jueves, 20 de enero de 2022

Jesús en Nazaret (1ª parte). Domingo 3º. Ciclo C.




Nazaret a comienzos del siglo XX

Después de celebrar las tres epifanías (a los magos, en el Jordán, en Caná), volvemos al evangelio de Lucas. Cuando lo escribió tomó como punto de partida el de Marcos. Incluso lo copió a veces al pie de la letra. Pero, en bastantes ocasiones, lo cambia y completa. Uno de los casos más curioso de cambio y añadido lo tenemos en el evangelio de este domingo.

            La liturgia ha complicado las cosas al unir dos textos muy distintos: la introducción de Lucas a su evangelio (1,1-4) y la actuación de Jesús en Nazaret (4,14-21). Quien pretenda tratar los dos temas en la homilía puede provocar que sus oyentes terminen con la cabeza caliente y los pies fríos. Aconsejaría limitarse al segundo. Dejo el comentario a la introducción para un apéndice.

Actuación de Jesús en Nazaret (Lc 4,14-21)

            Marcos cuenta que Jesús, cuando metieron en la cárcel a Juan Bautista, se dirigió a Galilea y proclamaba: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios. Convertíos y creed la buena noticia”.

            Lucas también dice que Jesús se dirigió a Galilea y predicaba en las sinagogas, pero no dice qué predicaba. Las primeras palabras públicas las pronunciará en la sinagoga de Nazaret, y no hablan del plazo que se ha cumplido ni de la cercanía del reinado de Dios; tampoco piden la conversión y la fe.

                       

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» 

            Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: 

            - Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.

El reinado de Dios no está cerca, se ha hecho presente en Jesús

Lo primero que hace Jesús es leer un texto de Isaías que pretende consolar a los pobres, los cautivos, los ciegos, los oprimidos. Son imágenes que no debemos interpretar al pie de la letra. No se trata de ciegos físicos ni de presos. Este texto, escrito probablemente en el siglo VI o V a.C., describe la triste situación en la que se encontraba por entonces el pueblo de Israel, sometido al imperio persa. Una situación bastante parecida a la de los judíos del tiempo de Jesús, sometidos al imperio romano. Los presentes en la sinagoga de Nazaret podían verse reflejados perfectamente en esas palabras del libro de Isaías. Pero lo importante es lo que Jesús añade: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

            Cuando se comparan las primeras palabras de Jesús en Marcos y Lucas se advierte una interesante diferencia. En Marcos, lo esencial es el reinado de Dios y la actitud que debemos adoptar ante su cercanía (conversión y fe). En Lucas, la fuerza recae en el personaje sobre quien Dios ha enviado su Espíritu: Jesús. No se trata de que el reinado de Dios esté cerca, se ha hecho ya presente en Jesús.

¿Qué se cumple hoy?

            El texto de Isaías se puede interpretar, a la ligera, como si el personaje del que habla (para nosotros, Jesús) fuese a llevar a cabo la mejora social de los pobres, la liberación de los cautivos, la curación de los ciegos, la libertad de los oprimidos. Sin embargo, el texto no pone el énfasis en la acción, sino en el anuncio. La traducción litúrgica usa tres veces el verbo “anunciar” (en griego sería una vez “evangelizar” y dos “anunciar”). Este matiz es importante, porque coincide con lo que hizo Jesús. Es cierto que curó a algún ciego, pero no liberó de los romanos ni mejoró la situación económica de los pobres. Lo que hizo fue “anunciar el año de gracia del Señor”, hablar de un Dios Padre, que nos ama incluso cuando las circunstancias de nuestra vida siguen siendo muy duras.

Un optimismo desafiante

La liturgia ha dividido el relato de Lucas en dos domingos. Con ello, nos quedamos sin saber cómo reaccionará el auditorio a lo que ha dicho Jesús. La sabremos el próximo domingo. Lo que hoy debe quedarnos es el profundo optimismo del mensaje de Isaías, que, al mismo tiempo, supone un desafío para nuestra fe. ¿Se ha cumplido realmente esa Escritura que anuncia la mejora y la salvación a pobres, ciegos, cautivos y oprimidos? Una rápida lectura del periódico bastaría para ponerlo en duda. Cuando Lucas escribió su evangelio, cuarenta o cincuenta años después de la muerte de Jesús, también tendría motivos para dudar de esta promesa. Sin embargo, no lo hizo. Jesús había cumplido su misión de anunciar el año de gracia del Señor, había traído esperanza y consuelo. Había motivo más que suficiente para creer que esa palabra se había cumplido y se siguen cumpliendo hoy. 

