En el evangelio, Jesús bendice antes de subir
al cielo (en Hch, no).
En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el
evangelio no se menciona la nube).
En el evangelio, los discípulos se postran (en
Hch se quedan mirando al cielo).
En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se
les aparecen dos personajes vestidos de blanco.
Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo hecho
de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo externo, en
el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo.
La idea de la ascensión resulta chocante al
lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos
visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica (arriba lo
bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios.
Precisamente por esta línea psicológica podemos
buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la
idea de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo,
donde se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca
Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es
arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico
(como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer
la capacidad simbólica de los antiguos.
Sin embargo, existe una diferencia radical
entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc
y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el
relato de la ascensión con el del rapto al cielo.
Es preferible buscar la explicación en la línea
de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son
glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse
son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de
Tiana. Los incluyo al final para los interesados.
Estos ejemplos confirman que el relato tan
escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho
tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús.
En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo
que Jesús hizo y enseño desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al
cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido,
movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión,
dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante
cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
Una vez que comían juntos, les ordenó que no se
alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de
la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros
seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Los que se habían reunido, le preguntaron,
diciendo:
-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el
reino a Israel?.
Les dijo:
-No os toca a vosotros conocer los tiempos o
momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio,
recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la
tierra”.
Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al
cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al
cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de
blanco, que les dijeron:
-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al
cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo,
volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.
Sentarse a la derecha de Dios como imagen del triunfo (Efesios 1,17-23)
La segunda lectura de hoy es muy interesante para interpretar rectamente la fiesta de hoy. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos.
Hermanos: El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.
Subir y sentarse a la derecha de Dios, pero insistiendo en la misión (Marcos 16,15-20)
El final
del evangelio de Marcos une las dos imágenes: «fue llevado al cielo y se sentó
a la derecha de Dios». Una forma muy humana de hablar, pero habitual en la
Biblia. Jesús subió triunfalmente al cielo y ahora sigue ocupando la máxima
dignidad junto a Dios Padre.
Pero el
evangelio concede más importancia aún al tema de la misión de los apóstoles,
como se advierte comparándolo con la 1ª lectura.
En Hechos, los discípulos muestran una vez más su
preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía
la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo, que les dará fuerzas
para ser sus testigos en todo el mundo.
En Marcos, el tema de la misión se trata en cinco puntos:
1) Orden
de ir al mundo entero a proclamar la buena nueva.
2) Esa
noticia puede ser aceptada o rechazada, pero con consecuencias muy distintas en
cada caso.
3) Se
mencionan las señales que acompañarán a los misioneros: expulsión de demonios,
don de lenguas, inmunidad ante ataques de serpientes, curaciones. Estas señales
recuerdan lo que se cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles a
propósito de Pablo.
4) En
Hechos, la reacción de los discípulos es quedarse embobados mirando al cielo.
En Marcos, se ponen en marcha de inmediato a pregonar el evangelio por todas
partes.
5) En Hechos se habla de la fuerza del Espíritu Santo que acompañará a los apóstoles. En Marcos, «el Señor cooperaba y confirmaba el mensaje con las señales que lo acompañaban».
En aquel tiempo,
se apareció Jesús a los once y les dijo:
-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a
toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que
no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos:
echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en
sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a
los enfermos, y quedarán sanos.
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor.
Los cuarenta días
El evangelio no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró necesario.
Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje
A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca
Mitológica: “Hércules... se fue al monte Eta, que pertenece a los
traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen
(...) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y
tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad...” (II,
159-160).
Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó
tampoco en esta ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había
visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos”
(Vida de los Doce Césares, Augusto, 100).
Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año
40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro;
mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos
honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la
subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.
De Alejandro Magno escribe el Pseudo
Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió
por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo
hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de
Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila.
Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en
un sueño eterno" (Libro III, 33).
Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una
tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a
medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no
quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y
éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si
las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su
canto era: Marcha de la tierra, marcha al
cielo, marcha” (Vida de Apolonio de
Tiana VIII, 30).
Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de
Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube
y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”.
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