El último domingo del año litúrgico se dedica a celebrar
la victoria del Señor, después de haber recordado los momentos difíciles y
duros de su vida. Pero las lecturas no nos hablan de una celebración de
campanas al vuelo y ceremonias deslumbrantes. Hablan de lo bien que se porta
Cristo Rey con nosotros y de la respuesta que espera de nuestra parte.
Primer regalo: su preocupación por nosotros
(lectura de Ezequiel)
En el Antiguo Oriente, la imagen
habitual para hablar del rey era la del pastor. Simbolizaba la preocupación y
el sacrificio por su pueblo, como la de un pastor por su rebaño. En la
práctica, no siempre era así. El c. 34 de Ezequiel habla de los reyes judíos como malos
pastores que han abusado de su pueblo y luego se han desinteresado de él y lo
han abandonado cuando se produjo la caída de Jerusalén y la deportación a
Babilonia.
Pero Dios no va a permanecer impasible:
eliminará a esos malos reyes y ocupará su puesto haciendo dos cosas: 1) como
Rey-pastor, buscará a sus ovejas, las cuidará, etc. 2) como Rey-juez, juzgará a
su rebaño, defendiendo a las ovejas y salvándolas de los machos cabríos (por
eso llamamos en España “cabrones” a los que se portan mal con otros).
El texto del evangelio (el Juicio
Final) empalma con el segundo tema. Pero la liturgia se ha centrado en el
primero, que subraya la preocupación de Dios por su pueblo. Es interesante
advertir la cantidad de acciones que subrayan su amor e interés: «seguiré el
rastro de mis ovejas, las libraré, apacentaré, las haré sestear, buscaré,
recogeré, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas». En el contexto de la
fiesta de hoy, estas frases habría que aplicarlas a Jesús y ofrecen una imagen
muy distinta de Cristo Rey: no lo caracterizan el esplendor y la gloria sino su
cercanía y entrega plena a todos nosotros. Buen momento para recordar cómo se
ha comportado con cada uno, buscándonos, librándonos, curando...
Así
dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su
rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se
le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas
de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones.
Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor
Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las
heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las
apacentaré« como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor:
Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.»
Segundo regalo: victoria sobre la muerte
(lectura la 1ª carta a los Corintios)
Pablo, influido sin duda por las
campañas romanas de su tiempo, presenta a Dios Padre como el gran emperador que
termina triunfando y sometiendo todo. Pero quien guerrea en su nombre es
Cristo, que debe enfrentarse a numerosos enemigos. El último de ellos, el más
peligroso, es la muerte, a la que Jesús vence en el momento de resucitar. De
esa victoria sobre la muerte participamos también todos nosotros. El fin del
año litúrgico, que recuerda el fin de la vida, es un momento adecuado para
superar la incertidumbre y la angustia ante la muerte y agradecer la esperanza
de la resurrección.
Hermanos:
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.
Una condición (evangelio)
El evangelio no se centra en el triunfo
de Cristo, que da por supuesto, sino en la conducta que debemos tener para
participar de su Reino.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
Cuando venga en su gloria el Hijo del
hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y
serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros,
como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su
derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha:
̶
Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a
verme.
Entonces los justos le contestarán:
̶
Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
̶ Os
aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos,
conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda:
̶
Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:
̶
Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?
Y él replicará:
̶ Os
aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes,
tampoco lo hicisteis conmigo.
Y éstos irán al castigo eterno, y los
justos a la vida eterna.
La parábola es tan famosa y clara que
no precisa comentario, sino intentar vivirla. Pero indico algunos datos de
interés.
1.
A diferencia de otras presentaciones del Juicio Final en la Apocalíptica judía,
quien lo lleva a cabo no es Dios, sino el Hijo del Hombre, Jesús. Es él quien
se sienta en el trono real y el que actúa como rey, premiando y
castigando.
2.
Los criterios para premiar o condenar se orientan exclusivamente en la línea de
preocupación por los más débiles: los que tienen hambre, sed, son extranjeros,
están desnudos, enfermos o en la cárcel. Estas fórmulas tienen un origen muy
antiguo. En Egipto, en el capítulo 125 del Libro de los Muertos, encontramos
algo parecido: «Yo di pan al hambriento y agua al que padecía sed; di vestido
al hombre desnudo y una barca al náufrago». Dentro del AT, la formulación más
parecida es la del c. 58 de Isaías: «El ayuno que yo quiero es éste: partir tu
pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves
desnudo y no cerrarte a tu propia carne.» Lo único que Jesús tendrá en cuenta a
la hora de juzgarnos será si en nuestra vida se han dado o no estas acciones
capitales. Otras cosas a las que a veces damos tanta importancia (creencias,
prácticas religiosas, vida de oración...) ni siquiera se mencionan.
3. La novedad absoluta del planteamiento de Jesús es que
lo que se ha hecho con estas personas débiles se ha hecho con Él. Algo tan
sorprendente que extraña por igual a los condenados y a los salvados. Ninguno
de ellos ha actuado o dejado de actuar pensando en Jesús; pero esto es
secundario.
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