Después del fracaso en Nazaret (que
leímos el domingo pasado), la liturgia dominical omite algunos episodios y pasa
a la vocación de los primeros discípulos, aunque el relato de Lucas podríamos
titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”. Como paralelo del Antiguo
Testamento, la primera lectura cuenta la vocación de Isaías. Y la segunda,
aunque se centra en el contenido de la primera predicación cristiana, hace una
referencia clara a la vocación de Pablo. Buen tema de reflexión en una época en
la que tanto nos preocupa la escasez de vocaciones.
A propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos.
El escueto relato de Marcos
sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de
Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues
eran pescadores. Jesús les dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de
hombres”. Al punto, dejando las redes, le siguieron.
Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él.
El relato no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a cualquier lector atento.
La versión de Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús
para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio
dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y
estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de
hablar, dijo a Simón:
- Remad mar adentro, y echada
las redes para pescar.
Simón contestó:
- Maestro, nos hemos pasado la
noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron
una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los
socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron
ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús
diciendo:
- Apártate de mí, Señor, que soy
un pecador.
Y es que el asombro- se había
apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que
habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que
eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- No temas; desde ahora serás
pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los tres cambios que introduce Lucas
1.
Pretende hacer más comprensible el seguimiento de
los discípulos. No es la primera vez que se encuentran con Jesús. Él
ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en casa de Simón y ha curado
a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador itinerante y solitario,
pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido. Es un maestro famoso y
la gente se agolpa para escucharle. El lector no se extraña de que lo sigan.
2.
Centra su atención en Pedro, no en los cuatro
discípulos, hasta el punto de que ni siquiera nombra a su hermano
Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco de tierra;
con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole adentrarse en el
lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que reacciona arrojándose a
los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego se menciona a Santiago
y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras finales y decisivas las
dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
3. Subraya la importancia de Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece, volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y lo reconoce como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación de los discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús.
¿Qué pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La
finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los
discípulos.
El
segundo pone de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su
evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista
al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos
cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado
en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas
quisiera ponerla a salvo.
El tercero nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El relato de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado
sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi
serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro, diciendo: “¡Santo,
santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!” Y
temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba
lleno de humo.
Yo dije:
“¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de
un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los
ejércitos.”
Y voló
hacia mí uno de los serafines, con una ascua en la mano, que había cogido del
altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha tocado
tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces,
escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté: “Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos
ocho siglos, al año 739 a.C., cuando muere el rey Ozías. En ese momento sitúa
Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro
inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía,
que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey
mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que
describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su
manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el
Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte,
invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un
terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo.
Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas,
gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la
vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es
interesante advertir las diferencias.
El escenario. La vocación de Isaías tiene lugar en
el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y excelso, rodeado de
serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago, rodeado de los compañeros
y jornaleros.
La persona que llama. En el caso se Isaías se
subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo presenta inicialmente de
forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de convencer a
Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá Pedro que se
encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del llamado. En ambos casos el
protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy
perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con
vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no
puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado. A Isaías, un serafín
lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no realiza
nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús. “Dejándolo
todo lo siguieron”.
La misión. La liturgia ha suprimido la parte final
del relato de Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el
corazón del pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías
consistirá en transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será
positiva, “pescador de hombres”.
La reacción final del elegido. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo para seguir a Jesús.
La breve referencia de Pablo a su vocación (2ª lectura)
Al enumerar las apariciones de Jesús, Pablo no evita una referencia a sí mismo: “por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. La gran diferencia con Isaías y Pedro es que Pablo ha sido un perseguidor de la iglesia. Pero también él recibe una misión, y ha respondido con toda generosidad. Incluso con cierto orgullo confiesa: “he trabajado más que todos ellos”. Para corregirse inmediatamente: “Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Reflexión y pregunta
La
generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a
Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la
familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para
ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo
que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús.
La
pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la
mies que envíe obreros a su mies”?
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