El evangelio de Marcos se divide en dos grandes partes,
divididas por el pasaje que hoy leemos. Hasta este momento se ha ido planteando
el enigma de quién es Jesús, y ahora es él quien plantea la pregunta a sus
discípulos: ¿quién dice la gente que soy yo?
Lo que piensa la gente
Para la gente, Jesús
no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de
Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más
"teológica" y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba
su vuelta, de acuerdo con Mal 3,23: "Yo os enviaré al profeta Elías antes
de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con
hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra". En
cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de
los antiguos profetas, en lo que pueden influir muchos aspectos: su poder (como
en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con
la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no
limitado al estrecho espacio del culto.
Lo que piensa Pedro
Jesús quiere saber si
sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy?” Es una pena que Pedro se lance inmediatamente
a dar la respuesta, porque habría sido interesantísimo conocer las opiniones de
los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras “Tú eres el
Mesías”.
¿Qué significaba este
título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un
personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero
normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Pero la monarquía
desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de
la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez
más maravillosas.
Los Salmos de
Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen
detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos,
eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda
práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud y su dominio se
extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del
Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».
Si imaginamos al
grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un
lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades
religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una
auténtica locura.
Lo que piensa Jesús de sí mismo
En contra de lo que
cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de
referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: “Hijo del
Hombre”, que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama “Hijo de
Adán”) y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo
interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser
rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, sufrir la
muerte y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían
tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje
que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es
desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje
del Siervo de Yahvé (Isaías 53).
Conflicto entre Pedro y Jesús
Igual que el poema
del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se
queda en el sufrimiento, se lleva a Jesús aparte y le increpa, sin que Mc
concrete las palabras que dijo.
Jesús reacciona con
enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos
porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás!
¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo
ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones.
El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a
Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su
mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve
aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de
violencia.
Enseñanza para todos
De repente, el
auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que
Jesús (“el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio
la salvara”) parten de una idea conocida en el AT: la elección
entre la vida y la muerte. Pero con una notable diferencia: elegir la vida
equivale aquí a seguir a Jesús, eligiendo con ello negarse a sí mismo, cargar
la cruz y morir. Cuando el discípulo acepta el destino del Siervo de Dios, el
destino de Jesús, termina consiguiendo el triunfo, la vida verdadera.
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