"He venido a prender fuego al mundo..."
El título está tomado de la primera lectura. Es lo que dicen de Jeremías
las autoridades de Jerusalén. Estamos en el año 587 a.C. La ciudad lleva un año
asediada por el ejército de Babilonia, la gente muere de hambre y el profeta
anima a rendirse. En opinión de los patriotas nacionalistas, está desanimando
al pueblo, busca su desgracia.
Eso mismo pensarían muchos
escuchando lo que dice Jesús en el evangelio. Después de las enseñanzas de los
domingos anteriores sobre la oración, la riqueza, la vigilancia, centradas en
lo que nosotros debemos hacer, en el evangelio del próximo domingo Jesús habla
de sí mismo: de su misión y su destino. Lo hace con un lenguaje tan enigmático
que los comentaristas discuten desde los primeros siglos el sentido de estas
palabras.
Para entender este
evangelio es preciso tener en cuenta la mentalidad apocalíptica, de la que
Jesús participa en cierto modo. Según ella, el mundo malo presente tiene que
desaparecer para dar paso al mundo bueno futuro: el Reinado de Dios.
Lucas introduce algunos
cambios importantes en esta mentalidad, reuniendo tres frases pronunciadas por
Jesús en diversos momentos: la primera y la tercera hablan de la misión de Jesús
(prender fuego y traer división); la segunda, de su destino (pasar por un
bautismo). Esta forma de organizar el material (misión – destino – misión) es
típica de los autores bíblicos.
La misión: prender fuego
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
Lo primero que viene a la
mente es un bosque ardiendo, o el fenómeno frecuente en la guerra del incendio
de campos, frutales, casas, ciudades… Esta idea encaja bien en la mentalidad
apocalíptica: hay que poner fin al mundo presente para que surja el Reino de
Dios. Esta interpretación me parece más correcta que relacionar el fuego con el
Espíritu Santo.
El destino: la muerte
Tengo que pasar por un bautismo.
También esta imagen es
enigmática, porque “bautizar” significa normalmente “lavar”; por ejemplo, los
platos se “bautizan”, es decir, se lavan. Esa idea la aplica Juan Bautista (y
otros muchos judíos desde el profeta Ezequiel) al pecado: en el bautismo, cuando
la persona se sumerge en el río Jordán, se lavan sus pecados; simbólicamente, la
persona que entra en el agua muere ahogada y sale una persona nueva. El
bautismo equivale a morir para nacer a una nueva vida. Así aparece en el
evangelio de Marcos, cuando Jesús dice a Juan y Santiago: ¿Sois capaces de beber la copa que yo he
de beber o bautizaros con el bautismo que yo voy a recibir? (Mc 10,38). Jesús ve que su destino
es la muerte para resucitar a una nueva vida.
La misión: dividir
¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia
de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos:
el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y
la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.
Estas palabras se podrían
interpretar como simple consecuencia de la actividad de Jesús: su persona, su enseñanza
y sus obras provocan división entre la gente, como ya había anunciado Simeón a
María: este niño “será una bandera discutida”.
Pero
Jesús habla de una división muy concreta, dentro de la familia, y eso favorece
otra interpretación: Jesús viene a crear un caos tan tremendo (simbolizado por
el caos familiar), que Dios tendrá que venir a destruir este mundo y dar paso
al mundo nuevo. Parece una interpretación absurda, pero conviene recordar lo
que dice el final del libro de Malaquías: “Yo os enviaré al profeta Elías antes
de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con
hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra” (Mal
3,23-24). De acuerdo con estas palabras, Dios ha pensado exterminar la tierra
en un día grande y terrible. Para no tener que hacerlo, decide enviar al
profeta Elías, que restablecerá las buenas relaciones en la familia (padres con
hijos, hijos con padres), como símbolo de las buenas relaciones en la sociedad:
la situación mejora y Dios no se ve obligado a exterminar la tierra.
Jesús
dice lo contrario: hace falta acabar con este mundo, y por ello él ha venido a
traer división en el seno de la familia.
La unión de las tres frases
¿Qué
quiere decirnos Lucas uniendo estas tres frases? Que Jesús anhela y provoca la
desaparición de este mundo presente para dar paso al Reinado de Dios, pero que ese
cambio está estrechamente relacionado con su muerte.
La
comunidad de Lucas, cuando escuchara estas palabras, vería también reflejada en
ellas su propia situación. La conversión de algunos de sus miembros había
supuesto división en la familia, enfrentamiento de hijos y padres, de hijas y
madres. Los miembros no cristianos podrían decir de Jesús lo que se había dicho
de Jeremías: «Este hombre no busca el bien del pueblo, sino su
desgracia».
¿Tiene sentido todo esto para
nosotros?
Este
mensaje apocalíptico resulta lejano al hombre de hoy. De hecho, Lucas lo matiza
y modifica en el libro de los Hechos de los Apóstoles: los cristianos no
debemos estar esperando el fin del mundo, aunque pidamos todos los días que
“venga a nosotros tu reino”; nuestra misión ahora es extender el evangelio por
todo el mundo, como hicieron los apóstoles. Y la idea de la segunda venida de
Jesús cede el puesto a una distinta: el triunfo de Jesús, glorificado a la
derecha de Dios.
Sin
embargo, incluso en una sociedad que presume de tolerante, como la nuestra,
Jesús puede seguir siendo causa de división. El ejemplo de las primeras
comunidades cristianas, que creyeron en él a pesar de todas las dificultades,
debe seguir animándonos.
Lectura de la carta a los Hebreos 12,
1-4
Por una feliz casualidad,
la segunda lectura ofrece cierta relación con el evangelio: el destino de Jesús
sirve de ejemplo a los cristianos. La imagen de partida ya la uso Pablo: un
estadio lleno de espectadores que contemplan el espectáculo.
Jesús, como cualquier
atleta, se entrena duramente, en medio de grandes renuncias y sacrificios; sabe,
además, que competirá en un ambiente adverso, hostigado y abucheado por los espectadores.
Pero no se arredra: renuncia a pasarlo bien, aguanta, soporta, y termina
triunfando.
Ahora nos toca a nosotros
coger el relevo. Hay que despojarse de todo lo que estorba, correr la carrera
sin cansarse ni perder el ánimo.
Hermanos:
Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
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