domingo, 3 de enero de 2021

6 de enero. Epifanía del Señor

 


La fiesta de hoy, una de las más populares, es de las más difíciles de entender y valorar. Sería importantísima para los paganos de los primeros siglos que se convertían. Ahora, cuando, sociológicamente, la mayoría es cristiana y a los judíos no los vemos como superiores a nosotros desde el punto de vista religioso, el mensaje de la fiesta obliga a un cambio de mentalidad.

Los textos ofrecen tres puntos de vista. Isaías piensa que los importantes son los judíos, y los paganos estarán a su servicio. Pablo nos habla de un misterio que le ha sido revelado: para Dios, los paganos son iguales que los judíos. Mateo, rizando el rizo, presenta a los paganos como mejores que los judíos.

Una profecía: los paganos servirán al Señor en Jerusalén (Isaías 60,1-6)

Después de la caída de Jerusalén en manos de los babilonios (año 586 a.C.), la ciudad estuvo despoblada y en ruinas durante siglo y medio. A lo sumo, un templo modesto, reconstruido a finales del siglo VI. La reconstrucción comienza con Nehemías, en la segunda mitad del siglo V a.C. y alcanzará su máximo esplendor con Herodes el Grande. Esa gloria la anuncia un poeta-profeta, que habla a la ciudad de la vuelta de sus hijos e hijas, traídos por los reyes paganos, y de la riqueza que los pueblos derramarán sobre ella.

¡Levántate y resplandece, Jerusalén, porque llega tu luz;

la gloria del Señor amanece sobre ti!

Las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos,

pero sobre ti amanecerá el Señor, y su gloria se verá sobre ti.

Caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen hacia ti;

llegan tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos.

Entonces lo verás y estarás radiante;

tu corazón se asombrará, se ensanchará,

porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,

y a ti llegan las riquezas de los pueblos.

Te cubrirá una multitud de camellos,

dromedarios de Madián y de Efá.

Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso,

y proclaman las alabanzas del Señor.

Una revelación: los paganos son iguales que los judíos (Efesios 3,2-3a.5-6)

Cuenta Pablo en su carta a los Gálatas que, después de su conversión, se retiró a Arabia, sin consultar a hombre alguno, ni siquiera a los apóstoles de Jerusalén, y que allí Jesús le reveló la buena noticia, el evangelio, que debía predicar: que judíos y gentiles son iguales para Dios. Algo que, después de veinte siglos nos resulta normal, pero que entonces resultaba casi blasfemo. Israel era el pueblo elegido, la raza santa. El pagano podía salvarse si se circuncidaba y observaba la Ley de Moisés. Pero siempre sería inferior al judío. En el caso de los cristianos ocurre lo mismo: los de origen judío se consideraba superiores a los de origen pagano, y algunos incluso exigían que se circuncidasen y cumplieran la ley judía. Pablo propone algo muy distinto.

Hermanos: Habéis oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de vosotros, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Los paganos son mejores que los judíos (Mateo 2,1-12)

El autor del primer evangelio, que probablemente reside en Antioquía de Siria, lleva años viviendo una experiencia muy especial: aunque Jesús fue judío, la mayoría de los judíos no lo aceptan como Mesías, mientras que cada vez es mayor el número de paganos que se incorporan a la comunidad cristiana. Algunos podrían interpretar este extraño hecho de forma puramente humana: los paganos que se convierten son personas piadosas, muy vinculadas a la sinagoga judía, pero no se animan a dar el paso definitivo de la circuncisión; los cristianos, en cambio, no les exigen circuncidarse para incorporarse a la iglesia.

Mateo interpreta este hecho como una revelación de Dios a los paganos. Para expresarlo, se le ocurre una idea genial: anticipar esa revelación a la infancia de Jesús, usando un tipo de relato, el midrash hagádico: un cuento precioso y de gran hondura teológica. Y que nadie se escandalice de esto. Las parábolas del hijo pródigo y del buen samaritano son también cuentecitos, pero han cambiado más vidas que infinidad de historias reales. 

