jueves, 7 de abril de 2016

El misterio de la fe: seguridad sin evidencia. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

El Papa no es un cantante de rock

            El domingo pasado escuché por televisión las palabras del papa Francisco. Me gustaron mucho. Pero antes tuve (tuvimos) que soportar el histerismo de unas quinceañeras de lengua española que lo aclamaban como si fuera un artista. El evangelio de hoy ofrece una imagen muy distinta de Pedro y de su misión.

Pedro, un líder con poca vista, impetuoso y activo

            El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy. El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.
            El comienzo es muy interesante. Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

            En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: 
            Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: 
            - Me voy a pescar.
            Ellos contestan: 
            - Vamos también nosotros contigo.
            Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 
            Jesús les dice: 
            - Muchachos, ¿tenéis pescado?
            Ellos contestaron: 
            - No.
            Él les dice: 
            - Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
            La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

            Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.
            El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

            Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: 
            - Es el Señor.
            Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: 
            - Traed de los peces que acabáis de coger.
            Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. 

            El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.
            [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

            Jesús les dice: 
            - Vamos, almorzad.
            Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
            Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. 

            La mayor sorpresa para el lector, y uno de los mensaje más importantes del relato, son las palabras: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.
            Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

Pedro de nuevo: humildad y misión

            Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: 
            - Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
            Él le contestó: 
            - Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
            Jesús le dice: 
            - Apacienta mis corderos.
            Por segunda vez le pregunta: 
            - Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
            Él le contesta: 
            - Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
            Él le dice: 
            - Pastorea mis ovejas. 
            Por tercera vez le pregunta: 
            - Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
            Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
            - Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
            Jesús le dice: 
            - Apacienta mis ovejas. 
            Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
            Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. 
            Dicho esto, añadió: 
            - Sígueme.

            La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.
            Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.
           


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