El Nuevo Testamento termina con unas palabras de Jesús en el libro del
Apocalipsis: “Sí, vengo pronto”. A las que responde el autor: “Amén. Ven, Señor
Jesús”. Aunque la mayoría de los católicos no ha leído el Nuevo Testamento de
punta a cabo, a muchos les suena la idea de “la segunda venida de Jesús” o “la
vuelta del Señor”, sin que a nadie le quite el sueño. Esa vuelta no la ven como
algo inmediato, ni siquiera a largo plazo.
A gran parte de los cristianos de finales del
siglo I, cuando Lucas escribe su evangelio, le ocurría lo mismo. Desde niños, o
desde que se convirtieron, les habían anunciado la pronta vuelta del Señor.
Pero pasaron años, décadas, y no volvía. Escritos muy distintos del Nuevo
Testamento recogen el desánimo y el escepticismo que se fue difundiendo en las
comunidades. Hasta el punto de que el autor de la segunda carta a los
Tesalonicenses se siente obligado a negar la inminencia de esa vuelta: «No perdáis fácilmente la cabeza ni os
alarméis por profecías o discursos o cartas fingidamente nuestras, como si el
día del Señor fuera inminente» (2 Tes 2,2).
Lucas también está
convencido de que el fin del mundo no es inminente. Antes habrá que extender el
evangelio «hasta
los confines de la tierra», como
expone en los Hechos de los Apóstoles. Pero aprovecha la enseñanza de
generaciones anteriores para exhortar a la vigilancia.
[El sacerdote puede elegir este domingo entre una lectura breve y otra larga. Sin detenerme en justificar los motivos, aconsejo limitarse a la breve.]
Tened ceñida la cintura y
encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor
vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados
a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá,
los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o
de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Si se lee el
texto de forma rápida parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su
señor. Sin embargo, cuando se lee con atención, se advierte que habla de dos
señores distintos:
1) uno que
vuelve de un banquete y al que esperan sus criados;
2) otro, que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón, y lo espera en vela.
Dos comparaciones anticuadas
Veinte siglos hacen que incluso las imágenes más expresivas se desvirtúen. La primera comparación trae a la memoria la serie Downton Abbey, con toda la servidumbre perfectamente uniformada y dispuesta a la entrada del palacio esperando la llegada del señor o la familia. Esto pasó a la historia. Imaginando una comparación actual diría: “Tened los chalecos antibalas puestos y las armas preparadas, igual que los agentes de seguridad que esperan que el Presidente salga de la recepción”. Demasiado llamativo y aplicable a poca gente. Pero lo más desconcertante es lo que hace el Presidente: en vez irse a descansar o a dormir, se dedica a servir la cena a sus guardias.
La segunda comparación, la del que espera la venida del ladrón, también parece anticuada. Esa función la cumplen las agencias de seguridad y la policía. Sin embargo, dados los numerosos fallos en este campo, es posible que el dueño de la casa se mantuviese en vela.
Los protagonistas
En el primer caso, los protagonistas somos nosotros, presentados como criados que esperan a su señor, Jesús. En el segundo, el dueño de la casa también nos representa a nosotros, atentos a que no nos roben. Imagen bastante atrevida, porque el ladrón es “el Hijo del hombre”.
Dos consejos distintos
Ya que se trata de dos comparaciones distintas, los consejos también difieren: en el primer caso, debemos imitar a los criados que esperan a su señor; en el segundo, imitar al propietario que espera al ladrón, preparados para la llegada imprevista del Hijo del hombre. Hay también una notable diferencia en cuanto al tono: la primera comparación da por supuesto que el señor encontrará a los criados vigilando y los proclama dos veces bienaventurados. La segunda tiene un tono de amenaza y peligro.
De la vuelta del Señor al encuentro con el Señor
A mediados del siglo XX,
los Testigos de Jehová estaban convencidos de que el fin del mundo sería en
1984 (70 años después de 1914, el comienzo de la Primera Guerra Mundial).
Supongo que ahora mantendrán otra fecha. Pero no debemos reírnos de ellos. La adaptación
de antiguas profecías a nuevas realidades es frecuente en el Antiguo Testamento
y también en la iglesia primitiva.
En el caso concreto de la
lectura de hoy, sin negar la vuelta del Señor, el acento se ha desplazado a
algo más cercano e indiscutible: el encuentro personal con él después de la
muerte. En esta perspectiva, la exhortación a la vigilancia sigue siendo totalmente
válida.
Pero vigilar no significa vivir angustiados, sino cumplir adecuadamente las propias obligaciones, como deja claro la continuación del evangelio (en la forma larga que puede omitirse).
La primera lectura
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio. El texto dice así.
La noche de la liberación [de Egipto] se les anunció de antemano a nuestros padres, para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas, llamándonos a ti. Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.
Primer punto de contacto: vigilancia esperando la salvación.
El libro de la Sabiduría
piensa en la noche de la liberación de Egipto
El evangelio, en la
salvación que traerá la segunda venida de Jesús.
En ambos casos se subraya la actitud vigilante de israelitas y cristianos.
Segundo punto de contacto: solidaridad
Al momento de salir de
Egipto, los israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían
solidarios en los peligros y en los bienes.
En el evangelio, Jesús anima a los cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo. (Este punto de contacto sólo se advierte leyendo el comienzo de la lectura larga).
Reflexión final
Leer este evangelio en el
primer domingo de agosto, cuando muchos acaban de empezar las vacaciones, no
parece lo más adecuado. Sin embargo, precisamente al comienzo de las vacaciones
es cuando más nos aconsejan una actitud de vigilancia: con respecto a la
protección de la casa, las ruedas del coche, la revisión del motor, la
protección de los rayos solares… Siendo realistas, también al comienzo de las
vacaciones es cuando muchos se encuentran definitivamente con el Señor. La
vigilancia no es solo para el otoño.