La estrella

Los antiguos estaban convencidos de que el nacimiento de un gran personaje, o un cambio importante en el mundo, era anunciado por la aparición de una estrella. Orígenes escribía en el siglo III:

«Se ha podido observar que en los grandes acontecimientos y en los grandes cambios que han ocurrido sobre la tierra siempre han aparecido astros de este tipo que presagiaban revoluciones en el imperio, guerras u otros accidentes capaces de trastornar el mundo. Yo mismo he podido leer en el Tratado de los Cometas, del estoico Queremón, que han aparecido a veces en vísperas de algún aconteci­miento favorable; de lo que nos proporciona numerosos ejemplos» (Contra Celso I, 58ss).

Sin necesidad de recurrir a lo que pensasen otros pueblos, la Biblia anuncia que saldrá la estrella de Jacob como símbolo de su poder (Nm 24,17). Este pasaje era relacionado con la aparición del Mesías.

Los buenos: los magos

De acuerdo con lo anterior, nadie en Israel se habría extrañado de que una estrella anunciase el nacimiento del Mesías. La originalidad de Mt radica en que la estrella que anuncia el nacimiento del Mesías se deja ver lejos de Judá. Pero la gente normal no se pasa las noches mirando al cielo, ni entiende mucho de astronomía. ¿Quién podrá distinguirla? Unos astrónomos de la época, los magos de oriente.

La palabra «mago» se aplicaba en el siglo I a personajes muy distin­tos: a los sacerdotes persas, a quienes tenían poderes sobrenaturales, a propagandis­tas de religiones nuevas, y a charlatanes. En nuestro texto se refiere a astrólogos de oriente, con conocimientos profundos de la historia judía. No son reyes. Este dato pertenece a la leyenda posterior, como luego veremos.

Los malos: Herodes, los sumos sacerdotes y los escribas

La narración, muy sencilla, es una auténtica joya literaria. El arran­que, para un lector judío, resulta dramático. «Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes». Cuando Mt escribe su evangelio han pasado ya unos ochenta años desde la muerte de este rey. Pero sigue vivo en el recuerdo de los judíos por sus construcciones, su miedo y su crueldad. Es un caso patológico de apego al poder y miedo a perderlo, que le llevó incluso a asesi­nar a sus hijos y a su esposa Marianne. Si se entera del nacimiento de Jesús, ¿cómo reaccionará ante este competidor? Si se entera, lo mata.

Un cortocircuito providencial

Y se va a enterar de la manera más inesperada, no por delación de la policía secreta, sino por unos personajes inocentes. Mt escribe con asombrosa habili­dad narrativa. No nos presenta a los magos cuando están en Oriente, observando el cielo y las estre­llas. Omite su descubrimiento y su largo viaje.

La estrella podría haberlos guiado directamente a Belén, pero entonces no se advertiría el contraste entre los magos y las autoridades políticas y religiosas judías. La solución es fácil. La estrella desaparece en el momento más inoportuno, cuando sólo faltan nueve kilómetros para llegar, y los magos se ven obligados a entrar en Jerusalén.

Nada más llegar formulan, con toda ingenuidad, la pregunta más compromete­do­ra: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarlo». Una bomba para Herodes.

El contraste

Y así nace la escena central, importantísima para Mt: el sobresalto de Herodes y la consulta a sacerdotes y escribas. La respuesta es inmediata: «En Belén, porque así lo anunció el profeta Miqueas». Herodes informa a los magos y éstos parten. Pero van solos. Esto es lo que Mt quiere subrayar. Entre las autori­dades políticas y religiosas judías nadie se preocupa por rendir homenaje a Jesús. Conocen la Biblia, saben las respuestas a todos los proble­mas divinos, pero carecen de fe. Mientras los magos han realizado un largo e incómodo viaje, ellos son incapa­ces de dar un paseo de nueve kilómetros. El Mesías es rechazado desde el principio por su propio pueblo, anunciando lo que ocurrirá años más tarde.

