La parábola del domingo pasado
(las diez muchachas) animaba a ser inteligentes y previsores. La de hoy anima a
la acción, a sacar partido de los dones recibidos de Dios. Jesús ha usado poco
antes, en otra parábola, la imagen del señor y sus empleados. Ahora vuelve a
hacerlo, pero usando el contexto de la cultura urbana y pre-capitalista. La
riqueza del señor no consiste en tierras, cultivos y rebaños de vacas y ovejas.
Consiste en millones contantes y sonantes, porque los famosos “talentos” no
tienen nada que ver con la inteligencia. El talento era una cantidad de plata que
variaba según los países, oscilando entre los 26 kg en Grecia, 27 en Egipto, 32
en Roma y 59 en Israel. Por consiguiente, los tres administradores reciben,
aproximadamente, 300, 120 y 60 kg de plata.
La parábola
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta
parábola:
Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y
los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a
otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que
recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco.
El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió
uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos
empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos.
Se acercó el que habla recibido cinco talentos y le
presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira,
he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado
fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante;
pasa al banquete de tu señor."
Se acercó luego el que habla recibido dos talentos y
dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su
señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido
fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu
señor."
Finalmente, se acercó el que había recibido un
talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no
siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento
bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo."
El señor le respondió: "Eres un empleado
negligente y holgazán. ¿Con que sabias que siego donde no siembro y recojo
donde no esparzo? Pues deblas haber puesto mi dinero en el banco, para que, al
volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y
dádselo al que tiene diez.
Porque al que tiene
se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que
tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el
llanto y el rechinar de dientes.
El empleado miedoso,
negligente y holgazán
Los dos primeros
duplican esa cantidad negociando con el dinero que les han confiado. Pero la
parábola se detiene en el tercero, que se molesta en buscar un sitio escondido,
cava un hoyo, y entierra el talento. El lector actual, conocedor de tantos
casos parecidos, se pregunta quién ha sido el más inteligente. ¿Es preferible
colocar el capital en acciones arriesgadas o guardarlo en una caja fuerte? En
cambio, el propietario de la parábola lo tiene claro: había que invertir el
dinero y sacarle provecho, como hicieron los dos primeros empleados.
¿Por qué no ha
hecho igual el tercero? Él mismo lo dice: porque conoce a su señor, le tiene
miedo, y prefirió no correr riesgo. Y termina con un lacónico: “Aquí tienes lo
tuyo”.
Sin embargo, el
señor no comparte esa excusa ni esa actitud. Lo que ha movido al empleado no ha
sido el miedo, sino la negligencia y la holgazanería. Le traen sin cuidado su
señor y sus intereses. Y toma una decisión que, actualmente, habría provocado
manifestaciones y revueltas de todos los sindicatos: lo mete en la cárcel
(“echadlo fuera, a las tinieblas”).
Aplicándonos el cuento
Los
sindicatos llevarían razón, y conseguirían que readmitieran al empleado,
incluso con un gran resarcimiento por daños y perjuicios. Pero el Señor de la
parábola no depende de sindicatos ni tribunales del trabajo. Tiene pleno
derecho a pedirnos cuentas a cada uno del tesoro que nos ha encomendado.
Como
ocurría con el aceite en la parábola de las muchachas, los talentos se han
prestado a múltiples interpretaciones: cualidades humanas, don de la fe, misión
dentro de la iglesia, etc. Ninguna de ellas excluye a las otras. La parábola
ofrece una ocasión espléndida para realizar un autoexamen: ¿qué he recibido de
Dios, a todos los niveles, humano, religioso, familiar, profesional, eclesial?
¿Qué he hecho con ello? ¿Ha quedado escondido en un cajón? ¿Ha sido útil para
los demás? Como se dice en el mismo evangelio de Mateo: ¿Ha resplandecido mi
luz ante los hombres para que glorifiquen al Dios del cielo? Pienso que será
suficiente decirle: “Aquí tienes lo tuyo”.
Una moraleja
desconcertante
La
parábola, termina con unas palabras muy extrañas:
“Al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta
lo que tiene”.
¿En
qué quedamos? ¿Tiene o no tiene? Pero la frase no se debe al error de un
copista, se encuentra así en los tres evangelios sinópticos (Mt 13,12; Mc 4,25;
Lc 19,26). Es posible que el mismo Jesús intentara aclararla más tarde mediante
la historia de un señor que encomienda su capital a tres empleados. El sentido
de la frase resulta ahora más claro: “Al que produzca se le dará, y al
que no produzca se le quitará lo que tiene”. Esa parábola terminó en dos
versiones bastante distintas, la de Mateo, que se lee hoy, y la de Lucas
19,11-27. Lucas, para no provocar las iras de los sindicatos, no mete al
empleado holgazán en la cárcel, se limita a quitarle el denario.
La empresaria modelo (1ª lectura)
En el contexto económico de la parábola
encaja perfectamente la imagen de la mujer empresaria de la que habla el libro
de los Proverbios. La liturgia traduce “mujer hacendosa”. Pero el texto sugiere
mucho más. Habla de una mujer que es, al mismo tiempo, excelente empresaria
(cosa que quedaría más clara si la liturgia no hubiera mutilado el texto),
generosa con los necesitados y con las personas a su servicio, preocupada por
sus hijos y su marido, gozando del respeto y estima de sus conciudadanos,
porque ella misma respeta al Señor. Es interesante esta imagen propuesta por un
libro bíblico hace veintitrés o veinticuatro siglos, tan distinta de nuestro
proverbio: “La mujer casada, la pata quebrada… y en casa”.
Una mujer hacendosa,
¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de
ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los
días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus
manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la
rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al
pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor
merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la
alaben en la plaza.
Quien lee el poema entero (se encuentra
en Proverbios 31,10-31) advierte la enorme actividad que esta mujer desarrolla
desde la mañana temprano hasta avanzada la noche. El capital recibido de Dios
(sean cinco talentos, dos o uno) ha sabido invertirlo perfectamente.
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