El domingo
pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos
de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio
de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas,
las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en
que comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Actividad inicial de Jesús.
Cuando
arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía:
̶ Se ha cumplido el
plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.
Marcos ofrece tres datos: 1) momento en que
comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. Cuando encarcelan
a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de
que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a
Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe
hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual
que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, el acontecimiento
es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de
actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala
en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el
pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y
aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de
largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En
tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro
tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su
riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.
Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban
mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si
desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y
el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y
los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún
profeta” (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y
pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido
el plazo, el reinado de Dios está cerca”) y una invitación (“convertíos y creed
en la buena noticia”).
El anuncio encaja en la mentalidad
apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos
judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran
solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos
autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de
Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento
concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está cerca”.
Pero lo más importante es que vincula ese
anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios
y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo:
abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su
padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas
y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús (la 1ª lectura, del libro de
Jonás, se centra en ese tema).
Pero Jesús invita también a “creer en la
buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de
tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se
sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la
curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados,
que devuelve la paz y la alegría interior.
2ª y 3ª escenas: llamamientos de Simón y
Andrés, Santiago y Juan
Pasando
junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran
pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo:
̶ Venid conmigo y
os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente
dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco
más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban
en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la
barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Jesús ha pasado unas semanas, quizá meses,
recorriendo él solo Galilea. Hasta que decide buscar unos discípulos que lo
acompañen y continúen su obra. No los busca en Jerusalén, entre los alumnos de
los grandes rabinos. Los busca entre los pescadores. Económicamente no son unos
miserables, tienen barca e incluso les ayudan unos jornaleros. Pero en una
sociedad agraria, como la del Imperio romano, el obrero manual estaba por
debajo del campesino, y sólo por encima de las clases de la gente impura y de
los despreciables (en la clasificación de Gerhard Lenski).
El relato de Marcos resulta desconcertante. ¿Es
posible que cuatro muchachos sigan a Jesús sin conocerlo, abandonando su
familia y su trabajo? El lector moderno, buscando una respuesta, acude al
cuarto evangelio, donde se dice que Jesús ya los conoció cuando el bautismo.
Pero el lector antiguo, que sólo tenía a su disposición el evangelio de Marcos,
se queda admirado del poder de atracción que ejerce Jesús y de la
disponibilidad absoluta de los discípulos.
Estos cuatro discípulos representan el primer
fruto de la predicación de Jesús: muchachos que creen en la buena noticia del
Reinado de Dios, siguen a Jesús y cambian radicalmente de vida.
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