No es Eliseo, pero se le parece
El próximo mes de octubre (del 6 al 27), el
Sínodo sobre la Amazonia estudiará la posibilidad de ordenar como sacerdotes a
personas casadas, «preferentemente indígenas, respetadas y aceptadas por su
comunidad». Esperemos que la respuesta sea positiva, y que se aplique a otras
partes del mundo, porque el problema de las vocaciones sacerdotales es
acuciante. El tema de la vocación es el principal de las lecturas de hoy, con
la contrapartida del posible rechazo.
La
vocación de Eliseo (Primer libro de los Reyes 19, 16b. 19-21)
En aquellos días, el Señor dijo a Elías:
‒ Unge
profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén.
Elías se marchó y encontró
a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última.
Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los
bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
‒ Déjame
decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.
Elías le dijo:
‒ Ve y
vuelve; ¿quién te lo impide?
Eliseo dio la vuelta,
cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos,
asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías
y se puso a su servicio.
Todo
empieza con una orden de Dios a Elías: ungir como profeta a Eliseo. La unción,
que se hacía derramando aceite sobre la cabeza, era típica de los reyes, y este
es el único caso que recuerdo de la unción de un profeta. En la mentalidad
mediterránea antigua, el aceite no solo era bueno para la comida; también se le
atribuían cualidades curativas (por eso se ungía a los enfermos) y religiosas
(la unción simboliza una relación especial con Dios).
Elías
cumple la orden, pero sin cumplirla. Va en busca de Eliseo, que debía ser hijo
de un multimillonario porque está arando con doce yuntas de bueyes. En vez de
ungirlo, le echa su manto por encima. Es la única vez que menciona la Biblia
este gesto, pero debía ser conocido, porque Eliseo, después de un momento de
desconcierto (que no se cuenta, pero se supone), sale corriendo detrás de Elías
y se muestra dispuesto a seguirle. Sólo pone una condición: despedirse de sus
padres.
A
Eliseo le parece una petición lógica, y se la concede. Pero la despedida no
consiste en dar un beso a los padres. Es algo más solemne e incluye a toda la
familia: mata la yunta de bueyes y organiza un asado para toda su gente. Sin
prisas, porque unos bueyes no se matan en cinco minutos, ni la carne se prepara
en un cuarto de hora, ni se come todo en un rato. Cuando termina la despedida,
que pudo durar uno o varios días, Eliseo marcha con Elías y se pone a su
servicio.
Rechazo
y seguimiento (Lucas 9, 51-62)
El fragmento elegido
para este domingo consta de cuatro escenas muy breves. Las tres últimas están
relacionadas por el tema del seguimiento de Jesús; la primera habla de lo
contrario: el rechazo.
Escena
1: el rechazo de los samaritanos
Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
‒ Señor, ¿quieres que
mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
Él se volvió y les regañó.
Y se marcharon a otra aldea.
Samaritanos
y judíos se odiaban desde el siglo X a.C., cuando el norte se separó del sur
después de la muerte de Salomón. Pero el dinero es el dinero. Y los samaritanos
actuaban del modo siguiente: a los galileos que atravesaban su territorio
camino de Jerusalén no les vendían nada; pero en el viaje de vuelta a Galilea
ya no había problema en venderles lo que necesitaran, pagándolo adecuadamente
(es lo que ocurre en el evangelio de Juan, cuando los discípulos van a comprar
pan al pueblo mientras Jesús habla con la samaritana).
Como
Jesús y los discípulos se dirigen a Jerusalén, es normal que no los reciban. Pero
Santiago y Juan, que debían pasarse el día tronando (Jesús les puso de mote
“los hijos del trueno”), le proponen vengarse haciendo que caiga un rayo del
cielo y los consuma. Esta reacción, que nos resulta tan desproporcionada y
extraña, se comprende recordando una tradición del profeta Elías. Una vez, el
rey de Israel mandó un capitán con cincuenta soldados para que le dijese:
“Profeta, el rey te manda que vayas a verlo”. Elías respondió: “Si soy profeta,
que caiga un rayo y te mate a ti con tus hombres”. Y así ocurrió. El rey repite
la orden con otro capitán y otros cincuenta soldados, que quedan tan
chamuscados como los primeros. En el tercer intento, el capitán no ordena nada;
se arrodilla ante el profeta y le suplica que perdone su vida y la de sus acompañantes.
Elías accede y va a visitar al rey. La moraleja de este relato es que el
profeta merece el máximo respeto; y quien no lo respete merece que lo mate un
rayo caído del cielo. Así piensan Santiago y Juan. Jesús, el gran profeta,
merece todo respeto; si los samaritanos no lo reciben, que caiga un rayo y los
parta.
