La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios»; san Pablo pide a los tesalonicenses: «Estad siempre alegres». Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.
Acto primero
Poco a poco, la luz que solo iluminaba el
rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de
los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que
refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se
dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: «Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así
el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos».
El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el
año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi
Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de
triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el
Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos. (Lectura del
libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)
Acto segundo
En el centro del escenario, un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.
̶ Guardaos de toda forma de maldad.
̶ No sigas. (Lo
interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos.
Pablo lo mira
extrañado.
̶ ¿Los has ido
contando?
̶ Claro. Los
seis anteriores han sido: «Estad siempre alegres. Sed constantes en orar.
Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de
profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno». Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección.
̶ ¿Cuál de esos
consejos te viene mejor?
El muchacho se
queda releyéndolos y pensando mientras cae el telón.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24
Estad
siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es
la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el
espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos
con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os
consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado
sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado
es fiel y cumplirá sus promesas.
Acto tercero
Lo asedian a
preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más
escuetas: «No soy el Mesías». «No lo soy». «No». Al final, cansado de tanto interrogatorio,
les da una clave que ellos probablemente no comprenden. «Yo solo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberíais buscar es a
uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo».
Los sacerdotes
y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.
Juan mira a sus
discípulos y les comenta: «Han venido desde Jerusalén queriendo saber
quién soy yo, y no les interesa saber quién es el que viene detrás de mí».
Lectura
del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28
Surgió
un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venia como
testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe.
No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que
le preguntaran: ¿Tú quién eres?
El
confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.
Le
preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?
Él dijo: No lo soy.
¿Eres tú
el Profeta?
Respondió:
No.
Y le
dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
Contestó:
Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del
Señor", Como dijo el profeta Isaías.
Entre
los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si
tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les
respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis,
el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la
sandalia.
Esto pasaba en Betania, en
la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Crítica del periódico
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