El domingo 1º de Cuaresma se
dedica siempre a las tentaciones de Jesús, y el 2º a la transfiguración. El
motivo es fácil de entender: la Cuaresma es etapa de preparación a la Pascua;
no sólo a la Semana Santa, entendida como recuerdo de la muerte de Jesús, sino
también a su resurrección. Este episodio, que anticipa su triunfo final nos ayuda
a enfocar adecuadamente estas semanas.
El contexto
Jesús ha anunciado que debe
padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar. Pedro, que no quiere oír
hablar de sufrimiento y muerte, lo lleva aparte y lo reprende, provocando la
respuesta airada de Jesús: «Retírate, Satanás». Luego llama a toda la gente
junto con los discípulos, y les dice algo más duro todavía: no sólo él sufrirá
y morirá; los que quieran seguirle también tendrán que negarse a sí mismos y
cargar con la cruz. Pero tendrán su recompensa cuando él vuelva triunfante. Y
añade: «Algunos de los aquí presentes no morirán antes de ver llegar el reinado
de Dios con poder». ¿Se cumplirá esa extraña promesa? ¿Hay que hacerle caso a
uno que pone condiciones tan duras para seguirle?
El cumplimiento: la
transfiguración
Seis después tiene lugar esta
extraño episodio.
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos
se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero
del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos
a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban
asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió
una voz de la nube: «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar
alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de
la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que
el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar
de entre los muertos».
El relato podemos dividirlo en
tres partes: la subida a la montaña, la visión, la bajada. Desde el punto de
vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y Marcos utiliza
los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para
describirla.
La subida a la montaña
Es significativo el hecho de que
Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de
los otros nueve no debemos interpretarla sólo como un privilegio; la idea
principal es que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado
por todos. Por otra parte, se dice que subieron «a una montaña alta». Mc usa el
frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios.
Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino.
Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado
era el Sinaí. También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual
que el monte Sión en Jerusalén.
La visión
En la visión hay cuatro elementos
que la hacen avanzar hasta su plenitud.
1) La transformación de las
vestiduras de Jesús, que se vuelven «de un blanco deslumbrador, como no es
capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo». Mc parece sugerir que del
interior de Jesús brota una luz deslumbradora que transforma sus vestidos. Esa
luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta
ahora de forma tan sorprendente.
2) Elías y Moisés. Curiosamente, el
primer plano lo ocupa Elías, considerado en el judaísmo el precursor del Mesías
(Eclesiástico 48,10); el puesto secundario que ocupa Moisés resulta difícil de
explicar. Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el
que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría
existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a
esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está
a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin él, habría caído
por tierra toda la obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial
importancia a estos dos personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los
discípulos (no a Jesús), es una manera de confirmarles la importancia del
personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está
destruyendo la labor religiosa de los siglos pasados, se encuentra en la línea
de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.
3) En este contexto, las palabras
de Pedro proponiendo hacer tres tiendas suenan a simple despropósito. Mc lo
justifica aduciendo que estaban espantados y no sabía lo que decía.
Generalmente nos fijamos en las tres tiendas. Pero esto es simple consecuencia
de lo anterior: «qué bien se está aquí». Pedro no quiere Jesús no sufra. Mejor
quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que tener que seguirle
con la cruz.
4) La nube y la voz. Como en el
Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella. Sus primeras palabras
repiten exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús,
cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un
imperativo: «¡Escuchadlo!». La orden se relaciona con las anteriores palabras
de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura
alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje
no puede ser eludido ni trivializado. «¡Escuchadlo!»
Este episodio está contado como
experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber
escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que
impone a sus seguidores, tienen tres experiencias complementarias: 1) ven a
Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) se les aparecen Moisés y Elías; 3)
escuchan la voz del cielo.
