Volver a empezar
En aquel tiempo, el Espíritu
empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo
tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista deberá
desarrollar.
El Espíritu. En la tradición bíblica, el
Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión
que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su
palabra. En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al
desierto.
El desierto es el lugar de la prueba,
como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la
Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría
sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado.
Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.
Los cuarenta días equivalen a los cuarenta
años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de
plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los
cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de
Jesús y la Ascensión, etc.).
Satanás. Nosotros hemos adornado
este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene
dejar claro cómo lo concibe Mc. El evangelista usa el nombre de Satanás en
cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte
del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás
no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de
la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al
plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado
en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a
los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante,
pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.
Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas... Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:
«A sus ángeles ha dado
órdenes
para que te guarden en todos tus
caminos;
te llevarán en sus palmas
para que tu pie no tropiece en la
piedra;
caminarás sobre chacales y
víboras,
pisotearás leones y dragones».
Jesús, en el desierto, sufre
la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus
ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros.
Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Mc presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.
Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)
El relato de las tentaciones en Mc es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.»
Esas palabras ya las leímos el domingo 3º del
Tiempo Ordinario. Recuerdo lo que comenté a propósito de ellas. Marcos ofrece
tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su
actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en
él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos
acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese
perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios
Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este
caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de actividad. A diferencia
de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga
a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer
los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región
de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200
ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el
libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43),
aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio
romano.
Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a
los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea
adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el
evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los
fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún
profeta» (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre
gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume
Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios»)
y una invitación («convertíos y creed en el Evangelio»).
El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica,
bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las
desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan
un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era
fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué
señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento
concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».
Pero lo más importante es que vincula ese anuncio
con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y
mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo:
abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su
padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas
y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)
Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.
Génesis 9.8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros
descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados y fieras,
con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco,
pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna
ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.
Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.
La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.
1 Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.
Jesús y nuestro bautismo
La presentación
de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que
comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para
profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin
ser conscientes de lo que recibíamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario