La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)
A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.
Había en Jerusalén judíos
piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la
multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su
propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos
todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua
materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia,
Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y
prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las
grandezas de Dios».
El relato consta de los siguientes
elementos: 1) indicación temporal; 2) protagonistas; 3) indicación local; 4)
dos fenómenos previos; 5) don del Espíritu Santo; 6) efectos del Espíritu. Los
comentos detenidamente en El evangelio de Marcos. Comentario al ciclo B y
guía de lectura. Verbo Divino, Estella 2020, 173-181.
La versión de Juan 20, 19-23
En este breve
pasaje podemos distinguir cuatro momentos: el saludo, la confirmación de que es
Jesús quien se aparece, el envío y el don del Espíritu.
El
saludo es el
habitual entre los judíos: «La paz esté con vosotros». Pero en este caso no se
trata de pura fórmula, porque los discípulos, con mucho miedo a los judíos,
están muy necesitados de paz.
La
confirmación. Esa
paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las
puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es
realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos
atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los
discípulos se llenan de alegría.
La
misión. Todo
podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo.
Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la
misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús
envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y
religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús
dice: «Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies»].
El don del Espíritu. Todo termina con una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelista si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar «viento» y «espíritu». Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaba de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).
«¡La paz esté con vosotros!».
Y les enseñó las manos y el
costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió:
«¡La paz esté con vosotros!
Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».
Después sopló sobre ellos y
les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A
quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los
retengáis, les serán retenidos».
Resumen
Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla, aunque se le podría objetar una visión demasiado intimista, en comparación con la eminentemente apostólica de Hechos y Juan.
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el
cielo.
Padre amoroso del
pobre;
don, en tus dones
espléndido;
luz que penetra las
almas;
fuente del mayor
consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro
esfuerzo,
tregua en el duro
trabajo,
brisa en las horas de
fuego,
gozo que enjuga las
lágrimas
y reconforta en los
duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y
enriquécenos.
Mira el vacío del
hombre,
si tú le faltas por
dentro;
mira el poder del
pecado,
cuando no envías tu
aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón
enfermo,
lava las manchas,
infunde
calor de vida en el
hielo,
doma el espíritu
indómito,
guía al que tuerce el
sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus
siervos;
por tu bondad y tu
gracia,
dale al esfuerzo su
mérito;
salva al que busca
salvarse
y danos tu gozo eterno.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el
Espíritu les concedía expresarse». El
primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras
partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este
relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos
presentes dicen que «cada
uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los
casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque
algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos
ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).
El
primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron
enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la
historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús.
Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni
escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger
como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que
sería fruto de mucho esfuerzo.
El
segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a
los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por
él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la
base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es
pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se
recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan
expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por
eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto.
(Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en
relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un
lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).
Sin
embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la
única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo
interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto
se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los
Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente,
pensará que todos están locos.
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