Los magos no se extrañan ni desaniman. Emprenden el camino, y la reapari­ción de la estrella los llena de alegría. Llegan a la casa, rinden homenaje y ofrecen sus dones. Estos regalos se han interpretado desde antiguo de manera simbólica: realeza (oro), divinidad (incienso), sepultura (mirra). Es probable que Mt piense sólo en ofrendas de gran valor dentro del antiguo Oriente. Un sueño impide que caigan en la trampa de Herodes.

Mateo e Isaías: Belén frente a Jerusalén

Mateo se inspira en el texto de Isaías, pero la relación es de contraste. En Isaías, la protagonista es Jerusalén, la gloria de Dios resplandece sobre ella y los pueblos paganos le traen a sus hijos (los judíos desterrados), la inundan con sus riquezas, su incienso y su oro. En el evangelio, Jerusalén no es la protagonista; la gloria de Dios, el Mesías, se revela en Belén, y es a ella adonde terminan encaminándose los magos. Jerusalén es simple lugar de paso, y lugar de residencia de la oposición al Mesías: de Herodes, que desea matarlo, y de los escribas y sacerdotes, que se desinteresan de él.

Los Reyes magos no son los padres, somos nosotros

A alguno, el recurso al midrash quizá le resulte una interpretación muy racionalista del episodio, y puede sentirse como el niño que se entera de que los reyes magos no existen. Podemos sentir pena, pero hay que aceptar la realidad. De todos modos, quien lo desee puede interpretar el relato históricamente, con la condición de que no pierda de vista el sentido teológico de Mt. Desde el primer momento, el Mesías fue rechazado por gran parte de su pueblo y aceptado por los paganos. La comunidad no debe extrañarse de que las autoridades judías la sigan rechazando, mientras los paganos se convierten.

La mitificación de la estrella

La estrella ha atraído siempre la atención, y sigue ocupando un puesto capital en nuestros naci­mientos. Mt, al principio, la presenta de forma muy sencilla, cuando los magos afirman: «hemos visto salir su estrella». Sin embargo, ya en el siglo II, el Protoevangelio de Santiago la aumenta de tamaño y de capacidad lumínica: «Hemos visto la estrella de un resplandor tan vivo en medio de todos los astros que eclipsaba a todos hasta el punto de dejarlos invisibles». Y el Libro armenio de la infancia dice que acompañó a los magos durante los nueve meses del viaje.

En tiempos modernos incluso se la ha intentado explicar por la conjunción de dos astros (Júpiter y Saturno, ocurrida tres veces en 7/6 a.C.), o la aparición de un cometa (detectado por los astrónomos chinos en 5/4 a.C.). Esto es absurdo e ingenuo. Basta advertir lo que hace la estrella. Se deja ver en oriente, y reaparece a la salida de Jerusalén hasta pararse encima de donde está el niño. Puesta a guiarlos, ¿por qué no lo hace todo el camino, como dice el Libro armenio de la infancia? ¿Y cómo va a pararse una estre­lla encima de una cuna? Para Dios «nada hay imposible», pero dentro de ciertos límites.

Número, nombres y procedencia de los magos

En el Libro armenio de la infancia (de finales del siglo IV) se dice: «Al punto, un ángel del Señor se fue apresurada­mente al país de los persas a avisar a los reyes magos para que fueran a adorar al niño recién nacido. Y éstos, después de haber sido guiados por una estrella durante nueve meses, llegaron a su destino en el momento en que la Virgen daba a luz... Y los reyes magos eran tres hermanos: el primero Melkon (Melchor), que reinó sobre los persas; el segundo, Baltasar, que reinó sobre los indios, y el tercero, Gaspar, que tuvo en posesión los países de los árabes”.

Para Mt, el dato esencial es que no son judíos, sino extranjeros. Según Justino proceden de Arabia. Luego se impuso que venían de Persia. En cuanto al número, la iglesia siria habla de doce.


 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario