Volver a empezar
El primer domingo de Cuaresma,
en cualquiera de los tres ciclos, se dedica siempre a recordar las tentaciones
de Jesús. Eso supone que debemos dar marcha atrás, olvidarnos de que ya estaba
recorriendo Galilea con sus discípulos y volver a empezar. Jesús acaba de
bautizarse, ha recibido una misión de Dios. Pero antes de lanzarse a una
actividad pública, el espíritu lo impulsa al desierto. Con este relato, muy
simbólico y que no se presta a conclusiones piadosas, Marcos quiere plantearnos
desde el comienzo el misterio de la persona de Jesús.
Un relato sin
tentaciones
Si se hiciera una encuesta a
los cristianos sobre las tentaciones de Jesús (suponiendo que hayan oído hablar
de Jesús y de las tentaciones) algunos mencionarían la de convertir una piedra
en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba;
los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo.
Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo
y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús
al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por
Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Más que un relato parece un
guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar.
El Espíritu.
En las tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a
los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo de
sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia, el
Espíritu impulsa a Jesús al desierto.
El desierto es el lugar de la prueba, como
lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra
Prometida. Allí fue tentado, para ver si eran fieles. Y la inmensa mayoría
sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado.
Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.
Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años
que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de
plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los
cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.).
Satanás. Nosotros hemos adornado este
personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar
claro cómo lo concibe Mc. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco
ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del
evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se
refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la
pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al
plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado
en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a
los tristes, no anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante,
pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.
Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está
cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier
campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones,
alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen
mencionados junto con los ángeles:
«A sus ángeles
ha dado órdenes
para que te guarden
en todos tus caminos;
te llevarán en sus
palmas
para que tu pie no
tropiece en la piedra;
caminarás sobre chacales
y víboras,
pisotearás leones
y dragones».
Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás.
Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe
de todos los peligros.
Estos elementos (tentación, vivir con los animales,
servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se
contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Mc presenta a Jesús
como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la
tentación, sino que la supera.
Primera actividad
de Jesús y síntesis de su predicación
El relato de las tentaciones en Mc
es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un
tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús) y ya las leímos en el
Domingo 3º, la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la
Cuaresma.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se
marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el
plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Esas palabras ya las leímos el domingo 3º.
Recuerdo lo que comenté a propósito de ellas. Marcos ofrece tres datos: 1)
momento en que comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su
predicación.
Momento. Cuando encarcelan a Juan
Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe
continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de
manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en
cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a
nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de
Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no
se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro.
Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los
pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una
región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a
los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como
afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III,
41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el
Imperio romano.
Los judíos de Judá y Jerusalén no
estimaban mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al
norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino
orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos
sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no
sale ningún profeta” (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre
gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume
Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca”)
y una invitación (“convertíos y creed en la buena noticia”).
El anuncio encaja en la
mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos
religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no
encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios.
Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese
reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no
habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está
cerca”.
Pero lo más importante es que
vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena
noticia.
Convertirse implica dos cosas:
volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del
hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe
volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de
los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Pero Jesús invita también a
“creer en la buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren
toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura,
aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará
pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de
los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
El recuerdo del
bautismo
Desde antiguo, la celebración de la Pascua
quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha
influido en la selección de las lecturas de la Cuaresma, que pretenden recordar
episodios que jugaron un gran papel simbólico en la preparación para el
bautismo. La carta de Pedro (llamada así aunque no la escribió san Pedro) ve en
el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las
aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal. Menos
clara es la relación de la lectura del Génesis con el bautismo; aunque también
ella habla de Noé, todo se centra en la promesa de Dios de no volver a destruir
la tierra. Es posible que se haya elegido el texto por la convivencia de hombre
y animales, que recuerda a lo que dice el evangelio sobre Jesús viviendo con
las fieras.
Jesús y nuestro
bautismo
La presentación de Jesús como nuevo Adán está
estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el
bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento
que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que
recibíamos.
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