Aunque se incluye dentro del Tiempo de Navidad, esta fiesta significa el comienzo de la actividad de Jesús y se centra en el programa que deberá llevar a cabo. Para entender mejor la relación de las lecturas es preferible alterar el orden. La primera habla del programa encomendado al Siervo de Dios (Jesús). El evangelio, de cómo se le comunica ese programa en el bautismo. La segunda lectura (Hechos), de cómo lo llevó a cabo.
El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7)
Esto dice el Señor:
Mirad a mi siervo, a quien sostengo;
mi elegido, en quien me
complazco.
He puesto mi espíritu
sobre él,
manifestará la justicia
a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará,
La mecha vacilante no
la apagará.
Manifestará la justicia
con verdad.
No vacilará ni se quebrará,
hasta implantar la
justicia en el país.
En su ley esperan las
islas.
Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia,
te cogí de la mano, te
formé
e hice de ti alianza de
un pueblo,
y luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos
de la cárcel,
de la prisión a los que habitan en tiniebla.
Como introducción al
programa, se insiste en que el protagonista no lo llevará a cabo por sus
propias fuerzas. Cuenta con la ayuda de Dios, que lo sostiene, se complace en
él y le concede su espíritu.
El programa indica, ante
todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a
amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar la mecha vacilante,
símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta
pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio,
la prostituta…).
Dice luego lo que
hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir
los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se
refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el
profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús
tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación
espiritual y personal.
El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte.
La comunicación del programa en el bautismo (Marcos 1,7-11)
¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice. El relato de Marcos, el más antiguo, cuenta el bautismo con muy pocas palabras. Y ni siquiera se centra en el bautismo, sino en lo que ocurre inmediatamente después de él.
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
̶ Detrás de mí viene el que es más
fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus
sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo.
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue
bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos
y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los
cielos:
̶ Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.
Marcos destaca dos elementos esenciales: el Espíritu y
la voz del cielo.
La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos
existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de
Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva
en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad.
La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido,
mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú
eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a
quien prefiero». El primer texto habla del rey,
que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su
especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al
pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Marcos quiere evocarnos
las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento. En este
sentido, es importante advertir que la vida pública de Jesús comienza con el
testimonio de la voz del cielo («Tú eres mi hijo amado, mi predilecto») y se
cierra con el testimonio del centurión junto a la cruz: «Realmente, este hombre
era hijo de Dios» (Mc 15,39).
El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la vida, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu.
Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos 10,34-38)
En el discurso ante el
centurión Cornelio y su familia, Pedro recuerda los momentos iniciales de la
proclamación del evangelio y resume la actuación de Jesús con tres rasgos
esenciales: ungido con el Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando, Dios
estaba con él. No se puede decir más con menos palabras.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y
dijo:
- Ahora comprendo con toda verdad que Dios
no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel,
anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos.
Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después
del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios
con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
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