Lo cual supone una enseñanza
creciente: 1) al ver transformados sus vestidos tienen la experiencia de que
su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) al aparecérseles Moisés y
Elías se confirman en que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel
y de la revelación de Dios; 3) al escuchar la voz del cielo saben que seguir a
Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
El descenso de la montaña
La orden de Jesús de que no
hablen de la visión hasta que él resucite (v.9) se inserta en la misma línea de
la prohibición de decir que él es el Mesías (16,20). No es momento ahora de
hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de
la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo
de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
Dos padres, dos
hijos, dos escándalos
Las dos primeras lecturas de este
domingo se relacionan por oposición. En la primera, Abrahán está dispuesto a
sacrificar a su único hijo si Dios se lo pide, cosa que no ocurre. En la
segunda, Dios entrega a su hijo para demostrarnos que está dispuesto a
concedernos todo. Los dos textos extrañan, incluso escandalizan, a muchos
cristianos.
Primer escándalo: el sacrificio de Abrahán (Génesis 22,1-2. 9-13.15-18)
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole:
̶ ¡Abrahán!
Él respondió:
̶ Aquí me tienes.
Dios le dijo:
̶ Toma a tu hijo único, al que
quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en
uno de los montes que yo te indicaré.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el
altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar,
encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo;
pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
̶ ¡Abrahán! Abrahán!
Él contestó:
̶ Aquí me tienes.
El ángel le ordenó:
̶ No alargues la mano contra tu hijo
ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu
hijo tu único hijo.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la
maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su
hijo.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
̶ Juro por mí mismo -oráculo del
Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te
bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como
la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las
ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia,
porque me has obedecido.
La práctica de los
sacrificios humanos está muy extendida en los más diversos pueblos y culturas,
desde Escandinavia al Japón. Pero el Antiguo Testamento nos informa también de
algo más terrible: el sacrificio del primogénito. En casos de extrema
necesidad, el rey o el jefe militar ofrecía en sacrificio a los dioses lo más
valioso que poseía: el hijo o la hija primogénito. No sabemos si esta práctica
estaba difundida también a nivel privado. Si lo que dice el profeta Jeremías no
es exageración, cabe pensar que sí.
En esa práctica,
desde la óptica de aquellos siglos, hay algo muy valioso: se reconoce el
derecho de Dios a lo más querido para cualquier persona. Pero en Israel
intuyeron pronto que Dios no quiere esa forma de piedad. Había que compaginar
dos cosas aparentemente contradictorias: Dios tiene derecho a la vida del
primogénito, pero no quiere ejercer ese derecho.
El relato
del sacrificio de Abrahán cumple perfectamente este objetivo: el patriarca
reconoce el derecho de Dios, pero Dios no quiere que lo ponga en práctica. Cuando
se conocen las circunstancias históricas y culturales, el relato no escandaliza
sino que alegra.
Segundo escándalo: el sacrificio de Jesús (Romanos 8, 31b-34)
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que
no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que
justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún resucitó y
está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?
Más difícil
de explicar es este segundo escándalo. Porque nadie comprende que Dios sacrifique
a su hijo para salvar a esa panda de indeseables que somos nosotros. Lo curioso
es que los primeros autores cristianos (los evangelistas y los apóstoles en sus
cartas) nunca se escandalizaban de este hecho. Se admiraban, pero no se
escandalizaban. Pienso que por un motivo muy sencillo: no se quedaban en la
muerte de Jesús, todo lo pensaban a partir de la resurrección. La historia había
terminado maravillosamente bien. Y eso les capacitaba para ver de forma
positiva incluso los aspectos más escandalosos. Las palabras de Pablo en esta
lectura no pueden ser más duras: Dios «no perdonó a su propio Hijo». Sin embargo,
Pablo no deduce de ahí que Dios es cruel, sino que está dispuesto a darnos todo
con él.
Ya que la
idea del juicio final se ha utilizado a menudo para angustiar a la gente,
conviene advertir cómo lo enfoca Pablo. El Juez es Dios; pero no el Dios
justiciero, sino un juez corrupto que se pone de parte de los culpables. Y el
fiscal es Jesús, que ha muerto y sigue intercediendo por nosotros. Es el caso más
escandaloso de corrupción de la justicia. Afortunadamente para nosotros.
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