A Jesús nadie era capaz de callarlo. Ni los sabihondos escribas, ni los piadosos fariseos, por no hablar de sacerdotes y políticos. La única persona que lo calló fue una mujer. Y encima, pagana.
Dos reacciones muy distintas ante un texto problemático
El evangelio de Marcos cuenta el encuentro de una mujer pagana con Jesús, en el que este responde a su petición de forma fría, casi insultante. Lucas, tan interesado por los paganos, omitió este pasaje en su evangelio. Mateo, igualmente defensor de los paganos, adoptó una postura muy distinta: en vez de omitir el episodio, lo amplió, haciéndolo mucho más dramático.
El Mesías antipático y la pagana insistente
Para
entender la versión que ofrece Mateo de este episodio hay que conocer la de
Marcos, que le sirve como punto de partida.
Marcos
cuenta una escena más sencilla. Jesús llega al territorio de Tiro, entra en
una casa y se queda en ella. Una mujer que tiene a su hija enferma, acude a
Jesús, se postra ante él y le pide que la cure. Jesús le responde que no está
bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos. Ella le dice que
tiene razón, pero que también los perritos comen de las migajas de los niños. Y
Jesús: «Por eso que has dicho, ve, que el demonio ha salido de tu hija».
Mateo describe una escena más dramática cambiando el escenario y añadiendo detalles nuevos, todos los que aparece en cursiva y rojo en el texto siguiente.
«En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y
Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de
aquellos lugares, se puso a gritarle:
― Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un
demonio muy malo.
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron
a decirle:
― Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
― Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió:
― Señor, socórreme.
Él le contestó:
― No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
― Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las
migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
― Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.
Los cambios que introduce Mateo
ü
El
encuentro no tiene lugar dentro de la casa, sino en el camino. Esto le permite
presentar a Jesús y a los discípulos andando, y la cananea detrás de ellos.
ü
La
cananea no comienza postrándose ante Jesús, lo sigue gritándole: «Ten compasión
de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Pero Jesús,
que siempre muestra tanta compasión con los enfermos y los que sufren, no le
dirige ni una palabra.
ü
La
mujer insiste tanto que los discípulos, muertos de vergüenza, le piden a Jesús
que la atienda. Y él responde secamente: «Sólo me han enviado a las ovejas
descarriadas de Israel.»
ü
La
cananea no se da por vencida. Se adelanta, se postra ante Jesús, obligándole a
detenerse, y le pide: «Señor, socórreme». Vienen a
la mente las palabras de Mt 6,7: «Cuando recéis, no seáis palabreros como los
paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso». Esta pagana
no es palabrera; pide como una cristiana. Imposible mayor sobriedad.
ü
Sigue
el mismo diálogo que en Marcos sobre el pan de los hijos y las migajas que
comen los perritos.
ü Pero el final es muy distinto. Jesús, en vez de decirle que su hija está curada, le dice: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
Estos
cambios se resumen en la forma de presentar a Jesús y a la cananea.
1) A Jesús lo presenta de forma
antipática: no responde una palabra a pesar de que la mujer va gritando detrás
de él; parece un nacionalista furibundo al que le traen sin cuidado los
paganos; es capaz de avergonzar a sus mismos discípulos.
2) En la mujer, acentúa su angustia y su constancia. Ella no se limita a exponer su caso (como en Marcos), sino que intenta conmover a Jesús con su sufrimiento: «Ten compasión de mí, Señor», «Señor, socórreme». Y lo hace de manera insistente, obstinada, llegando a cerrarle el paso a Jesús, forzándolo a detenerse y a escucharla.
Ni obstinación ni sabiduría, fe
Jesús podría haberle dicho: «¡Qué pesada eres! Vete ya, y que se cure tu hija». O también: «¡Qué lista eres!» Pero lo que alaba en la mujer no es su obstinación, ni su inteligencia, sino su fe. «¡Qué grande es tu fe!». Poco antes, a Pedro, cuando comienza a hundirse en el lago, le ha dicho que tiene poca fe. Poco más adelante dirá lo mismo al resto de los discípulos. En cambio, la pagana tiene gran fe. Y esto trae a la memoria otro pagano del que ha hablado antes Mateo: el centurión de Cafarnaúm, con una fe tan grande que también admira a Jesús.
Con algunas mujeres no puede ni Dios
El episodio de la cananea recuerda
a otro aparentemente muy distinto: las bodas de Caná. También allí encontramos
a un Jesús antipático, que responde a su madre de mala manera cuando le pide un
milagro (las palabras que le dirige siempre se usan en la Biblia en contexto
de reproche), y que busca argumentos teológicos para no hacer nada: «Todavía no
ha llegado mi hora». Sólo le interesa respetar el plan de Dios, no hacer nada
antes de que él se lo ordene o lo permita.
En el caso
de la cananea, Jesús también se refugia en la voluntad y el plan de Dios: «Sólo
me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Yo no puedo hacer algo
distinto de lo que me han mandado.
Sin
embargo, ni a María ni a la cananea les convence este recurso al plan de Dios.
En ambos casos, el plan de Dios se contrapone a algo beneficioso para el
hombre, bien sea algo importante, como la salud de la hija, o aparentemente
secundario, como la falta de vino. Ellas están convencidas de que el verdadero
plan de Dios es el bien del ser humano, y las dos, cada una a su manera,
consiguen de Jesús lo que pretenden.
Gracias a
este conocimiento del plan de Dios a nivel profundo, no superficial, Isabel
alaba a María «porque creíste» y Jesús a la cananea «por tu gran fe».
En realidad, el título de este apartado se presta a error. Sería más correcto: «Dios, a través de algunas mujeres, deja clara cuál es su voluntad». Pero resulta menos llamativo.
«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel»
Con estas
palabras pretende justificar Jesús su actitud con la cananea. Si los discípulos
hubieran sido tan listos como la mujer, podrían haber puesto a Jesús en un
apuro. Bastaba hacerle dos preguntas:
1) «Si sólo te han enviado a las
ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué nos has traído hasta Tiro y Sidón, que
llevamos ya un montón de días hartos de subir y bajar cuestas?»
2) «Si sólo te han enviado a las
ovejas descarriadas de Israel, ¿por qué curaste al hijo del centurión de
Cafarnaúm, y encima lo pusiste como modelo diciendo que no habías encontrado en
ningún israelita tanta fe?»
Como los discípulos no preguntaron, no sabemos lo que habría respondido Jesús. Pero en el evangelio de Mateo queda claro desde el comienzo que Jesús ha sido enviado a todos, judíos y paganos. Por eso, los primeros que van a adorarlo de niño son los magos de Oriente, que anticipan al centurión de Cafarnaúm, a la cananea, y a todos nosotros.
Primera lectura y evangelio
La primera lectura ofrece un punto de contacto con el evangelio (por su aceptación de los paganos), pero también una notable diferencia. En ella se habla de los paganos que se entregan al Señor para servirlo, observando el sábado y la alianza. Como premio, podrán ofrecer en el templo sus holocaustos y sacrificios y serán acogidos en esa casa de oración. La cananea no observa el sábado ni la alianza, no piensa ofrecer un novillo ni un cordero en acción de gracias. Experimenta la fe en Jesús de forma misteriosa pero con una intensidad mayor que la que pueden expresar todas las acciones cultuales.
Lectura del libro de Isaías 56,
1. 6-7
Así dice
el Señor:
«Guardad
el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar, y se va a
revelar mi victoria. A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo,
para amar el nombre del Señor y ser sus servidores, que guardan el sábado sin
profanarlo y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los
alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y
sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y así la llamarán todos los
pueblos.»
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