de quienes no poseían ninguna de las dos cosas y tenían que trabajar como jornaleros». Al primer grupo pertenecen Santiago y Juan; al segundo, Pedro y Andrés. En los dos casos, independientemente de la posición económica, es clara la radicalidad en el seguimiento de Jesús.
Unos protagonistas desconcertantes y misteriosos
Estos dos
relatos de vocación, aparentemente tan fáciles de entender, están plagados de
misterios cuando se piensa en los principales protagonistas.
Empezando
por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una
multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de
Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores
rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo
renunciando a todo. Pero, ¿qué pretende Jesús? En este momento del evangelio,
sin disponer de más datos, solo podemos decir que Jesús busca unas personas que
lo acompañen, con intención de que le ayuden a aumentar el números de sus
seguidores. ¿Con qué finalidad? No lo sabemos.
Si
misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro
llamados. ¿Qué los mueve a dejarlo todo,
incluso al padre (de Simón no sabemos todavía que está casado) y seguir a Jesús
sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento
previo y el seguimiento radical.
Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto
evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el
bautismo (Jn 1,35-51). O afirmando que el verdadero orden de los
acontecimientos es el que se ha conservado en el evangelio de Lucas
(4,31-5,11): después de curar a un hombre con espíritu inmundo, a la suegra de
Pedro, después de otras muchas curaciones y expulsiones de demonios, cuando
Jesús es ya de sobras conocido, es cuando llama a los cuatro primeros
discípulos y estos lo siguen.
Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento
radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este
momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en
parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a
reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc
10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el
sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Sin embargo, esta
explicación, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos
quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús.
Lo que no admite duda es que lo siguieron. Y esto debía provocar en los
primeros lectores del evangelio de Marcos un profundo asombro ante el poder de
atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo
que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la
llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían
seguido.
Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida.
La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10)
La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».
El Señor dirigió la palabra a Jonás: «Ponte en marcha
y ve a la gran ciudad de Nínive; allí le anunciarás el mensaje que yo te
comunicaré.
Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la
orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para
recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:
- Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.
Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron el ayuno y
se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor.
Vio Dios su comportamiento, como habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.
«Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24)
El salmo encaja mucho más con el
evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo
amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a
caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y
es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos
pedirle: «haz que camine con lealtad»
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