A las puertas de la Navidad, en las tres lecturas de este domingo podemos ver a tres mensajeros con tres promesas distintas y un misterio de fondo.
Primer mensajero (Natán) y primera promesa
(a David)
(2 Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16)
Al
final de numerosas aventuras, David se ha convertido en rey del Norte y del
Sur, de Israel y Judá. Ha conquistado una ciudad, Jebús (Jerusalén) que le
servirá de capital. Se ha construido un palacio. Y ahí es donde comienzan los
problemas. Mientras se aloja cómodamente en sus salas, le avergüenza ver que el
arca de Dios, símbolo de la presencia del Señor, está al aire libre, protegida
por una simple tienda de campaña. Decide entonces construirle una casa, un
templo. El profeta Natán está de acuerdo. Dios, no. Será Él quien le construya
a David una casa, una dinastía. A su heredero lo tratará como un padre a su
hijo. «Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono
permanecerá por siempre».
En esta antigua promesa se basa la esperanza mesiánica. Vendrán crisis políticas, morirán reyes judíos asesinados, terminará desapareciendo la monarquía cuando los babilonios deporten a los últimos reyes. Pero algunos grupos siempre mantendrán la certeza de que Dios no ha abandonado a David y le suscitará un descendiente, concebido con rasgos cada vez más grandiosos.
Cuando el
rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus
enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:
̶ Mira, yo habito en una casa de cedro,
mientras el Arca de Dios habita en una tienda.
Natán dijo
al rey:
̶ Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el
Señor está contigo.
Aquella
noche vino esta palabra del Señor a Natán:
̶ Ve y habla a mi siervo David: «Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre.
Segundo mensajero (Gabriel) y segunda promesa (a Israel) (Lucas 1,26-38)
El anuncio
de Gabriel a María es como un cuadro que solo comprendemos bien cuando lo
comparamos con otro situado a su izquierda: el anuncio de Gabriel a Zacarías. Contemplando
las diferencias captamos mejor su mensaje.
1)
El anuncio a Zacarías tiene lugar en el espacio sagrado del templo, el de
María, en un pueblecillo desconocido de Galilea, de doscientos habitantes.
2)
Gabriel se aparece a un anciano
venerable, casado con una mujer muy piadosa, los dos israelitas modélicos;
luego Dios lo envía a una pareja
joven, todavía sin casar, de los que no se menciona ninguna virtud.
3) En
el primer caso, el protagonista es un varón (Zacarías); en el segundo, una
muchacha (María).
4) A Zacarías se le
aparece provocándole un miedo sagrado; a María la saluda con palabras tan
elogiosas que se siente turbada y sorprendida.
5) En
ambos casos se anuncia el nacimiento de un niño, pero con enormes diferencias
entre ellos: Juan será un profeta, al estilo de Elías, y su misión consistirá
en preparar al pueblo; Jesús será un rey que gobernará en la Casa de David
eternamente. A menudo se pasa por alto el fuerte contenido político de las
palabras relativas a Jesús: «Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin.» Si tenemos en cuenta que «Hijo del
Altísimo» no significa «Segunda persona de la Santísima Trinidad», sino que es
un título del rey de Israel, las palabras de Gabriel repiten insistentemente la
idea de la realeza de Jesús. Pero su reino no es universal, se limita a «la
casa de Jacob».
6)
En ambos casos, el nacimiento parece imposible: Zacarías e Isabel son ancianos;
María no ha tenido relaciones con José. [La traducción habitual: “no conozco
varón” se presta a malentendido, ya que María conoce a José, es su novio; lo
que quiere decir es «no he tenido relaciones sexuales con ningún hombre».]
7)
Ante esa dificultad, Zacarías pide una garantía de que eso pueda ocurrir [algo
que solo se percibe claramente en el texto griego: kata. ti,
gnw,somai tou/toÈ]; María se limita a formular una pregunta: «¿Cómo puedo quedarme
embarazada si no he tenido relaciones con un hombre?» [pw/j
e;stai tou/to( evpei. a;ndra ouv ginw,skwÈ].
8)
En consecuencia, mientras Zacarías queda mudo hasta el día del nacimiento de
Juan, María es la que pronuncia la última palabra: «Aquí está la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra». Esta frase sintetiza la actitud de María
en toda su vida y, al mismo tiempo, la presenta al cristiano como modelo de
disponibilidad absoluta.
En aquel
tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de
David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia,
dijo:
̶ Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo.
Ella se
turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El
ángel le dijo:
̶ No temas, María, porque has encontrado gracia
ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin.
Y María
dijo al ángel:
̶ ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El ángel le
contestó:
̶ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en
su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios
nada hay imposible.
María
contestó:
̶ He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra.
Y el ángel se retiró.
Tercer mensajero (Pablo) y tercera promesa (al mundo
entero) (Rom 16,25-27)
Pablo
no ha visitado todavía Roma cuando escribe su carta a los romanos. Pero tiene
una larga experiencia de apostolado y de reflexión. Sobre todo, ha tenido una
experiencia fundamental en el momento de su vocación: el Mesías Jesús no ha
sido destinado por Dios solo al pueblo de Israel, sino a todas las naciones.
Hermanos:
Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que
proclamo, conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto durante
siglos eternos y manifestado ahora mediante las Escrituras proféticas, dado a
conocer según disposición del Dios eterno para que todas las gentes llegaran a
la obediencia de la fe; a Dios, único sabio, por Jesucristo, la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
El misterio
Desde David hasta Pablo se recorre un largo camino y la perspectiva se abre de modo asombroso: lo que comenzó siendo la promesa a un rey, más tarde a un pueblo, termina siendo la promesa al mundo entero. Como dice la segunda lectura, esta es «la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos».
Tres reacciones a tres mensajeros
¿Cómo
reaccionan los interesados antes los mensajes que reciben?
La
respuesta de David no la recoge la lectura, pero es una extensa oración
de alabanza y acción de gracias por la promesa que Dios
le hace (2 Samuel 7,18-29).
María
reacciona con aceptación y fe. No imagina los momentos tan duros
que tendrá que aceptar por causa de Jesús («una espada te atravesará el alma»)
ni la cantidad de fe que necesitaría cuando vea a su hijo criticado y condenado
por terrorista y blasfemo.
La
reacción de Pablo, la que desea inculcar a sus lectores romanos, es cantar
la sabiduría y la gloria de Dios a través de Jesucristo.
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