jueves, 17 de septiembre de 2015

Rechazar a los grandes y acoger a los pequeños. Domingo 25. Ciclo B


Marcos (imitado más tarde por Mateo y Lucas) estructura la segunda parte de su evangelio a partir de un triple anuncio de Jesús de su muerte y resurrección; y a los tres anuncios siguen tres relatos que ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo pasado leímos el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del sufrimiento y la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la incomprensión de todos.

Segundo anuncio de la pasión y resurrección

Mientras recorren Galilea, como una enseñanza que no se da en un momento preciso ni está motivada por especiales circunstancias, Jesús repite el núcleo de lo dicho anteriormente. En comparación con el primer anuncio, esta vez no concreta quiénes serán los adversarios; en vez de sumos sacerdotes, escribas y senadores habla simplemente de “los hombres”. Todo se centra en el binomio muerte-resurrec­ción.

Segunda muestra de incomprensión

Al primer anuncio, Pedro reaccionó reprendiendo a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todo callen, aunque siguen sin entender a Jesús: «ellos no entendían lo que les decían y temían preguntarle» (Mc 9,32).
La prueba más clara de que no han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque, cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan por vergüenza a reconocer que el tema de su conversación está en contra de lo que Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.

¿Discípulos de Jesús o discípulos de Qumrán?

Para comprender la discusión de los discípulos y el carácter revolucionario de la postura de Jesús es interesante recordar la práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguien­te: «Los sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el pueblo entero marchará en tercer lugar (...) Que todo israelita conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno. Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le corresponde» (Regla de la Congrega­ción II, 19-23). Este carácter jerarquizado de Qumrán se advierte en otro pasaje a propósito de las reunio­nes: «Estando ya todos en su sitio, que se sienten primero los sacerdotes, en segundo lugar los ancianos, en tercer lugar el resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9).
La enseñanza de Jesús, revolucionaria con respecto a Qumrán, dice: El que quiera ser primero debe ponerse el último y servir a todos. El evangelio de Juan visualiza esta idea poniendo a Jesús como modelo al lavar los pies a los discípulos.

Una acción simbólica nada romántica

La discusión sobre el más importante supone, en el fondo, un desprecio al menos importante. Jesús va a dar una nueva lección a sus discípulos, pero no solo con palabras, sino con un gesto simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño, y lo estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado”. Jesús no anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a acogerlos en la comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo anterior sobre grandeza y servicio.
El grupo religioso más estimado en Israel, que curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los hebreos, dice que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y única libertad». El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran estima de los niños: «El sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla con los niños y el demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al hombre del mundo» (Abot, 3,14).
En cambio, Jesús dice que quien los acoge en su nombre lo acoge a él, y, a través de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En ningún otro sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona importante lo acoge a él. Es posible que este episodio, además de servir de ejemplo a los discípulos, intentase justificar la presencia de los niños en las asambleas cristianas.
[El tema de Jesús y los niños vuelve a salir más adelante en el evangelio de Marcos, cuando los bendice y los propone como modelos para entrar en el reino de Dios. Ese pasaje, por desgracia, no se lee en la liturgia dominical.]

Nota sobre la primera lectura

            El libro de la Sabiduría es casi contemporáneo del Nuevo Testamento (entre el siglo I a.C. y el I d.C.). Al estar escrito en griego, los judíos no lo consideraron inspirado, y tampoco Lutero y las iglesias que sólo admiten el canon breve. El capítulo segundo refleja la lucha de los judíos apóstatas contra los que desean ser fieles a Dios. De ese magnífico texto se han elegido unos pocos versículos para relacionarlos con el anuncio que hace Jesús de su pasión y resurrección.




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