El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma
de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y
personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]
Piensa en tu fin, y
cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Pedro y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa
se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el
evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni
Lucas).
El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:
«Por un cardenal mataré a un hombre,
a un
joven por una cicatriz.
Si
la venganza de Caín valía por siete,
la
de Lamec valdrá por setenta y siete»
(Génesis 4,23-24).
Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.
Jesús
le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta
y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que
es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede
traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier
hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay
que perdonar.
Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.
Se
subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60
millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras
consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones.
3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca,
que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
Con
esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también
el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se
produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no
perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis
relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón
del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce
el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy
interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete
veces: en perdonar de corazón.
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