[Después de escribir el comentario, se me ocurrió una comparación del evangelio de Juan con el problema actual de la pandemia y las vacunas. Lo añado por si a alguno le ayuda.]
La única vacuna
válida
La pandemia del
coronavirus y la multiplicidad de vacunas existentes ayudan a comprender el
evangelio de Juan. Para él, la humanidad se enfrenta a una epidemia de vida o
muerte. Pero solo hay una vacuna válida: la fe en Jesús como Hijo de Dios. El
que se la inocula, consigue la inmunidad en esta vida y la supervivencia en la
otra. El negacionista que la desprecia, será víctima de su obstinación.
Para nosotros, la vacuna es gratis. Pero al fabricante le ha costado la vida de su hijo. Los dos han aceptado el sacrificio con sumo gusto.
Comentario a las lecturas
Una lectura rápida de las tres lecturas de este domingo
revela una relación clara entre ellas: el amor de Dios. En la primera, provoca
la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma
Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor
con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al
mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente,
advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias
y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte
nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron
escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón
para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará
respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)
En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo
multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los
gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en
Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos
por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su
morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus
palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su
pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de
Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios
y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada
los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos
hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo
Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados,
descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta
años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del
Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia,
que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro,
rey de Persia: "El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos
los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en
Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios
con él, y suba!"»
La primera lectura nos traslada a Babilonia,
en el año 539 a.C., donde los judíos llevan medio siglo deportados. La ciudad
cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para
justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del
pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en
una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios
con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero
los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de
Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las
murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de
Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se
debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo
Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona.
Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre
lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del
arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a
Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al
ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que
hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta,
para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto
no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo,
sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia.
(¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los
países de origen de sus antepasados?)
Perdón
universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)
En aquel tiempo,
dijo Jesús a Nicodemo:
̶ Lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será
juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del
Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres
prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que
obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse
acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
El evangelio enfoca el tema del amor y perdón
de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino
de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en
contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo.
Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que
aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador.
Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que
implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:
a) que soy
pecador, algo que nunca resulta agradable;
b) que no puedo
salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
c) que es otro,
Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte
por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos
piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.
Usando la metáfora del evangelio, es como si
un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra
debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de
humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí
mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren
acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.
Perdón
para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a
los Efesios, 2,4-10)
Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por
pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha
sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza
de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis
salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es
un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a
las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
La salvación universal de la que habla el
evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de
origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes
de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les
había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en
Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en
misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es
lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido
durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los
israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta
en la fe y en la práctica de las buenas
obras.
Reflexión
final
En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar
el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que
nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del
amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los
corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es
don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos
“a las buenas obras” que él nos ha asignado.
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