Después de tantas fiestas (Pentecostés, Trinidad, Corpus
Christi), volvemos al Tiempo Ordinario y a los comienzos de la actividad de
Jesús. Ateniéndonos al relato de Marcos, después del Bautismo y las
Tentaciones, Jesús ha predicado en la sinagoga de Cafarnaún y ha realizado
diversos milagros. Sin embargo, su forma de actuar, sus ideas y sus
pretensiones, provocan la oposición de los fariseos que, ya desde el principio,
«se pusieron a planear con los herodianos la forma de acabar con él» (Mc 3,6).
Pero todavía queda mucho para la pasión y muerte. Jesús sigue ganando
popularidad en todas partes (3,7-12) y elige a los doce (3,13-19).
En este momento comienza el evangelio de hoy. Se compone
de tres episodios que reflejan tres actitudes ante Jesús: 1) Desconfianza: la
familia de Jesús desconfía de él y piensa que está loco. 2) Condena: los
escribas lo acusan de endemoniado. 3) Aceptación: hay personas que se
convierten en la verdadera familia de Jesús.
Desconfianza de la familia
EN aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Los escribas y fariseos se escandalizan de lo que hace y
dice Jesús. La reacción de su familia es distinta. Cuando se entera de que no
tiene tiempo ni para comer, piensan que está loco, «fuera de sí», y quieren
llevárselo a la fuerza a Nazaret. [La traducción litúrgica deja mejor a la
familia. No traduce: «porque decían», sino «porque se decía», como si la
familia no compartiese del todo la opinión.] Al principio no queda claro
quiénes son «los suyos». Al final, cuando lleguen a Cafarnaúm, sabremos que son
«tu madre y tus hermanos y tus hermanas». Toda la familia.
Para Mateo y Lucas, la simple sospecha de que la familia
de Jesús lo considerase «fuera de sí» resultaba inaceptable, y suprimieron
estos versículos de su evangelio: la madre y los hermanos bajan a visitarlo, no
porque desconfíen de él. Sin embargo, el evangelio de Juan confirma esta
desconfianza de sus hermanos (no de María): «sus hermanos no creían en él»
(Juan 7,5). Si queremos conocer bien a Jesús, este dato es fundamental. Las
críticas de escribas y fariseos, el rechazo de los sacerdotes, el desinterés de
muchos de sus oyentes, le resultarían dolorosos; pero la desconfianza de la
propia familia sería algo más duro de lo que podemos imaginar. Sin embargo, el
saberlo serviría de consuelo a tantos cristianos del siglo I para los que
hacerse cristianos supondría un enfrentamiento a la familia.
Condena de los escribas
Y los escribas que
habían bajado de Jerusalén decían:
-Tiene dentro a
Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
El los invitó a
acercarse y les hablaba en parábolas:
-¿Cómo va a echar
Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una
familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para
hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.
Nadie puede meterse
en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata;
entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo,
todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que
digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás,
cargará con su pecado para siempre.
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Los grandes conocedores de la Ley de Moisés, los
escribas, emiten un juicio más radical: «Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los
demonios con el poder del jefe de los demonios». Lo peor que puede decirse de
uno que pretende hablar y actuar en nombre de Dios. A nosotros puede
extrañarnos que el evangelista dedique tanta atención a este tema, pero Jesús
debía defenderse, y las comunidades cristianas saber responder a esta acusación
gravísima. Curiosamente, Jesús no reacciona de forma airada. Se porta como un maestro
que hace reflexionar a sus alumnos y los instruye. Su breve discurso contiene
un argumento, una enseñanza y una amenaza.
El argumento es de
sensatez: si Satanás se introduce en Jesús para expulsar a los endemoniados,
está luchando contra sí mismo, destruyéndose. Solo un estúpido puede decir que
Jesús «expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
La enseñanza se centra en la victoria de Jesús sobre
Satanás. Los discípulos, al ver los milagros de Jesús y las curaciones de
endemoniados, pueden considerarlos hechos aislados, sin relación entre ellos.
Para Jesús, demuestran que él ha vencido a Satanás, el aparentemente forzudo, y
por eso puede arrebatarle todas sus víctimas. La primera lectura de hoy, tomada
del Génesis, pienso que se ha elegido porque anuncia esta victoria de Jesús
sobre el demonio.
La amenaza se dirige a los escribas y a quienes piensan
como ellos: quien considere a Jesús un endemoniado, blasfema contra el Espíritu
Santo y no tendrá perdón jamás. Es el famoso «pecado contra el Espíritu Santo»:
cuando Jesús perdona los pecados lo hace con el poder del Espíritu; quien dice
que ese espíritu es el demonio, se cierra el perdón, porque Satanás no puede
perdonar.
Aceptación
Llegan su madre y
sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada
alrededor le dice:
-Mira, tu madre y
tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.
Él les pregunta:
- ¿Quiénes son mi
madre y mis hermanos?
Y mirando a los que
estaban sentados alrededor, dice:
-Estos son mi madre
y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana
y mi madre.
Jesús ha terminado su breve discurso y le avisan de su
familia está fuera y lo busca. Una vez más comienza formulando una pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos»? Como Sócrates, quiere que la gente
piense, aunque lo más probable es que nadie respondiera nada. Pero así adquiere
más fuerza la solución: «El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y
mi hermana y mi madre». Esas palabras las dirige a quienes los rodean y
escuchan. Porque la condición indispensable para hacer la voluntad de Dios es
escuchar a Jesús. Y ellos lo hacen. Ellos son la familia de Jesús.
En nuestra sociedad, muchos presumen de «conocer» a una
familia importante, de haberla visto un día en directo, incluso de haber dado
la mano a alguno de ellos. Tenemos un motivo de orgullo mucho mayor: ser la
familia de Jesús… si lo escuchamos y cumplimos lo que nos dice.
Nota pastoral para
la homilía
En el evangelio hay dos cuestiones que pueden resultar
complicadas (por no mencionar la primera lectura, en la que todo es
complicado):
1) La familia de Jesús. El mismo Marcos ofrecerá más
tarde los hombres de los hermanos: Santiago, José, Judas y Simón. No creo que
merezca la pena, en una homilía, perderse en las discusiones sobre este tema:
si eran hijos de un primer matrimonio de José (cosa que ya rechazaba san
Jerónimo), si se trata de primos hermanos (el concepto de «hermano» es
muchísimo más amplio entre los pueblos semitas que entre nosotros), etc.
2) Quienes disfrutan hablando del demonio, como Marcos,
tienen este domingo materia abundante. Pero otros pueden sentirse molestos de
tener que abordar este tema. El ejemplo de Mateo y Lucas es muy instructivo.
Cuando encontraban en Marcos algo que podía escandalizar o extrañar a sus
lectores, lo omitían.
Algo me parece esencial en el evangelio de hoy: las
actitudes tan distintas que provoca la persona de Jesús, que siguen dándose hoy
día. No creo que nadie lo acuse de endemoniado (cada vez son menos los que
creen en el demonio); pero el rechazo de su persona, o el rebajarlo a un simple
iluso «fuera de sí», son reacciones muy frecuentes. Aunque su familia sea
pequeña (cada vez más), aconsejaría centrar en ella la atención.
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