El
coronavirus ha conseguido lo que no lograron guerras civiles o mundiales en
algunos países católicos desde hace tiempo: que no se celebre la procesión de
los Ramos. Es el primer acto de la liturgia de este domingo, que recuerda la
entrada solemne (y suicida) de Jesús en Jerusalén. Parafraseando a Geza Vermes,
«el acto más temerario en el
momento más inadecuado».
La segunda parte de la liturgia no
tiene ese carácter alegre y festivo. Se centra en la lectura de la Pasión según
Mateo, precedida de dos textos que pretenden desvelar su sentido. ¿Qué sentido
tiene el sufrimiento y muerte de Jesús? ¿Termina todo en el fracaso?
Sufrir para poder
consolar (Isaías 50,4-7)
Un profeta anónimo, al que los
cristianos identificamos con Jesús, cuenta parte de su experiencia. Ha recibido
la misión de «transmitir al abatido una
palabra de aliento». En el momento que vivimos,
al menos en España, todos necesitamos esa palabra que nos anime en medio de
tanta muerte, enfermedad y sufrimiento. Pero la experiencia de este profeta es
que, para poder animar al que sufre, él mismo tiene que sufrir. Y acepta ese
destino de inmediato: «Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a
insultos y salivazos».
Mi Señor me
ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de
aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Humillarse para ser
como cualquier otro (Filipenses 2,6-11)
Frente a la tentación tan frecuente
de presumir, de aparentar ser más de lo que somos, Jesús no hace alarde de su
categoría divina y se despoja de su rango. Dice Pablo que de ese modo «pasó
por uno de tantos». En realidad, se colocó en el
escalón más bajo, ya que se rebajó incluso a la muerte más vergonzosa que
existía en el imperio romano: la muerte en cruz.
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría
de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó
hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se
doble —en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo—, y toda lengua proclame:
«¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Sufrir y
humillarse para triunfar
Las
dos primeras lecturas terminan con la certeza del triunfo. «Mi
Señor me ayudaba… sé que no quedaré avergonzado»,
dice el poema de Isaías. «Dios lo levantó sobre todo»
y hará que todos adoren y alaben a Jesús, termina Pablo. Con esta certeza de la
victoria debemos terminar la lectura de la Pasión y enfocar nuestros propios
sufrimientos.
La Pasión según
san Mateo
Como ocurre en otros momentos de la
vida pública, los evangelios no coinciden en todos los detalles de la pasión.
Teniendo especialmente en cuenta los episodios que añade o modifica Mateo,
podemos distinguir los siguientes aspectos en su relato:
1. Enfoque cristológico: Jesús es
consciente de que va a la pasión, no le ocurre de sorpresa, su muerte no es
fruto de la imprudencia o la imprevisión.
2. Enfoque jurídico: Mateo subraya
la injusticia del proceso y la culpabilidad de las autoridades judías.
3. Enfoque eclesial. Los paganos son
los que perciben mejor la inocencia y dignidad de Jesús: la mujer de Pilato, el
centurión en la cruz. Esta idea empalma con la visita inicial de los Magos de
Oriente a adorar a Jesús niño.
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