El domingo pasado, el
evangelio de Marcos nos presentaba a Jesús enseñando a su pueblo, reunido de muy
distintos lugares. Inmediatamente después, lo presenta alimentado a su pueblo
mediante la multiplicación de los panes y peces. Pero este relato no se ha toma
hoy de Marcos, sino de Juan, porque los cuatro domingos siguientes los dedica
la liturgia a la lectura del discurso del pan de vida, que solo cuenta Juan.
La multiplicación de los panes y peces según Juan
Después Jesús pasó al otro lado del lago de
Galilea (o Tiberíades). La gente lo seguía, porque veían los prodigios que
hacía con los enfermos. Jesús subió al monte y allí se sentó con sus
discípulos.
Estaba cerca la pascua, la fiesta de los
judíos. Jesús alzó los ojos y, al ver tanta gente, dijo a Felipe: «¿Dónde
compraremos panes para que coman todos ellos?». Decía esto para probarlo, pues
él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «El sueldo de un año no
bastaría para que cada uno de ellos comiera un poco».
Entonces, uno de los discípulos, Andrés, el
hermano de Simón Pedro, dijo: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de
cebada y dos peces. Pero ¿qué es esto para tantos?». Jesús dijo: «Decidles que
se sienten».
Había mucha hierba en aquel sitio. Eran
unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó
entre todos; y lo mismo hizo con los peces. Les dio todo lo que quisieron.
Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
«Recoged los trozos sobrantes para que no se pierda nada». Los recogieron, y
llenaron doce canastos de las sobras de los cinco panes de cebada.
La gente, al ver el milagro que había hecho
Jesús, decía: «Éste es el profeta que tenía que venir al mundo». Y Jesús,
dándose cuenta de que querían llevárselo para hacerle rey, se retiró otra vez
al monte él solo.
Un caso extraño
Es raro que Juan coincida con los
Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) en algún relato. Este de la multiplicación de
los panes y los peces es uno de los pocos casos, pero conviene advertir los
matices propios de Juan. El primero es la fecha: «Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los
judíos.» Ninguno de los Sinópticos ofrece esta indicación, que para Juan es muy
importante: hace referencia al momento de la muerte de Jesús. Juan no cuenta la
institución de la Eucaristía, pero este milagro, ocurrido en la misma fiesta,
simboliza la idea de que Jesús alimenta a su pueblo.
Jesús y Eliseo
Uno de los grandes obradores de
milagros en el Antiguo Testamento es el profeta Eliseo. La 1ª lectura recoge
cómo alimentó con veinte panes de cebada a cien personas (teniendo en cuenta
las dimensiones de los antiguos panes, no era demasiado difícil sacar un
bocadillo para cada uno). En contra de las dudas de su criado, comieron todos y
sobró.
En aquellos días un hombre llegó de Baal
Salisá, trayendo al hombre de Dios el pan de las primicias, veinte panes de
cebada y espigas nuevas en su alforja. Eliseo ordenó: «Dalo a las gentes para
que coman». Pero su criado replicó: «¿Cómo voy a poner esto delante de cien
hombres?». Él dijo: «Dalo a la gente para que coman, pues esto dice el Señor:
Comerán, y sobrará». Se lo sirvió y comieron; y sobró, como había dicho el Señor.
El milagro de la multiplicación de
los panes y los peces está calcado sobre el de Eliseo, pero aumentando las
dificultades. En vez de cien personas son cinco mil (los Sinópticos añaden “sin
contar mujeres y niños”, Juan sólo menciona a los varones). Y en vez de veinte
panes, Jesús sólo dispone de cinco. Para dejar clara la dificultad se indica lo
que costaría alimentar a esa gente: 200 denarios [el texto litúrgico traduce «el sueldo de un año»]. El denario era el jornal de un campesino; 200 denarios
suponen una cantidad muy grande para un grupo que vive de limosna, como el de
Jesús.
A pesar de todo, igual que Eliseo
dijo: «comerán y sobrará», los comensales de Jesús comen «todo lo que quisieron» y, para demostrar la abundancia, se
recogen doce canastos de sobras de los cinco panes.
La relación entre el milagro de
Jesús y el de Eliseo queda especialmente clara en Juan, ya que mientras los Sinópticos
hablan simplemente de “cinco panes”, Juan indica que son “panes de cebada”,
como los que regalan a Eliseo.
Simbolismo eucarístico
Mateo,
al contar este milagro, omite la referencia a los peces en el momento de la
multiplicación, para subrayar la importancia del pan como símbolo eucarístico.
Juan lo
sugiere de forma distinta. La orden de Jesús: "Recoged los trozos sobrantes
para que nada se pierda", la refieren los discípulos sólo a los panes, no
se preocupan de los peces. Es probable que estas palabras de Jesús reflejen la
práctica litúrgica posterior, cuando se pensó que el pan eucarístico no podía
ser tratado como otro cualquiera.
La reacción del pueblo y la reacción de Jesús
En los
Sinópticos, la gente no es consciente del milagro ocurrido. En Juan, el pueblo
se sorprende de lo hecho por Jesús y deduce que es el profeta esperado,
semejante a Moisés, que alimentó al pueblo en el desierto. A primera vista,
extraña que identifiquen a ese «profeta que iba a venir al mundo» con el futuro rey de Israel. Pero Flavio
Josefo habla de profetas que se presentaban en el siglo I con pretensiones
regias, mesiánicas.
La
intención del pueblo es claramente revolucionaria, nombrar un rey que los
gobierne distinto del César romano, un rey que los libere. Pero Jesús no
comparte ese punto de vista y huye. «Mi reino no es de este mundo», dirá a Pilato.
Un milagro que continúa en un discurso
En los Sinópticos, el milagro está
cerrado en sí mismo. En Juan, el milagro supone el punto de partida para el
largo discurso que se leerá en los próximos domingos. Es importante recordar
este detalle al comentar el texto: se puede subrayar la preocupación de Jesús
por la gente, su poder infinitamente superior al de Eliseo, el simbolismo
eucarístico, la oposición de Jesús a un mesianismo político… pero hay que dejar
claro que el relato es sólo la puerta a un discurso. «Ahora viene lo bueno». El milagro de los panes
sirve para presentar a Jesús como el verdadero pan de vida.
Juan,
al escribir los discursos de Jesús, los concebía como un desafío para el
lector: no se debían entender a la primera, sino tras diversas lecturas y
continua reflexión. Por desgracia, la mayoría de los fieles, al menos en
España, no está para muchos desafíos en el mes de agosto.
Receta para conseguir la unidad (2ª lectura: Efesios 4,1-6)
El
domingo pasado, la carta a los Efesios recordaba que Dios reconcilió a judíos y
paganos mediante la muerte de Jesús. Pero esa unidad puede resquebrajarse
fácilmente. Nos solo entre los dos pueblos, sino también dentro de las
comunidades del mismo origen. La experiencia de veinte siglos lo demuestra.
Pablo, desde la cárcel, aconseja las actitudes que ayudan a mantener la unidad:
humildad, amabilidad, comprensión, sobrellevarse mutuamente, esforzarse en
mantener el vínculo de la paz. Así se llegará a ser un solo cuerpo y un solo
espíritu, basados en «un Señor, una fe, un bautismo». Este texto recuerda, con
palabras muy distintas, el gran deseo de Jesús en su despedida, según el
evangelio de Juan: «Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti». Y, en
relación con el evangelio, nos recuerda que somos uno todos los que comemos el
mismo pan.
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