Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)
Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús, algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.
Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista
deberá desarrollar.
El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y
a los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo
de sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia,
el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.
El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando
salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si
era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de
corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la
tentación.
Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años que, según la tradición bíblica, pasó
Israel en el desierto. Es número de plenitud, de tiempo redondo (recuérdense
los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los
cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.).
Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con tantos elementos
(incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo concibe Marcos. El
evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15;
8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente,
la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el
apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por
consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás
quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer
que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de
anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla
su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.
Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:
«A sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en todos tus caminos;
te llevarán en sus palmas
para que tu pie no tropiece en la piedra;
caminarás sobre chacales y víboras,
pisotearás leones y dragones».
Jesús, en el desierto, sufre la tentación de
Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que
triunfe en todos los peligros.
Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.
Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)
El relato de las tentaciones en Marcos es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.
Esas
palabras ya las leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Marcos ofrece tres
datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad;
3) contenido de su predicación.
Lugar de actividad. A
diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la
gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se
dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio
Josefo.
Los judíos de Judá y Jerusalén no
estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al
norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino
orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos
sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no
sale ningún profeta» (Jn 7,52).
Mensaje.
¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del
lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y
está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed en el
Evangelio»).
El anuncio encaja en la mentalidad
apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos
judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran
solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos
autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de
Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del
momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».
Pero lo más importante es que vincula
ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a
Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo
pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver
a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los
profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)
Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.
Génesis 9.8-15
Dios
dijo a Noé y a sus hijos:
Yo
establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los
animales que os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron
del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros:
el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que
devaste la tierra.
Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.
La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.
1 Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.
Jesús y nuestro bautismo
La presentación de Jesús como nuevo
Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el
cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en
este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes
de lo que recibíamos.
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