El evangelio del 4º domingo de Pascua se dedica, en los tres ciclos, a recordar a Jesús como buen pastor. Aunque hoy día mucha gente solo ha visto un rebaño en televisión, la imagen sigue siendo muy expresiva. Pero el capítulo 10 del cuarto evangelio es tan largo (42 versículos) que la liturgia ha seleccionado unos pocos para cada ciclo. Al C le ha tocado un fragmento tan breve que no se entiende bien si no se conoce lo anterior.
Un debate largo y complicado (el c.10 de san Juan)
La
parábola del buen pastor y el debate siguiente no tienen nada de románticos. A
Jesús estuvieron a punto de costarle la vida y tuvo que huir al otro lado del
Jordán.
Comienza
contando una extraña parábola a propósito de ladrones y bandidos que intentan
robar el rebaño sin entrar por la puerta, saltando la tapia. El pastor entra
por la puerta, conoce a las ovejas por su nombre y ellas lo siguen confiadas,
mientras que de los ladrones no se fían. Cuando termina de contarla, los
presentes “no entendieron de qué les hablaba”.
Jesús, en
vez de aclarar las cosas, las complica. Al principio dice que él es la puerta
del redil; luego, que es el buen pastor; y lo importante no es que conduce al
rebaño a buenos pastos, sino que da la vida por las ovejas, porque tiene el
poder de darla y de recuperarla. Y en medio introduce nuevos personajes: su
Padre, “que me conoce y al que yo conozco”, y otras ovejas que no son de este
redil.
La
conclusión a la que llegan muchos de los oyentes no extraña demasiado: “Está
loco de remate. ¿Por qué lo escucháis?” (literalmente: “tiene un demonio y delira”).
El autor del cuarto evangelio disfruta irritando al lector y casi poniéndolo en
contra de Jesús.
El debate no termina aquí. Continúa en invierno, en la fiesta de la Dedicación del templo, mientras Jesús pasea por el pórtico de Salomón. Las autoridades judías (este es el sentido frecuente de “los judíos” en el cuarto evangelio) lo rodean y le piden que diga claramente si es el Mesías. Jesús responde que ya se lo ha dicho y que no creen en él. Y continúa ofreciendo el ejemplo tan distinto de sus ovejas, que es el texto de este domingo.
Las ovejas, el pastor, los ladrones y el padre del pastor (Juan 10,27-30)
En aquel tiempo, dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.
Las ovejas. El pasaje no comienza hablando del pastor, como sería
lógico, sino de “mis ovejas”, las que escuchan la voz de Jesús y lo siguen, a diferencia
de las autoridades judías, que no creen en él. La escucha y el seguimiento
convierten a las ovejas en propiedad de Jesús, son mías. El
cristiano no puede considerarse dueño de sí mismo. Como decía Pablo: “Si
vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y
en la muerte somos del Señor”.
Una lectura precipitada del capítulo puede producir la impresión de que hay personas predestinadas por Dios a seguir a Jesús y otras predestinadas a negarlo. Pero esta contraposición hay que entenderla a partir de lo dicho en el prólogo del evangelio: “Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; pero a quienes lo recibieron les concedió convertirse en hijos de Dios”. La aceptación y el seguimiento de Jesús no excluyen la libertad humana.
El pastor. En la parábola inicial el pastor llega al rebaño, le abren la puerta y saca a las ovejas. ¿A dónde las lleva? No se dice. Recordando el salmo 22 (“El Señor es mi pastor”), podríamos completar: “en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas”. Pero Jesús introduce un cambio capital: las lleva a “la vida eterna”. Algo que se realiza no solo después de la muerte, sino ya en este mundo. La fe en Jesús da una dimensión nueva a la existencia de quien cree en él.
Los ladrones. La parábola comienza hablando de ellos. Aquí no se los menciona expresamente, pero son los que intentan arrebatar a las ovejas de las manos de Jesús. En el contexto del evangelio serían los fariseos y demás autoridades que se oponen a que la gente lo siga. En la iglesia de finales del siglo I serían los “cristianos” que niegan que Jesús sea el Mesías y el hijo de Dios (a los que se denuncia en la 1ª carta de Juan). En cualquier caso, no tendrán éxito, no podrán “arrebatarlas de mi mano”. El salmo 22, hablando desde la perspectiva de la oveja, dice algo parecido: “Aunque atraviese cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo”.
