"Venid a mí los que estáis cansados y agobiados"
El contexto del evangelio
En los tres domingos anteriores
(11-13) hemos leído unos fragmentos del discurso de Jesús a los apóstoles
cuando los envía de misión (Mt 10). No se cuenta la vuelta de los discípulos ni
el resultado de su actividad. En los capítulos siguientes (Mt 11-12) se cuentan
episodios muy distintos que ayudan a definir la figura de Jesús y describen las
distintas reacciones que provoca su persona y su actividad.
¿Es realmente el Mesías esperado?
Juan Bautista duda, y envía a sus discípulos a preguntar si tienen que esperar
a otro. Los de Corozaín y Betsaida no se dejan afectar por su predicación, se
niegan a convertirse. Los fariseos lo acusan de infringir la ley y el sábado,
deciden matarlo y dicen que está endemoniado.
Sin embargo, en medio de todos estos
que desconfían, se desinteresan o se oponen a Jesús, hay un grupo que lo acepta
por dos motivos muy distintos: por revelación de Dios, y porque, desde un punto
de vista religioso, se sienten agobiados, cargados, y encuentran alivio en
Jesús y su mensaje. Al final, este grupo aparecerá como la familia de Jesús,
sus hermanos, sus hermanas y su madre.
Sabios y sencillos (Mateo 11,25-30)
En aquel tiempo, exclamó Jesús:
Te
doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre,
así te ha parecido mejor.
Todo
me lo, ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid
a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi
yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis
vuestro. descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
El pasaje de este domingo contiene
una acción de gracias, una enseñanza y una invitación.
Acción de gracias. Jesús ve que la gente se divide ante él, y las cataloga en dos grupos.
El de los "sabios y entendidos", que tienen una sabiduría humana, y
por eso se escandalizan de Jesús o lo rechazan. Son especialmente los escribas,
que dominan las Escrituras tras muchos años de estudio; también los fariseos,
muy unidos a los escribas, que siguen sus enseñanzas y se consideran perfectos
conocedores de la voluntad de Dios. Pero están también los “sabios y
entendidos” desde un punto de vista humano, los que se consideran capacitados
para criticar a Juan Bautista y a Jesús aunque no hayan estudiado teología.
Por
otra parte, está el grupo de la "gente sencilla", sin prejuicios, a
la que Dios puede revelarle algo nuevo porque no creen saberlo todo. Pescadores,
un recaudador de impuestos, prostitutas, enfermos… Esta gente acepta que Jesús
es el Mesías, aunque no imponga la religión a sangre y fuego; acepta que es el
enviado de Dios, aunque coma, beba y trate con gente de mala fama; se deja
interpelar por su palabra y enmienda su conducta. Esto, como la futura
confesión de Pedro, es un don de Dios. La capacidad de ver lo bueno, lo
positivo, lo que construye. Los sabios y entendidos se quedan en
disquisiciones, matices, análisis, y terminan sin aceptar a Jesús.
Enseñanza. En pocas palabras tenemos un tratadito de cristología, centrado en lo
que tiene Jesús y en lo que puede revelarnos. Lo que tiene, se lo ha dado el
Padre. El mejor comentario se encuentra en el cuarto evangelio, donde se dice
que el Padre ha dado a Jesús los dos poderes más grandes: el de juzgar y el de
dar la vida. A estos dos poderes se añade aquí el de revelar al Padre. Estas
personas sencillas, a través de Jesús, van a conocer a Dios como Padre, no como
un ser omnipotente o un juez inexorable. Él se lo revelará, porque es el único
que puede hacerlo.
Invitación. Pero esta revelación del Padre no es algo abstracto, teórico. Es un
respiro para los rendidos y abrumados por el yugo de las leyes y normas que les
imponen las autoridades religiosas. Los rabinos hablaban del “yugo de la Ley”,
al que los israelitas debían someterse con gusto y con deseo de agradar a Dios.
Pero ese yugo se volvía a veces insoportable por la cantidad de mandatos y
prohibiciones, y por la idea tan cruel de Dios que transmitían. En cambio, el yugo
de Jesús pone a la persona por delante de la Ley, como lo demostrarán los dos
relatos inmediatamente posteriores, centrados en la observancia del sábado.
Resumen.
Estos versículos contienen un dinamismo muy curioso: el Padre revela al Hijo,
el Hijo revela al Padre, pero el gran beneficiado es el hombre que acoge esa
revelación; se ve libre de una imagen legalista, dura, agobiante, de Dios y de
la religión. Su piedad, al hacerse más divina, se hace más humana.
Un rey sencillo, pero de inmenso
poder (Zacarías 9,9-10)
El hecho de que Jesús se presente
como «manso y humilde» trae a la memoria la promesa de un rey «modesto, montado
en un asno», anunciado por el profeta Zacarías. Estamos, probablemente, a
finales del siglo IV a.C., poco después de que Alejandro Magno haya pasado por
Palestina camino de Egipto. A la imagen grandiosa del monarca macedonio,
montado en su caballo Bucéfalo, contrapone el profeta la imagen de un rey de
apariencia modesta, montado en un burro, pero de enorme poder, capaz de llevar
a cabo lo que otros profetas habían atribuido al mismo Dios: sin necesidad de
ejército (destruirá los carros de guerra de Efraín y la caballería de
Jerusalén, romperá los arcos de los guerreros) instaurará la paz y dominará
desde el Éufrates hasta el fin del mundo. Un rey excepcional, casi divino.
Los evangelistas relacionarán este
texto con la entrada de Jesús en Jerusalén. En el contexto de este domingo,
pretende reforzar la imagen de un Jesús manso y humilde, que no instaura la paz
en las naciones sino en los corazones.
Así dice el Señor:
Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén;
mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso;
modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de
borrica.
Destruirá los carros de Efraín, los caballos de
Jerusalén,
romperá los arcos guerreros,
dictará la paz a las naciones;
dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de
la tierra.
«Te ensalzaré, Dios mío, mi rey» (Sal 144)
El salmo elegido para este domingo
reúne bien las dos lecturas. Recoge la imagen del rey, pero no destaca su
poderío militar ni su dominio universal, sino su clemencia, misericordia,
piedad, bondad. «Es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Igual que Jesús, que
alivia a cansados y agobiados, el rey prometido «sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan». Por eso, la reacción que debemos tener al
escuchar las palabras del evangelio es la de bendecir al Señor Jesús día tras
día, por siempre.
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