En el 2º domingo de Navidad se
vuelve a leer el Prólogo del evangelio de san Juan, que asusta a muchos de los
que tienen que explicarlo y corre el peligro de aburrir a quienes lo escuchan.
Sin embargo, es un texto más fácil de comprender de lo que parece. Basta tener
en cuenta que recoge, modificándolas, una serie de ideas del Antiguo Testamento
sobre la Sabiduría de Dios. También conviene suprimir los versículos relativos
a Juan Bautista, que rompen el himno primitivo.
Historia de la Sabiduría
Las
conquistas de Alejandro Magno, en la segunda mitad del siglo IV a.C.,
supusieron una gran difusión de la cultura griega. En Judea, como en todas
partes, los griegos ejercían un influjo enorme: cada vez se hablaba más su
lengua, se imitaban sus costumbres, se construían edificios siguiendo su
estilo, se abrían gimnasios, se enseñaba la doctrina de sus filósofos. Los
judíos, al menos la clase alta, estaban encandilados con la sabiduría de
Grecia. Sin embargo, algunos autores no compartían ese entusiasmo. Para ellos,
la sabiduría griega era un producto reciente, obra del ingenio humano, y tenía
su templo en un lugar pagano, Atenas. La verdadera sabiduría es eterna, procede
de Dios, y reside en Jerusalén. Esto puede decirse con palabras vulgares, o
poéticamente, presentando a la sabiduría como una mujer y contando su historia.
Basándonos en diversos textos bíblicos podemos reconstruir esa historia de la
Sabiduría en tres etapas.
1ª:
la Sabiduría está junto a Dios desde el comienzo.
2ª:
la Sabiduría acompaña a Dios en el momento de la creación.
3ª:
la Sabiduría se instala en Jerusalén.
La
primera lectura de este domingo recoge sólo el último tema, con una visión muy
optimista: la Sabiduría se instala en Jerusalén, donde es bien acogida por los
israelitas.
La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo,
abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades.
En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de
los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será
bendita entre los benditos.
El Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada:
Habita en Jacob, sea Israel tu heredad. Desde el principio, antes de los
siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia, ofrecí
culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en
Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción
del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de los santos.
Historia de la Palabra
El
autor del Prólogo aplicó las ideas anteriores a Jesús, introduciendo algunos
cambios. Ante todo, en vez de llamarlo Sabiduría de Dios, prefirió llamarlo la
Palabra.
Primera etapa: la Palabra junto a Dios
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios;
ella estaba al principio junto a Dios.
Hay una diferencia notable con la Sabiduría. La Sabiduría
es creada por Dios. La Palabra, no; existe con él desde el principio.
Segunda etapa: la Palabra y la creación
Todo fue hecho mediante ella,
y sin ella no se hizo nada de lo hecho.
Lo que surgió en ella fue la vida,
y la vida era la luz de los hombres;
y la luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no consiguió derrotarla.
Parece un trabalenguas, pero es muy sencillo: todo fue
creado por la Palabra de Dios. El sol, la luna, las estrellas, las montañas, el
mar..., el mármol, la madera, el cristal... Todo ha sido creado por la Palabra
de Dios. Y ella, además de haber creado a los hombres, es también nuestra luz.
La única novedad, muy importante, es que desde el principio se entabla una
lucha entre la luz y la tiniebla; pero la tiniebla no logra imponerse, no puede
derrotarla.
Tercera etapa: el mundo, creado por la Palabra, la
ignora.
Hasta ahora todo ha ido bien. Dios y la Palabra pueden
estar contentos. De pronto, advierten que la Palabra es ignorada por el mundo.
En el mundo estaba,
y aunque el mundo se hizo mediante ella,
el mundo no la conoció.
El
mundo no se refiere aquí a los seres inanimados sino a las personas que ignoran
a Dios, no lo adoran, o prescinden de él. En autor del Prólogo piensa en todos
los pueblos paganos, que podrían haber conocido al Dios verdadero, pero que
habían caído en diversas formas de idolatría.
Cuarta
etapa: la Palabra decide instalarse en Israel; su pueblo la rechaza
¿Qué
hará la Palabra cuando se vea ignorada por el mundo? Para un judío, la
respuesta es clara: refugiarse en Israel, el pueblo elegido, igual que hacía la
sabiduría: “Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor,
en su heredad”. Eso mismo hace la Palabra, pero se encuentra con una
desagradable sorpresa:
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Quinta etapa: la Palabra decide hacerse carne y
habitar entre nosotros.
La Palabra ha sufrido dos derrotas: el mundo la
ignora, su pueblo la rechaza. ¿Qué haría cualquiera de nosotros en su lugar?
Quedarse junto a Dios y olvidarse de todos. Afortunadamente, Dios no es así. La
Palabra toma la decisión más asombrosa que se puede imaginar.
Y la Palabra se hizo carne
y puso su tienda entre nosotros
y contemplamos su gloria,
gloria de Hijo único del Padre,
pleno de gracia y de lealtad.
Pues de su plenitud todos hemos recibido
gracia tras gracia.
Del optimismo ingenuo al realismo mágico
La historia de la Sabiduría resulta demasiado
optimista. El himno puede parecer muy pesimista. Sin embargo, no lo es. Aunque
no sea todo el mundo ni todo Israel, hay un grupo, formado por judíos y
paganos, dispuestos a acoger a Jesús, a creer en él. Y ésos, todos nosotros,
reciben una enorme recompensa.
Pero a los que la recibieron
los hizo capaces de ser hijos de Dios.
Y
este grupo contempla su gloria, y de su plenitud recibe gracia tras gracia.
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