Las últimas noticias sobre la variante ómicron y otros muchos problemas a nivel mundial no invitan al optimismo. Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.
Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados
(Baruc 5,1-9)
Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y
vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en
el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de
gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el
cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: Paz de la
Justicia y Gloria de la Piedad.
Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu
vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a
la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios.
Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero
Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado
Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados
los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la
gloria de Dios. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel
por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su
gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.
La lectura de Baruc recoge ideas
frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se
halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de
Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la
invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura
y contemplar cómo sus hijos vuelven “en carroza real”, “entre fiestas”, guiados
por el mismo Dios.
¿Qué impresión produciría esta
lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les
ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y
campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor
situados económicamente, verían ese retorno como un punto de partida de un
resurgir nacional.
Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. Pero también nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.
Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad
(Filipenses 1,4-6.8-11)
Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría
por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio,
desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en
vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.
Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos
vosotros en el corazón de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es
que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo
discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por
Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.
Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.
Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación (Lucas 3,1-6)
En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su
hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan,
hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán
proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está
escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será
rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las
asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».
A diferencia de los otros evangelistas,
Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace
para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del
Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con
esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de
Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en
la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo
continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.
Juan, igual que los antiguos
profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste
en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de
la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de
vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la
naturaleza.
Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.
Las dos conversiones
¿Se podría mandar a una persona como
penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de
este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra
alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que,
sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles,
momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos
suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.
Al mismo tiempo, las lecturas nos
invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por
ellos.
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