El
camino poético (Isaías 40,1-5.9-11)
Hacia el año 540 a.C., los judíos llevaban medio siglo desterrados en Babilonia. Años duros, de grandes sufrimientos, de ansia de libertad y de vuelta a la patria. Esa buena noticia es la que anuncia el profeta. Pero el largo camino, a través de zonas a menudo inhóspitas, puede asustar a muchos y desanimarles de emprender el viaje. Entonces, una voz misteriosa, da la orden, no se sabe a quién, de preparar el camino al Señor. No se dirige a hombres, porque la labor que realizarán es sobrehumana: construir en el desierto una espléndida autopista, allanando montes y colina, rellenando valles. Por ella volverá el pueblo judío, acompañado de su Dios, como un pastor apacienta a su rebaño.
Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de
Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la
estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y
colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se
revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado
la boca del Señor».
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de
Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro
Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con
él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el
rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho, hace
recostar a las madres».
Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de
ti el cual preparará tu camino. Voz del que grita en el desierto: Preparad el
camino del Señor, enderezad sus senderos»; se presentó Juan en el desierto
bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los
pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él
los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura,
y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
-Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo.
Lugar. «En el
desierto». ¿Por qué no predica Juan en Jerusalén, o en alguna ciudad, como
Hebrón o Jericó? Si recordamos las tensiones religiosas y políticas que se
produjeron en Israel desde el siglo II a.C., el hecho de que Juan predique en
el desierto significa que pertenece a un grupo de oposición, que mira con malos
ojos al clero de Jerusalén. El Reino de Dios no se puede anunciar en el templo,
ni en la ciudad santa. Tiene que ser en un ambiente distinto, al margen de la
religión institucional. Y el signo de la conversión no serán sacrificios de
animales, sino el reconocimiento de los pecados y el bautismo.
Actividad bautismal. Bautizar significa en griego «lavar». Es lo que hacen los fariseos y la mayor parte de los judíos cuando vuelven de la plaza: «no comen si no se lavan/bautizan totalmente» (Mc 7,4). Juan se dedica a lavar, no copas, jarras y ollas (ver Mc 7,4), sino personas. Lógicamente, lo hace con agua, por eso actúa junto al río Jordán. ¿De dónde le viene esa idea? El profeta Ezequiel, dirigiéndose a los deportados en Babilonia y en otros países, les promete en nombre de Dios que volverán a la patria, y allí: «Os rociaré con un agua pura que os purificará, de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar» (Ez 36,25). En Israel existían desde antiguo ritos de purificación, pero a comienzos del siglo I estaban especialmente difundidos entre los fariseos y en la comunidad de Qumrán. La novedad que introduce Juan es que no se trata de un rito que se repite varias veces al día (como en Qumrán) sino de un rito único, acompañado de la confesión de los pecados, y supone un cambio de vida.
Respuesta de la gente. La distancia del desierto y la extraña personalidad de Juan no desanima a la gente. Acude a él toda la región de Judea e incluso los habitantes de Jerusalén. El hecho de que estos se desplacen al desierto para escucharlo significa que encuentran en él algo que no encuentran en los dirigentes religiosos. Se trata de una crítica velada que el evangelista no desarrolla, solo sugiere.
La gente acudía para recibir el bautismo tras confesar
sus pecados. No sabemos cómo hacían esta confesión. En la Biblia encontramos
confesiones individuales y comunitarias. David confiesa su pecado cuando el
profeta Natán lo acusa de haber cometido adulterio con Betsabé y de haber
asesinado a su marido Urías. En estos hechos se inspira el autor del famoso
salmo 50: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión
borra mi culpa». El rey Ajab reconoce haber pecado permitiendo que su mujer ordenase
la muerte de Nabot. Pero no sabemos cómo confesaba la gente sus pecados ante
Juan.
Tampoco
sabemos con exactitud cómo realizaba Juan el bautismo. Poco después se cuenta
que Jesús, tras ser bautizado, «subió del agua». Esto sugiere que el bautizando
entraba en el río.