La 1ª lectura (Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10)

 

En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «Amén, amén.» Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. 

            Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis.» Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»

            Este episodio se interpreta generalmente como el punto de partida histórico de la lectura pública de los textos sagrados judíos y ayuda a comprender lo ocurrido en la sinagoga de Nazaret. La escena se sitúa en la segunda mitad el siglo V a.C., en tiempos de Esdras, y representa una gran novedad. Hasta entonces, quienes hablaban en público eran los profetas. Ahora se lee el libro de la Ley de Moisés (quizá alguna parte del Deuteronomio), de acuerdo con un ritual muy preciso, que se mantuvo parcialmente en las sinagogas: Esdras se sitúa en un púlpito, la gente se pone en pie, Esdras bendice al Señor y todos adoran. Según otra versión, quienes leen son los levitas, que, al mismo tiempo, explican el sentido de lo que han leído.         

La introducción al evangelio (Lc 1,1-4)

            Ya que el ciclo C está dedicado al evangelio de Lucas, se recoge el prólogo, en el que Lucas ofrece cuatro datos esenciales: a) por qué escribe la obra; b) a quién la dedica; c) qué método usa; d) qué pretende. [La traducción litúrgica ha cambiado el orden, colocando el primer lugar al destinatario].

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo, después de informarme, he resuelto, ilustre Teófilo, escribirte todo por orden y exactamente, comenzando desde el principio; para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

            Justificación. Llama la atención la referencia a esos muchos que emprendieron la tarea de contar lo sucedido. Si Lucas escribe en la década de los años 80-90, ¿quiénes son esos muchos? Podemos citar con seguridad el evangelio de Marcos, que usará como punto de partida, y el documento con dichos de Jesús conocido como «fuente Q». También otra serie de documentos menores, fragmentarios, utilizados por Lucas en la redacción de su evangelio. Más importante es que los califica de «testigos oculares», convertidos más tarde en «servidores de la Palabra».

            Destinatario. ¿Quién es Teófilo? Normalmente se ha pensado en un pagano convertido al cristianismo, de buena posición social y económica, dispuesto a costear los gastos que suponen viajes, investigación y redacción de la obra. Otros no ven claro que se trate de un pagano convertido; podría ser un judío.

            Método. Volviendo a los precursores, Lucas no se siente satisfecho con su labor. Encuentra que no han escrito «desde el principio» (a;nwqen), «todo» (pa/sin), «exactamente» (avkribw/j) y «por orden» (kaqexh/j). Estas cuatro deficiencias son las que pretende mejorar. En un breve resumen, podemos decir que «desde el principio» lo lleva a comenzar por la infancia; «todo», a incluir en el relato de Marcos la gran aportación de los Dichos (Q) y de otras tradiciones que él ha descubierto; «exactamente», a situar los hechos en su contexto histórico preciso: censo de Quirino (2,1-2), actividad de Juan Bautista (3,1-2); «por orden», a componer la obra de forma coherente, cuidando al mismo tiempo su calidad literaria.

            Finalidad. Se indica claramente: «para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido». Esto sugiere que Teófilo ha sido «catequizado» (kathch,qhj) solo oralmente. La obra de Lucas servirá para dar autoridad y solidez a esa enseñanza, confirmando y ampliando lo aprendido anteriormente. Este dato es fundamental para no extrañarse de ciertas «incongruencias» de Lucas. Por ejemplo, en 5,3 habla de Simón como si fuera conocido para el lector, aunque es la primera vez que lo nombra. De hecho, un lector que ya ha sido catequizado sabe muy bien quién es Simón Pedro.

 

Quien desee completar estas ideas puede consultar J. L. Sicre, El evangelio de Lucas. Una imagen distinta de Jesús. Verbo Divino. Estella 2021, pp. 63-67.

 

 

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