Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo
Los domingos
anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques:
amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un
año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo,
que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con
su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para
convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un
fariseo radical y violento.
¿Qué hacemos con la adúltera?
El evangelio parte de un hecho concreto: una
mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las
legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es
qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores
antiguos. Recojo tres opiniones.
La
ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)
Es la
respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750
a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida
acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si
el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su
súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la
condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.
La
apedreamos (escribas y fariseos)
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte
de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía
a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
"Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de
Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?" Le preguntaban
esto para comprometerlo y poder acusarlo.
El
apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un
culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y
sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un
examen de Biblia por dos motivos.
1) La
Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un castigo a
muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este
del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y
se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los
apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió
socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24).
Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente
consentida) de una muchacha.
2) Si
tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber
traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en
adulterio y por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una joven…y se
acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la
muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la
virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte
y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de
la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por
haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt
22,20-21).
¿Cómo
puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores
elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma
más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como
dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la
apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.
La
perdonamos (Jesús)
Pero Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo: "El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra." E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron
escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús
se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno
te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor." Jesús dijo:
"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."
Jesús no precipita su respuesta. Le
piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el
suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. “Quien esté libre de
pecado que tire la primera piedra”. El principal pecado de escribas y fariseos
no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía.
Cuando se retiran, solo quedan Jesús
y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la
mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja
usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde,
cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde están?, ¿nadie te ha
condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante
no peques más”.
A veces se habla de la actitud de
Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su
forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene
importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez”. Lo que le dice
es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien, no porque corra
peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el
proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a
sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a
sí misma.
El
buen ejemplo de los escribas y fariseos
A pesar
de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando
poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que
conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no
vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con
piedras) a quien hemos elegido como víctima.
Nota:
Un texto escandaloso
Este pasaje del evangelio es de los
más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan,
pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo
trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de
Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que
muchos dudaban de incluir y otros no sabían dónde meter.
No es raro que este pasaje provocase
dificultades. Con el criterio “quien esté libre de pecado que tire la primera
piedra” podrían verse libres desde los terroristas del Isis hasta los ladrones
de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras
finales a la mujer, “no peques más”, dejan claro que no defiende un mundo en el
que cada cual hace lo que quiere.
La
conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14))
La lectura de Pablo a los Filipenses
no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de
ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín
(¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la
observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba
enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su
vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con
salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por
eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus
sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya
le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin
mirar atrás.
La
adúltera y el fariseo
A pesar de las diferencias, hay algo
común a la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual
supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores.
Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la
relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy
diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante
Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro
personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.
El
éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21)
La primera lectura sigue recordando
momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy
se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del
faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo
durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir
soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis en lo antiguo; mirad
que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la
segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por
delante”.
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