Forma
de vida de Juan. En el evangelio no se habla generalmente del modo de
vestir de una persona ni de su forma de alimentarse. De Juan se dice que su
vestido era de piel de camello, tenía un cinturón de cuero y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. El vestido recuerda al del profeta Elías, que
«llevaba una piel ceñida con un cinto de cuero» (2 Re 1,8). Este simple detalle
basta para que el lector piense en el cumplimiento de lo anunciado por
Malaquías: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del
Señor, grande y terrible» (Mal 3,23). El alimento a base de saltamontes y miel
silvestre carece de paralelo en el Antiguo Testamento, pero recuerda al grupo
de los recabitas, más radicales que los vegetarianos, enemigos de la cultura
agrícola porque supone impetrar la ayuda de los dioses paganos para que
concedan la lluvia y la fecundidad de la tierra. En cualquier caso, Juan se
opone al lujo en la comida y el vestido, típicos de la clase alta y del
sacerdocio jerosolimitano. No hacen falta vestidos lujosos para preparar el
camino al Señor ni una comida abundante para mantenerse en forma. ¿Será esta
forma de vestir y de alimentarse un modelo para Jesús? Marcos dejará claro más
adelante que no.
Mensaje.
Aunque al principio dice Marcos que Juan predica un bautismo de conversión,
al final añade unas palabras a propósito de Jesús, sin nombrarlo expresamente.
Se limita a considerarlo superior a él («no soy digno de desatarle las correas
de sus sandalias») y anuncia que trae un bautismo mucho más importante: él
bautiza con agua, el que viene bautizará con Espíritu Santo. La fórmula
«bautizar con Espíritu Santo» debe pertenecer a la catequesis primitiva porque
aparece en los textos más diversos (Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; Hch
11,16). En el contexto de Marcos, el sentido parece ser: yo os limpio
simplemente con agua; mi bautismo se queda en lo exterior; el que viene os
limpiará interiormente con el don del Espíritu Santo.
Juan establece una interesante relación entre el poder del que vendrá y el Espíritu Santo, que también se encuentra en los Salmos de Salomón, de origen fariseo. Hablando del rey descendiente de David que salvará a su pueblo dice: «No se debilitará durante toda su vida, apoyado en su Dios, porque el Señor lo ha hecho poderosos por el espíritu santo» (SalSal 17,37). La relación entre Jesús y el Espíritu quedará mucho más clara en el episodio del bautismo.
Esperad y apresurad la venida del Señor (2 Pedro 3, 8-14)
A mediados y finales del siglo I, muchos cristianos empezaron a sentirse desconcertados. Les habían repetido que la vuelta del Señor y el fin del mundo eran inminentes. Sin embargo, pasaban los años y el Señor no volvía. El autor de la 2ª carta de Pedro (que no es san Pedro) sale al paso de esta inquietud, ofreciendo una respuesta que, después de veinte siglos, no convence demasiado: el Señor no se retrasa, sino que nos da un plazo para que podamos convertirnos. El autor mantiene la postura tradicional de que la llegada del Señor y el fin del mundo será algo repentino, inesperado. Y en vez de quejarnos de que el Señor se retrasa, debemos «esperar y apresurar la venida del Señor». Además, el fin del mundo será el comienzo de un nuevo cielo y una nueva tierra, y hay que prepararse para recibirlos llevando una vida santa y piadosa, en paz con Dios, inmaculados e irreprochables.
No olvidéis una cosa, queridos míos: que para el Señor un día es como mil
años, y mil años como un día. El Señor no retrasa su promesa, como piensan
algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se
pierda, sino que todos accedan a la conversión. Pero el día del Señor llegará
como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los
elementos se disolverán abrasados, y la tierra con cuantas obras hay en ella
quedará al descubierto. Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este
modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y
apresuráis la llegada del Día de Dios!
Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados. Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia. Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables.
Una ética basada en Jesús
La segunda lectura, igual que el evangelio, une el camino de la ética con el camino que lleva a Jesús: Juan Bautista lo relaciona con la primera venida; la carta de Pedro, con la segunda. La liturgia nos indica que el Adviento no es época de espera pasiva, como quien espera que empiece la película: hay que comprometerse activamente. Y ese compromiso debe basarse en el recuerdo de la venida del Señor y en la esperanza de su vuelta.
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