En lenguaje moderno, la fiesta de hoy sería
como el premio fin de carrera para Jesús, o mejor, el premio Nobel que
reconociese la gran labor realizada durante toda su vida. Como diría san
Ignacio de Loyola, motivo suficiente para «alegrarnos y
gozarnos de tanta alegría y gozo de Cristo, nuestro Señor».
Los autores del Nuevo Testamento no saben lo que es el fin de carrera ni el premio Nobel. Ellos recurren a imágenes muy distintas. Lucas, en el libro de los Hechos, basándose en la cultura grecorromana, presenta el triunfo como subida al cielo; la carta a los Efesios, como estar sentado a la derecha de Dios; el evangelio, como la plenitud del poder. Pero este triunfo no debe dejarnos embobados, mirando al cielo. En la primera y tercera lecturas adquiere especial relieve el tema de la misión.
Subir al cielo como imagen del triunfo (Hechos 1,1-11)
Jesús
subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la
tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de
fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro
evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al
final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. Pero son versiones
bastante distintas.
El
evangelio ofrece una versión muy breve. El mismo día de la resurrección,
después de aparecerse a los discípulos y hablar con ellos, Jesús los saca hacia
Betania, los bendice alzando las manos y es llevado al cielo. Ellos se postran
y vuelven alegres a Jerusalén.
Cuando escribe el libro de los Hechos, Lucas introduce cambios muy notables en este momento final.
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseno desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días». Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?». Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”». Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».
1.
Los cuarenta días. El evangelio de Lucas y los otros evangelistas no dice nada
de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Por qué lo
introduce Lucas en el libro de los Hechos? ¿Qué quiere decirnos? El número 40
se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período
de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por
el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos
ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos
necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que
este se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró
necesario, para terminar también de instruirlos sobre el Reino de Dios.
2.
La comida de despedida. Se centra en la orden de Jesús de permanecer en
Jerusalén hasta que reciban el Espíritu Santo. Algo parecido había escrito
Lucas en el evangelio: «Quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de una
fuerza de lo alto». Aquí queda más clara la referencia al Espíritu Santo, preparándonos
para la próxima fiesta de Pentecostés.
3.
Se supone que el grupo se pone en marcha hacia el monte de los Olivos, porque
más tarde se dirá que «se volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos».
Al llegar allí los discípulos manifiestan su preocupación puramente política:
la restauración del reino de Israel. Su pregunta le sirve a Jesús para volver
la atención a lo realmente importante: la venida del Espíritu, que les dotará
de fuerza para extender el evangelio desde Jerusalén hasta el confín de la
tierra. Estas palabras resumen lo que contará el libro, que anuncia la llegada
del evangelio a Samaria, la costa, los paganos de Cesarea, Antioquía de Siria,
actual Turquía, Grecia, terminando en Roma (que algunos consideran “el confín
del mundo”). Apenas terminado de decir esto, Jesús es arrebatado e, igual que
se contaba de Hércules, una nube lo oculta. Mientras los discípulos miran al
cielo se les aparecen dos personajes vestidos de blanco que les hablan de la
vuelta definitiva de Jesús.
Con
respecto al momento de la ascensión se advierten las siguientes diferencias:
ü
En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).
ü
En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la
nube).
ü
En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al
cielo).
ü En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco que les dirigen unas palabras.
Si el mismo autor, Lucas, cuenta el
mismo hecho de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo
externo, en el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo.
Desde las primeras páginas
de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable no
muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre en
el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito
del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar
esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al
profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos.
Sin embargo, existe una
diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la
ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no
puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo.
Es preferible buscar la
explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos
casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los
ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Alejandro Magno, Augusto,
Drusila, Claudio, y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los
interesados.
Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús
Sentado a la derecha de Dios (Efesios 1,17-23)
En la segunda lectura, el autor de la carta a los Efesios (Pablo o, más probablemente, un colaborador suyo) no cuenta la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos. Se cumple la promesa hecha al Mesías en el Salmo 110: «Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos como escabel de tus pies». Pero la carta no menciona enemigos, sino realidades que le quedan sometidas. Quienes estudiábamos de pequeño los órdenes angélicos recordamos la serie: «ángeles, arcángeles, querubines, serafines, virtudes, tronos, dominaciones y potestades». En Éfeso, quienes tenían especial importancia en la piedad popular eran una especie de divinidades intermedias: principados, potestades, fuerzas, dominaciones. El autor de la carta no arremete contra ellos con pasión inquisitorial sino que los coloca a los pies de Jesús para dejar claro su triunfo.
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Potestad plena y misión (Mateo 28,16-20)
La primera lectura (Hechos) y el evangelio (Mateo) coinciden en ofrecernos unas palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. El evangelio las cuenta así:
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a
Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron,
pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
― Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Si
comparamos lo que dice Mateo con lo que ha contado Lucas en los Hechos encontramos
también aquí notables diferencias:
― Lucas sitúa la despedida en Jerusalén, los discípulos
muestran una vez más su preocupación política por la restauración del reino de
Israel, y Jesús desvía la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo.
― Mateo la sitúa en Galilea, los
discípulos no dicen nada, Jesús los envía de inmediato al mundo entero y lo que
promete no es la venida del Espíritu sino su compañía continua: «Yo
estaré con vosotros hasta el fin del mundo».
A
pesar de estas grandes diferencias, los dos textos coinciden en la importancia
de la misión.
Hechos:
Recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria y hasta los confines del mundo.
Mateo: Id
y haced discípulos de todos los pueblos.
Por
eso, la Ascensión de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que
mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos
continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía
continua del Señor.
Pero las palabras de Jesús comienzan con otra idea fundamental: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra». El evangelio de Mateo ha ido contrastando desde el comienzo a Jesús con Moisés. Al principio sufrían la misma amenaza por parte del faraón o de Herodes; luego, Jesús aparecía en las tentaciones como un buen discípulo de Moisés, que citaba sus palabras en el momento oportuno; pero más tarde, en el Sermón del monte, Jesús se revela superior a Moisés, contraponiendo lo que él enseño con lo que él dice («Habéis oído que se dijo… pero yo os digo»). Cuando se llega al momento final, Moisés muere y se entona por él una elegía fúnebre al final del Deuteronomio (Dt 34). Jesús, en cambio, después de muerto recibe «pleno poder en cielo y tierra». Mateo no cuenta la ascensión pero exalta su triunfo final.
Textos
clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje
Suetonio
cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta
ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la
sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de
los Doce Césares, Augusto, 100).
Drusila, hermana de
Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces
Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la
adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a
Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de
Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.
De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes:
“Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire
la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar,
acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se
movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al
ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un
sueño eterno" (Libro III, 33).
Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30).
Sobre la
nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2:
“Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de
la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”.
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