Curación de los diez leprosos
Las lecturas de este domingo son fáciles de
entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el
evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos
se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e
israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es
como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano
están enfermos de lepra.
Naamán el sirio
El
relato del segundo libro de los Reyes (5,14-17) es mucho más extenso e
interesante de lo que refleja la lectura litúrgica. Naamán es un personaje
importante de la corte del rey de Siria, pero enfermo de lepra. En su casa
trabaja una esclava israelita que le aconseja visitar al profeta de Samaria,
Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera salir a su encuentro, le ordena
bañarse siete veces en el Jordán. Naamán, enfurecido por el trato y la solución
recibidos, decide volverse a Damasco. Pero sus servidores le convencen de que
haga caso al profeta.
En aquellos días, Naamán de
Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta
Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su
comitiva y se presentó al profeta, diciendo:
‒ Ahora reconozco que no hay dios en
toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.
Eliseo contestó:
‒ ¡Vive Dios, a quien sirvo! No
aceptaré nada.
Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán
dijo:
‒ Entonces, que a tu servidor le
dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu
servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.
Con
vistas al tema de este domingo, lo importante es la actitud de agradecimiento:
primero con el profeta, al que pretende inútilmente hacer un regalo, y luego
con Yahvé, el dios de Israel, al que piensa dar culto el resto de su vida. Pero
no olvidemos que Naamán es un extranjero, una persona de la que muchos judíos
piadosos no podrían esperar nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente
agradecido.
Un
samaritano anónimo
Si
malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas
le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano,
exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy (Lc 17, 11-19).
Yendo Jesús camino de Jerusalén,
pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
‒ Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros.
Al verlos, les dijo:
‒ Id a presentaros a los sacerdotes.
Y, mientras iban de camino, quedaron
limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a
grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste
era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
‒ ¿No han quedado limpios los diez?;
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar
gloria a Dios?
Y le dijo:
‒ Levántate, vete; tu fe te ha
salvado.
Este
relato refleja mejor que el de Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos
de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. Y Jesús los
manda a presentarse a los sacerdotes, porque si no reciben el “certificado
médico” de estar curados no pueden volver a habitar en un pueblo.
Lo
importante, de nuevo, es que diez son curados, y sólo uno, el samaritano, el
“malo”, vuelve a dar gracias a Jesús. Y el episodio termina con las palabras: «tu
fe te ha salvado».
Todos han sido curados, pero sólo uno se ha salvado.
Nueve han mejorado su salud, sólo uno ha mejorado en su cuerpo y en su
espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios.
Examen de
conciencia
¿Dónde
me sitúo? ¿Entre los “buenos” poco agradecidos o entre los “malos” agradecidos?
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