Seis peticiones para el nuevo año (Números 6.22-27)
El Señor habló a Moisés:
Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los hijos de Israel: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz». Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré.
Muchas personas piensan que esta
bendición es de san Francisco de Asís. La escribió muchos siglos antes un autor
bíblico para que la pronunciaran los sacerdotes sobre los israelitas. Aunque es
muy breve, pide al Señor seis cosas.
«El Señor te bendiga». Es lo que
hace Dios después de crear a la primera pareja humana, asegurándoles la
fecundidad, el dominio de la tierra y el sustento (Gn 1,28-30) y lo que hace un
padre antes de morir. La bendición de Isaac implica riqueza material y dominio
sobre sus hermanos y otros pueblos (Gn 27,27-29).
«Te proteja». El mejor comentario se
encuentra en el salmo 121, que repite a menudo este verbo, presentando a Dios
como protector o guardián de Israel. « No duerme ni reposa, está a tu derecha,
te guarda de todo mal, guarda tus entradas y salidas».
«Ilumine su rostro» no es una
metáfora usual entre nosotros; pero sí hablamos de lo contrario: un rostro
sombrío. Un rostro radiante inspira alegría y confianza; Sal 67,2 relaciona el
rostro radiante de Dios con su bendición. El salmo 80 lo relaciona con la
liberación de los enemigos (Sal 80,4.8.20), igual que Sal 31,16.
«Te conceda su favor». Se puede
referir al don de los hijos (Gn 33,5), a dones materiales, la liberación de los
enemigos y del pecado.
«Te muestre su rostro» es una
petición extraña, porque nadie puede ver el rostro de Dios. En realidad, el
texto hebreo dice: «levante su rostro hacia ti», se muestre benévolo, «se fije
en ti».
«Te conceda la paz», que no es solo
la ausencia de guerra, sino el conjunto de todos los bienes.
En el contexto de la Navidad, recordemos que todo esto que pedimos nos lo ha concedido Dios en Cristo, en quien nos ha proporcionado toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.
La única referencia paulina a María (Gálatas 4,4-7)
En la fiesta de Santa María, la
liturgia ha querido incluir esta única referencia de Pablo a la madre de Jesús,
de suma importancia cuando la celebramos como madre del Hijo de Dios.
El texto habla de dos envíos del Padre: en el primero nos envía a su Hijo, para rescatarnos y recibir la adopción filial; en el segundo, nos envía al Espíritu de su Hijo, que completa la obra impulsándonos a llamar a Dios «Padre» y nos convierte en herederos. Nos ha tocado la lotería de Navidad. Pero este regalo ha necesitado de la colaboración imprescindible de una mujer.
Hermanos: Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Tres actitudes para el nuevo año y un nombre para toda la vida (Lucas 2,16-21)
El texto relaciona dos acontecimientos muy distintos, separados por ocho días de distancia: la visita de los pastores y la circuncisión de Jesús.
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a
María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se
les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores.
María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
La visita de los pastores la leímos
el 25 de diciembre, en la misa de la aurora. De ese relato podemos deducir tres
actitudes fundamentales para el nuevo año: los pastores nos enseñan a responder
al anuncio del ángel y a alabar y dar gloria a Dios; los presentes, a
admirarnos de lo que nos cuentan; María, a guardar y meditar todo lo ocurrido.
En el comentario a la misa de la aurora desarrollé estas ideas.
La circuncisión tiene lugar ocho
días más tarde. Aunque la práctica es anterior a los israelitas, el libro del
Génesis la relaciona con una orden expresa de Dios a Abrahán: «Circuncidad a
todos vuestros varones, y será una señal de mi pacto con vosotros» (Gn
17,10-11). De ese modo, el varón israelita lleva en su carne un signo de su
unión con el pueblo de Dios (en Israel no existe la circuncisión femenina, lo
cual no significa que la mujer no esté en relación con el pueblo de Dios). Al
principio, la imposición de un nombre al recién nacido no estaba vinculada con
la circuncisión. El nombre se ponía en el momento de nacer, como lo demuestra
el ejemplo de Moisés con su hijo Guersón (Éx 2,22) o el de Obed, nieto de Rut
(Rut 4,17). Más tarde se introdujo la costumbre de unir ambos hechos, como
recoge Lucas en los casos de Juan Bautista (Lc 1,59) y Jesús.
Lucas y Mateo, que ofrecen dos
relatos muy distintos de la infancia, coinciden sin embargo en que el nombre de
Jesús («Salvador») fue impuesto por un ángel, cuando se apareció a José (Mt
1,21) o a María (Lc 1,31). Solo Mateo explica su sentido: «porque él salvará a
su pueblo de sus pecados».
Pero esta salvación a través de la
muerte hará que el nombre de Jesús sea interpretado, más tarde, como título de
gloria. La carta a los Filipenses, después de recordar su humillación, añade:
«Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre, para
que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, la tierra y el
abismo» (Fil 2,9-10).
A las ideas de salvación y gloria se añadió más tarde un aspecto íntimo, cordial, que refleja muy bien el himno «Iesu dulcis memoria»:
Es dulce
el recuerdo de Jesús,
que da
verdadero gozo al corazón
cuya
presencia es más dulce que la miel
y que
todas las cosas.
Nada se
canta más suave,
nada se
oye más alegre,
nada se
piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.
En vez de propósitos y buenos deseos, una buena compañía
El comienzo de año es un momento
ideal para hacer promesas que casi nunca se cumplen. También se formulan deseos
de felicidad, generalmente centrados en la clásica fórmula: salud, dinero y
amor. La liturgia nos traslada a un mundo muy distinto. Abre el año
ofreciéndonos la compañía de Dios Padre, que nos bendice y protege; de Jesús,
que nos salva y concede ser hijos de Dios; del Espíritu, que nos convierte en
herederos; de María, que medita en todo lo ocurrido.
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