El Padre. Estas frases finales son las más desconcertantes. ¿Por qué introduce Jesús la figura del Padre? A primera vista, más que ayudar, estorban y confunden al lector. La clave podría estar de nuevo en el salmo 22 y en Ezequiel 34, donde el pastor es Dios. ¿Tiene derecho Jesús a presentarse como pastor? ¿No está usurpando el puesto de Dios? Jesús, al arrogarse el título y la función, deja claro que no elimina al Padre. “Yo y el Padre somos uno”. La reacción del auditorio es más dura en este caso: “cogieron piedras para apedrearlo”. De aquí nace un debate sobre su presunta blasfemia y Jesús terminará huyendo al otro lado del Jordán (esto no se lee en la liturgia).
¿Qué nos dice este breve pasaje hoy día?
1) Lo
esencial del cristiano es creer en Jesús y seguirlo. Algo que no es absurdo
recordar, porque mucha gente piensa que lo importante es practicar una serie de
normas y cumplir con determinados ritos. Todo eso tiene que basarse en una
relación personal con Jesús.
2)
Confianza en él. En otros momentos del capítulo se subraya su bondad, que
culmina en dar la vida. Aquí la fuerza recae en que él no permitirá que nadie
arrebate a las ovejas de su mano. Lo cual no significa que nos veamos libres de
dificultades, como han dejado claro las dos primeras lecturas de este domingo.
3) Conocimiento de Jesús. Como en tantos otros pasajes del evangelio, se indica su estrecha relación con el Padre, hasta llegar casi a la identificación. Más adelante, en el discurso de la cena, dirá Jesús a Felipe: “El que me ha visto ha visto al Padre”. Algo que sigue resultando escandaloso a muchos cristianos, como lo fue para muchos judíos de su época.
Insultos y expulsión (Hechos de los apóstoles 13,14. 43-52).
La
liturgia ha omitido los versículos 15-42, provocando algo absurdo. Al final del
v.14 se dice Pablo y Bernabé “tomaron asiento”; e inmediatamente se añade que
“muchos judíos y prosélitos se fueron con ellos”. Entonces, ¿para qué toman
asiento?
Si
no hubieran mutilado el texto habría quedado claro que se sientan para tomar
parte en la liturgia del sábado. Al cabo de un rato, les invitan a hablar, y
Pablo hace un resumen muy rápido de la historia de Israel para terminar
hablando de Jesús. Ahora se comprende que, al terminar la ceremonia, muchos
judíos y prosélitos se fueran con los apóstoles. Pero, al cabo de una semana,
cuando vuelven a la sinagoga, la situación será muy distinta. Los judíos
responden a Pablo y Bernabé con insultos. Más tarde los expulsan del
territorio. Dentro de lo que cabe, tuvieron suerte. Más adelante apedrearán a
Pablo hasta darlo por muerto.
En la dinámica del libro de los Hechos este episodio es fundamental porque abre una nueva etapa de predicación del evangelio a los paganos. Sin embargo, la palabras “sabed que nos dedicamos a los gentiles” no debemos interpretarlas como un corte radical de Pablo con el judaísmo. Siempre que llegue a una ciudad, lo primero que hará es acudir a la sinagoga y anunciar a Jesús a los judíos.
En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquia de
Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Muchos
judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron
hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi
toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los
judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones:
- Teníamos que anunciaros
primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os
consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles.
Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te haré luz de los gentiles, para que
lleves la salvación hasta el extremo de la tierra”.
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron. La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio. Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Martirio y victoria (Apocalipsis 7,9.14b-17)
Cuando el cristianismo comenzó a difundirse por el imperio, encontró pronto la oposición de las autoridades romanas y de la gente sencilla. Veían a los cristianos como gente impía, que daba culto a un solo dios en vez de a muchos, inmoral, enemiga del emperador, al que no querían reconocer como Señor, etc. El punto final en bastantes casos fue la muerte, como ocurrió a Pedro, Pablo y a los otros durante la persecución de Nerón (lo que cuenta el historiador romano Tácito impresiona por la crueldad con que se los asesinó). Sin embargo, la lectura del Apocalipsis no se centra en sus sufrimientos sino en su victoria.
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos
con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y uno de los ancianos me
dijo:
- Estos son los que vienen
de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del
Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su
templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán
hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que
está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas
vivas. Y Dios enjugara las lágrimas de sus ojos.
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