La curación del ciego Bartimeo
nos dejó camino de Jerusalén. En la cronología de Marcos, el domingo tiene
lugar la entrada triunfal; el lunes la purificación del templo; y el martes, en
la explanada del templo, las autoridades interrogan a Jesús sobre su poder; los
fariseos y herodianos sobre el tributo al César; los saduceos
sobre la
resurrección. Son enfrentamientos con mala idea, que se ven interrumpidos por
la escena elegida para la liturgia de este domingo, en la que un escriba
reconoce la sabiduría de Jesús.
En aquel tiempo,
un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
―¿Que mandamiento es el primero de todos?
Respondió Jesús:
―El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único
Señor: amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
toda tu mente, con todo tu ser». El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos.»
El escriba
replico:
―Muy bien, maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo
y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más
que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo
que había respondido sensatamente, le dijo:
―No estás lejos del
reino de Dios.
Y nadie se atrevió a dirigirle más
preguntas.
1. El protagonista
es un escriba. Los escribas son los especialistas en la Ley de Moisés, parecidos
a los actuales profesores de teología, pero con una formación mucho más
intensa, porque tenían que aprender de memoria el Pentateuco y las
interpretaciones de los rabinos; además, no podían ejercer su profesión hasta
cumplir los cuarenta años. Gozaban de gran prestigio entre el pueblo, aunque su
peligro era el legalismo: la norma por la norma, con todas las triquiñuelas
posibles para evadirla cuando les interesaba. Por eso Jesús tuvo tantos
enfrentamientos con ellos. En los evangelios aparecen generalmente como
enemigos, pero en este caso las relaciones entre el escriba y Jesús son muy
buenas y los dos se alaban mutuamente.
2. La pregunta
por el mandamiento principal. La antigua sinagoga contaba 613 mandamientos (248 preceptos
y 365 prohibiciones), que dividía en fáciles y difíciles. Fáciles, los que
exigían poco esfuerzo o poco dinero; difíciles, los que exigían mucho dinero o
ponían en peligro la vida. P.ej., eran difíciles el honrar padre y madre, y la
circuncisión. Generalmente se consideraba que los difíciles eran importantes; entre
los temas importantes aparecen la idolatría, la lascivia, el asesinato, la
profanación del nombre divino, la santificación del sábado, la calumnia, el
estudio de la Torá (el Pentateuco). Ante este cúmulo de mandamientos, es lógico
que surgiese el deseo de sintetizar, o de saber qué era lo más importante.
3. La respuesta de los
contemporáneos de Jesús. Citaré dos casos. El primero se encuentra
en una anécdota a propósito de los famosos rabinos Shammay y Hillel, que vivieron
pocos años antes de Jesús. Una vez llegó un pagano a Shammay (hacia 30 a.C.) y
le dijo: “Me haré prosélito [es decir, estoy dispuesto a convertirme al
judaísmo] con la condición de que me enseñes toda la Torá mientras aguanto a
pata coja”. Shammay lo echó amenazándolo con una vara de medir que tenía en la
mano. Entonces el pagano fue a Hillel (hacia el 20 a.C.), que éste le dijo:
"Lo que no te guste, no se lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la
Ley, lo demás es interpretación". Y lo tomó como prosélito.
También del Rabí Aquiba (+ hacia 135 d.C.) se recuerda un
esfuerzo parecido de sintetizar toda la Ley en una sola frase: "Amarás a
tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18); este es un gran principio general en la
Torá".
4. La respuesta de Jesús.
El esfuerzo por sintetizar en una sola frase lo esencial se encuentra al final
del Sermón del Monte en el evangelio de Mateo: “Todo lo que querríais que
hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso
significan la Ley y los Profetas” (Mt 7,12).
En el evangelio de hoy, Jesús responde con una cita de la
Escritura: “Escucha
Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6,5), aunque añade también “con
toda tu mente”. Estas palabras forman parte de las oraciones que cualquier
judío piadoso recita todos los días al levantarse y al ponerse el sol. En este
sentido, la respuesta de Jesús es irreprochable. No peca de originalidad, sino
que aduce lo que la fe está confesando continuamente.
La novedad de la respuesta de Jesús radica en que le han
preguntado por el mandamiento principal, y añade un segundo, tan importante
como el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18).
Ambos preceptos están al mismo nivel, deben ir siempre unidos. Jesús no acepta
que se pueda llegar a Dios por un camino individual e intimista, olvidando al
prójimo. Dios y el prójimo no son magnitudes separables. Por eso, tampoco se
puede decir que el amor a Dios es más importante que el amor al prójimo. Por
eso, a la pregunta del escriba por el mandamiento más importante (en
singular) responde diciendo que son estos dos (en plural). Y no hay
precepto más grande que ellos.
5. La reacción del escriba.
El protagonista, que no ha venido a poner a prueba a Jesús (como ocurre a los escribas
y fariseos en otros casos), sino a conocer lo que piensa, se muestra plenamente
satisfecho de la respuesta. Pero añade un comentario importantísimo: amar a
Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Con estas palabras, el
escriba abandona el plano teórico y saca las consecuencias prácticas. Durante
siglos, muchos israelitas, igual que hoy muchos cristianos, pensaron que a Dios
se llegaba a través de actos de culto, peregrinaciones, ofrendas para el
templo, sacrificios costosos... Sin embargo, los profetas les enseñaban que,
para llegar a Dios, hay que dar necesariamente el rodeo del prójimo,
preocuparse por los pobres y oprimidos, buscar una sociedad justa. En esta
línea se orienta el escriba.
Aunque su punto de vista es muy fácil de entender, os
cuento una anécdota que interesante. En la basílica de la Virgen de Luján, en
Argentina, que es un sitio de peregrinación nacional muy frecuentado, por lo
visto era costumbre llevar ramos de flores para la Virgen. La última vez que
estuve allí, me llamó la atención un letrero colocado de manera oficial y muy
clara advirtiendo a los fieles que a la Virgen le agrada mucho más que se dé de
comer al hambriento que el que le regalen a ella un ramo de flores.
La 1ª lectura, del libro del
Deuteronomio, ha sido tomada porque es la base de la respuesta de Jesús.
En aquellos
días, habló Moisés al pueblo, diciendo: «Teme al Señor, tu Dios, guardando
todos sus mandatos y preceptos que te manda, tu, tus hijos y tus nietos, mientras
viváis; así prolongarás tu vida. Escúchalo, Israel, y ponlo por obra, para que
te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor, Dios de tus padres:
"Es una tierra que mana leche y miel." Escucha, Israel: El Señor,
nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón,
con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán
en tu memoria.»
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