Existe una clara relación entre las tres lecturas de este domingo: el amor
de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en
Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia,
por el gran amor con que nos amó…” En
el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo
que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente,
advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas
circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta
de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que
fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.
Perdón para los
judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2
Crónicas 36, 14-16. 19-23)
En
aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus
infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la
casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus
padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque
tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los
mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas,
hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo
remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de
Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos
preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a
Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del
reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del
profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos
los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: "El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!"»
La primera lectura resume la cuarta etapa de la Historia
de la salvación. Nos traslada a Babilonia, donde los judíos llevan medio siglo
deportados (586-539 a.C.). La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y
Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la
lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un
hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e
infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus
mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y
se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los
babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén,
deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y
mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De
acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo,
tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que
hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin
embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del
pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al
pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la
madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré
perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su
palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero
lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que
iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos
estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus
antepasados?)
Perdón universal basado
en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)
En aquel tiempo,
dijo Jesús a Nicodemo:
̶ Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree
ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de
forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor
a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de
lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el
evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo
mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo
hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica
un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:
a) que soy pecador,
algo que nunca resulta agradable;
b) que no puedo
salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
c) que es otro,
Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte
por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos
piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.
Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente
foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e
impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren
escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el
avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz,
buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.
Perdón para los
paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los
Efesios, 2,4-10)
Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
La salvación universal de la que habla el evangelio la
concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la
de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse,
estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho
ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin
embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por
el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo
llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”:
que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta
prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la
práctica de las buenas obras.
Reflexión final
En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.
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