Después de varios domingos con evangelios complicados y densos de
contenido, el de hoy resulta extrañamente fácil de entender. Tan fácil, que
parece esconder una trampa.
Un banquete con trampa
Un sábado, no se dice
dónde, uno de los principales fariseos invita a Jesús a comer y él acepta la
invitación. Cuando llega a la casa le sale al encuentro un hidrópico. (La
hidropesía consiste en la retención de líquido en los tejidos, sobre todo en el
vientre, aunque también se da en los tobillos y muñecas, brazos y cuello.)
Todos los invitados fariseos espían a Jesús para ver qué hará en sábado. ¿Lo
curará, contraviniendo el descanso sabático, o lo dejará que siga enfermo? No
me detengo en contar lo ocurrido, fácil de imaginar, porque la liturgia ha
suprimido esta primera escena (Lucas 14,2-6).
El evangelio de este
domingo comienza contando lo ocurrido a continuación. En cuanto termina el
espectáculo del milagro, todos los invitados corren a ocupar los primeros
puestos, y Jesús aprovecha la ocasión para dar una enseñanza a los asistentes y
un consejo al que lo ha invitado.
Primera parte: una enseñanza
Cuando te conviden a
una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a
otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te
dirá: "Cédele el puesto a éste. "Entonces, avergonzado, irás a
ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el
último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te
diga: "Amigo, sube más arriba."
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Estas palabras resultan
desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un comportamiento puramente humano,
una forma casi hipócrita de tener éxito social. Por otra parte, la historieta
no encaja en nuestra cultura, ya que cuando nos invitan a una boda nos dicen
desde el primer momento en qué mesa debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos,
conseguir uno de los primeros puestos era importante, no sólo por el prestigio
social, sino también porque se comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido
en Calatayud el año 40, que vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas
tremendas diferencias.
Por consiguiente, lo que a
nosotros puede parecer una historieta anticuada y poco digna en boca de Jesús,
reflejaba para los lectores antiguos una realidad cotidiana divertida, que los
llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran enseñanza final: Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva
(“será humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero
los oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios
los humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata
de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una
actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas
propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que
termina con la misma enseñanza.
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo,
el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh Dios, te doy
gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos,
adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de
cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera alzaba los ojos
al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten piedad de este
pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se enaltece
será humillado, quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).
En el
Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me limito a
recordar un texto de san Pablo que propone a Jesús como modelo:
“No hagáis nada por ambición o
vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores. Nadie busque su
interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el
cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino
que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los
hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la
muerte, una muerte en cruz” (Carta a los Filipenses 2,3-8).
Segunda parte: un consejo
A continuación,
dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:
‒ Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque
corresponderán invitándote, y quedarás pagado.
Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados,
cojos y ciegos.
Dichoso tú, porque no pueden
pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.
Esta
segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante.
Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te
puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por
otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida.
Sin
embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan mucho
a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el ayuno
(Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de Lucas:
el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de Dios.
Guardaos de hacer las obras buenas en público para ser
contemplados. De lo contrario no os recompensará vuestro Padre del cielo.
Cuando hagas limosna, no hagas tocar la trompeta por
delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que
los alabe la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú hagas
limosna, no sepa la izquierda lo que hace la derecha. De ese modo tu limosna
quedará oculta, y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
Cuando oréis, no hagáis como los
hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para
exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a
rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en secreto. Y tu Padre, que ve lo
escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no pongáis mala cara como los
hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os
aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza, y
lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo observen los hombres, sino tu Padre,
que está escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
Primera lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)
Contiene cuatro consejos; los dos
primeros empalman directamente con el tema del evangelio.
Hijo mío, en tus asuntos
procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso.
Hazte
pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es
grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.
No
corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala
planta.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.
El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará.
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