Un final duro y sorprendente (Evangelio: Juan 6, 51-58)
Llegamos al final del
discurso del pan de vida. El domingo pasado, Jesús terminó diciendo: «Yo soy el pan del cielo…
el pan que yo daré es mi carne». Como en las series de
televisión, el pasaje de hoy comienza repitiendo ese final, para recordarnos
dónde estamos y entender la reacción de los judíos: «¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?». Es la pregunta que se haría cualquier persona
normal, incluso la predispuesta a favor de Jesús. Pero él no responde a esta
pregunta. Los oyentes o lectores cristianos del discurso saben la respuesta: no
se trata de comer un trozo del cuerpo de Jesús, sino de comer el pan
eucarístico. Pero el autor del cuarto evangelio no lo dice, prefiere que el
lector experimente la misma duda que los judíos.
En una lectura precipitada, parece
que esta última parte del discurso no ofrece ninguna novedad, que se limita a
repetir la promesa de la vida eterna para quien coma «el pan que ha bajado
del cielo».
En aquel tiempo dijo Jesús
a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la
carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en
el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el
Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá
por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres,
y murieron. El que come este pan vivirá eternamente».
Sin embargo, hay aspectos nuevos e importantes.
1. Beber
la sangre. Hasta ahora, solo se ha hablado del pan. En esta sección
final se hace referencia cuatro veces a la sangre, verdadera bebida, igual que
el pan es verdadera comida. Dado la relación del discurso con la eucaristía,
esta referencia era imprescindible. La iglesia primitiva siempre recordó el
doble gesto de Jesús durante la última cena: al comienzo, partiendo el pan; al
final, bendiciendo y pasando la copa. Pan y vino son esenciales. Un discurso
sobre la eucaristía no puede dejar de mencionar la sangre, el vino.
2. La dureza del lenguaje. Hasta
ahora, el discurso ha sido polémico y ha provocado discusión y rechazo. Jesús,
en vez de echarse atrás e intentar justificar sus expresiones, usa fórmulas
escandalosas que se prestan a ser interpretadas como canibalismo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida». Hay que comerla y beberla. Sin explicación alguna ni
matices. ¿Por qué? Jesús no quiere seguidores inconscientes y rutinarios. En
los evangelios sinópticos hay otras muchas expresiones suyas, durísimas,
desanimando a seguirlo a quienes no estén dispuestos a cargar con la cruz, a
renunciar a todo, a abandonar al padre y a la madre… En una línea distinta,
estas palabras del discurso son también una forma de seleccionar a sus
seguidores, como quedará claro el próximo domingo.
3. La
vida. La repetición frecuente de «la vida eterna» y de «yo lo resucitaré en el último
día» parece sugerir que es algo que solo se consigue después
de la muerte. Ahora se deja claro que «el que come mi carne y bebe
mi sangre tiene vida eterna». La tiene ya, ahora, antes de morir. Sin decirlo
expresamente, el texto supone que hay dos formas de vida: la normal, física, y
la espiritual o eterna. La primera la tienen todos los seres humanos; la
segunda, quienes comen el cuerpo y la sangre de Jesús. ¿En qué consiste esa
vida?
4. Jesús
dentro de nosotros. La respuesta la ofrecen estas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y
yo en él». Es la única vez que aparece este tema en el discurso,
que recuerda la experiencia de Pablo: «Vivo yo, pero no yo; es
Cristo quien vive en mí». Pero la imagen que mejor puede expresarlo es la del
feto en el vientre de su madre: habita en ella, y ella en él. Esa intimidad
absoluta y misteriosa es la que se produce en la eucaristía. Y esa presencia de
Jesús en los que comulgamos no termina al cabo de un cuarto de hora, como nos enseñaban a veces de niño. Una educación religiosa bienintencionada, pero
deficiente, hace pensar a muchos que Jesús está principalmente en el sagrario,
olvidando que está dentro de nosotros tan realmente como allí.
5. El
final. Tras las cuatro intervenciones de la gente al comienzo del
discurso y las dos preguntas escandalizadas que encontramos más tarde, resulta
curioso que el autor no diga nada de la reacción del auditorio, de los
judíos. Todo termina con unas palabras suprimidas por la liturgia: «Esto dijo [Jesús] enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm». Quien prescindió de estas palabras no debería aprobar
un examen sobre el cuarto evangelio. Son esenciales para distinguir la reacción
de los judíos (el silencio, no discuten más) y la de los discípulos de Jesús,
que leeremos el próximo domingo.
Jesús y la Sabiduría como anfitriones (1ª lectura: Proverbios
9,1-6)
Ninguno de nosotros se extraña de
ver a la justicia representada como una mujer con los ojos vendados, una espada
en la mano derecha y una balanza en la izquierda. En los últimos siglos antes
de Jesús, algunos autores bíblicos, para oponerse a la idea griega de que la
sabiduría es algo humano, y reside especialmente en Atenas, comenzaron a
presentarla como una criatura de Dios, que lo acompaña desde el momento de la
creación y termina residiendo en Jerusalén. La primera lectura la describe como
una gran señora que construye un palacio, prepara un banquete, e invita a los
jóvenes a compartir su pan y su vino, su sabiduría y su enseñanza, que les
darán la vida.
Los cristianos aplicaron estas imágenes e ideas a Jesús. Él es la verdadera
sabiduría de Dios, que baja del cielo y reside entre nosotros, como dice el
prólogo de Juan. Es lógico que se haya elegido este breve fragmento del libro
de los Proverbios como primera lectura (en este caso debo reconocer, sin que
sirva de precedente, el acierto de quienes seleccionaron los textos). Habla de
comer mi pan y beber del vino, y de conseguir la vida.
La
sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas, inmoló sus víctimas,
preparó su vino e igualmente aderezó su mesa. Envió sus criados y proclamó
sobre los puntos más altos de la ciudad: «Jóvenes inexpertos, venid aquí». A
los insensatos ella les dice: «Venid, comed de mi pan y bebed del vino que yo
he preparado. Dejad de ser imprudentes y viviréis, y caminad por la senda de la
inteligencia».
Indico, no obstante, dos diferencias
entre este texto y el evangelio.
1. La Sabiduría invita solamente a
los jóvenes. Cosa lógica, porque es presentada como una maestra que enseña a «sus hijos», sus discípulos, a
comportarse rectamente. Jesús invita a todos.
2. El pan y el vino de la Sabiduría
no dan la vida; la vida la da la prudencia: «Dejad de ser imprudentes y
viviréis». El simbolismo del evangelio es más fuerte: la sabiduría
no se adquiere a través de una serie de enseñanzas, se come y bebe y termina
habitando dentro de nosotros.
La sabiduría cotidiana del cristiano (2ª lectura: Efesios
5,15-20)
Por pura casualidad, porque la segunda lectura nunca se elige por relación
con la primera ni con el evangelio, existe un punto de contacto con los
Proverbios. También aquí se exhorta a la inteligencia y la sensatez, a no
actuar neciamente. Y la forma de vivir de acuerdo con la voluntad de Dios se
concretas en dos datos: 1) No llenarse de vino. 2) Llenarse del Espíritu Santo,
cantando, alabando y dando gracias a Dios.
Hermanos:
a ver cómo os comportáis; que no sea como insensatos, sino como inteligentes,
aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis
como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor. No bebáis
vino hasta emborracharos, pues eso lleva al desenfreno; al contrario, llenaos
del Espíritu Santo recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos
espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre
gracias po
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