La dificultad de curar a un sordo
Cuando llegamos
al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos
enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo
de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas
curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos
milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple
contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.
Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.
En aquel tiempo, dejando Jesús el
territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la
Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le
piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los
dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo,
suspiró y le dijo:
-«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los
oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó
que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto
más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el
colmo del asombro decían:
-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
Conviene advertir
cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo
aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4)
se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta
la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute
si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.
Desde el punto de
vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la
saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua
extraña recuerdan al mundo de la magia.
Sin embargo, los
espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no
relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el
libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los
sordos se abrirán... y la lengua del mudo lanzará gritos de
júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la
época de la salvación.
La dificultad de curar a un ciego
Si la selección
de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres
domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y
fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no
se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego
y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.
Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.
La sordera y ceguera de los discípulos
¿Por qué detalla
Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse
en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús
reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no
veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).
Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.
Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)
Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.
Decid a los inquietos: «¡Sed
fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de
Dios. Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.
Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)
Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».
Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?
Reflexión final
Tomado por sí
solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha
hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés,
cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa
mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.
Pero quien desea
conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con
la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas
dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.
La segunda
lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen
sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero
el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor
responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los
anillos de oro y los capelos cardenalicios.
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