[NOTA PREVIA: Este domingo se conoce como de la Divina Misericordia, devoción promovida a partir de 1930 por una religiosa polaca, Sor María Faustina, e instituida como fiesta por Juan Pablo II. Ya que el tema de la misericordia divina ha sido central en la Semana Santa, me limito a comentar los textos bíblicos, centrados especialmente en la fe.]
Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).
Al anochecer de
aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
- Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les
enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver
al Señor. Jesús repitió:
- Paz a vosotros. Como
el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló
su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los
Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros
discípulos le decían:
- Hemos visto al
Señor.
Pero él les
contestó:
- Si no veo en sus
manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y
no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días,
estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando
cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
- Paz a vosotros.
Luego dijo a
Tomás:
- Trae tu dedo, aquí
tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo,
sino creyente.
Contestó Tomás:
- ¡ Señor Mío y Dios
Mío!
Jesús le dijo:
- ¿Porque me has
visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.
Las peculiaridades de este relato de Juan
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan
lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar
a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus
partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son
galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los
defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al
miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería:
«no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Alguno
podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que
los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa.
Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los
discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los
once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a
Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las
mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite
tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras
pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no
como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos
momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica
esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas
y la fe. Los relatos de
apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para
ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María
Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven
partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las
manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no
es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea,
aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el
dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la
resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor
enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si
Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar
diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta
Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron
y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va
acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla
de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros
ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y
nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios
hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este
caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío
yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una
cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”
En este
pasaje del evangelio se da un importante cambio en los destinatario. En la
primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz, a
ellos los envía en misión y les da el Espíritu. En la segunda se dirige a
Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos
nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Una primera lectura que hay que leer con atención (Hechos 5,12-16)
El evangelio
ha proclamado dichosos a quienes creen sin ver. La primera lectura habla de la
dicha de ver milagros y beneficiarse de ellos. Comienza diciendo que los
apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Y termina
subrayando el papel principal de Pedro; en opinión de la gente, incluso su
sombra basta para curar a alguno. Por eso le traen enfermos hasta de los
alrededores de Jerusalén.
En una
lectura rápida, parece que son estos milagros los que favorecen la expansión de
la comunidad cristiana («crecía el número de los creyentes»). Sin embargo, lo
que cuenta Lucas es más sutil.
Además de los
apóstoles, juega un papel capital la comunidad («todos se reunían con un mismo
espíritu en el pórtico de Salomón»). Y es a ella a la que se adhieren los
nuevos creyentes.
Los milagros de los apóstoles y de Pedro continúan la labor de Jesús, que «“pasó haciendo el bien». Esos enfermos se benefician de ellos, pero no entran en la comunidad cristiana. Los que pasan a formar parte de ella son los que ven la forma de vida de la comunidad. En esta época de secularización, con la disminución creciente de los cristianos, es importante recordar que el numero de los creyentes depende en gran parte del ejemplo que demos a los demás.
Por manos de los apóstoles se realizaban muchos signos y
prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el
pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se
hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una
multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor.
La gente sacaba a los enfermos a las plazas y los ponía en catres y camillas para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.
Lectura del libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Durante los domingos de Pascua, la segunda lectura se toma del libro del Apocalipsis, recogiendo pasajes sueltos, sin conexión especial entre ellos. Pero el Apocalipsis de Juan es una obra muy adecuada para la época de Pascua, porque alienta la esperanza en medio de las persecuciones y asegura que el triunfo ya conseguido por Jesús repercutirá en toda la Iglesia. El fragmento de hoy constituye el comienzo (mutilado, naturalmente) de la obra.
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el
Reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada
Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de
mí una voz potente, como de trompeta, que decía: «Lo que estás viendo,
escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias».
Me volví para ver la voz que hablaba conmigo y, vuelto, vi siete
candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre,
vestido de una túnica talar y ceñido el pecho como un cinturón de oro. Cuando
lo vi caí a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí
diciéndome: «No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve
muerto pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la
muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha
de suceder después de esto.
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