Jesús,
que supera a Elías en poder, lo supera también en bondad y ve las cosas de
manera muy distinta. Lucas termina diciendo: Él se volvió y les regañó. ¿Cómo
les regañó? ¿Qué les dijo? Algunos textos posteriores ponen en boca de Jesús
estas palabras: “No sabéis a qué espíritu pertenecéis”, es decir, “no tenéis ni
idea de cuál es mi forma de pensar y de sentir”. Y se marcharon a otra
aldea.
Es
una pena que este texto, exclusivo de Lucas (no se encuentra en Marcos ni
Mateo), no lo tuvieran en cuenta los que instituyeron la Inquisición, que es
una forma de defender a Jesús mediante el fuego.
Al
rechazo de los samaritanos se contraponen tres casos de seguimiento. En dos
ocasiones, el individuo se ofrece; en otra, es Jesús quien lo pide. En las tres
queda clara la forma de vida tan dura de Jesús y de sus seguidores.
Escena
2ª: uno se ofrece a seguir a Jesús
Mientras iban de camino, le dijo uno:
‒ Te
seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió:
‒ Las zorras tienen
madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar
la cabeza.
La iniciativa parte del individuo, no de Jesús. Éste parece
desanimar, subrayando su pobreza y vida dura. No imagine que el seguimiento será
fácil y coronado por el éxito humano.
Escena 3ª: Jesús
invita a otro a seguirlo
A otro
le dijo:
‒ Sígueme.
Él respondió:
‒ Déjame primero ir a
enterrar a mi padre.
Le contestó:
‒ Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.
En
este caso la iniciativa parte de Jesús. Se trata de una orden escueta y
tajante, más de que una invitación: “Sígueme”. El otro pide permiso, como
Eliseo, no para despedirse de sus padres, sino para enterrar a su padre.
La
respuesta de Jesús parece inhumana: “deja que los muertos entierren a sus muertos”.
La costumbre judía era enterrar al difunto inmediatamente después de muerto
(Hechos de los Apóstoles 5,6.7; 8,2). Por consiguiente, no se trata de que el
protagonista de la escena esté velando a su padre y Jesús le ordene abandonar
al difunto para seguirlo. Lo que pide es que le permita seguir viviendo con su
padre hasta que muera; luego lo seguirá.
Incluso así, las palabras de Jesús siguen siendo
terriblemente exigentes. El que quiera seguirlo tiene que cortar radicalmente
con la familia, como si todos hubieran muerto, para ir a anunciar el reino de
Dios.
Es posible que los evangelios estén reflejando en esta
escena lo que le ocurrió al mismo Jesús. Su familia pensaba que estaba loco
(Marcos 3,21), y una vez fueron todos a Cafarnaúm con intención de llevárselo a
Nazaret a descansar. El evangelio de Juan (7,5) dice expresamente que “sus
hermanos no creían en él” (aunque sabemos por el libro de los Hechos y las
cartas de Pablo que, más tarde, sí lo aceptaron). En Jesús se cumplió
plenamente la necesidad de considerar muerta a la familia para dedicarse a
anunciar el evangelio.
Escena
4ª: otro se ofrece con condiciones
Otro le dijo: Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.
Jesús le contestó: El que echa mano al
arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.
Este es el episodio que empalma mejor con la vocación de
Eliseo. Las cosas importantes de la vida diaria, como despedirse de los padres,
son compatibles con el seguimiento de Elías. No hay prisa de ningún tipo. Pero
aquí está en juego algo mucho más importante y urgente.
Dos
rasgos de la vida de Jesús
A veces se comenta que estas personas no siguieron a
Jesús. Lucas no dice nada. Por otra parte, esa cuestión es secundaria. Lo
importante de los relatos de vocación y de seguimiento es que son relatos de
“revelación” de Jesús, nos ayudan a conocerlo mejor. Algo queda claro: la dureza de su vida,
desprovisto incluso de casa y familia.
Volviendo a la primera escena, el rechazo de los
samaritano, podemos encontrar cierta relación con las tres siguiente. Jesús,
que renuncia a todo por predicar el Reino de Dios, no recibe a cambio el
agradecimiento y la aceptación de todos. Hay gente que lo rechaza. Pero eso no
es motivo para desear su castigo.
Reflexión
final
Aparte del Padrenuestro, Jesús no insistió mucho a sus
discípulos en qué debían pedir. Pero el evangelio de Juan pone en su boca una
petición muy importante: “La mies es mucha, los obreros pocos. Pedid al Señor
de la mies que mande operarios a su mies”. Este domingo es muy adecuado para
recordar la necesidad de pedir por las vocaciones y ponerla en práctica.
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