En los
domingos anteriores se han recordado diversas apariciones de Jesús resucitado.
A partir de este domingo y hasta la Ascensión las lecturas del evangelio,
tomadas siempre del evangelio de san Juan, se centrarán en diversos aspectos de
la relación entre Jesús y el cristiano: buen pastor, vid y sarmientos,
mandamiento nuevo, oración sacerdotal.
No es fácil encontrar una relación entre las tres lecturas de hoy porque se
usan imágenes muy distintas: Piedra angular para hablar de Jesús (1ª lectura);
Padre e hijos para hablar de Dios y nosotros (2ª lectura); pastor y rebaño,
para hablar de Jesús y nosotros (evangelio). Buscando una relación entre ellas
la vería en el ritmo del tiempo de Jesús y de nosotros.
Pasado
y presente de Jesús (Hechos de los apóstoles 4,8-12)
Se supone conocido el relato
anterior. Pedro y Juan suben al templo para la oración de media tarde y en la
puerta Hermosa encuentran tendido a un lisiado que les pide limosna. Pedro lo
agarra de la mano derecha, lo levanta y lo cura. Ante el asombro del pueblo,
Pedro pronuncia un discurso en el que atribuye la curación a Jesús (este
discurso se leyó en parte el domingo pasado, 3º del ciclo B). Los sacerdotes,
el comisario del templo y los saduceos, se irritan al escuchar sus palabras y
al día siguiente los convocan ante el Consejo y los interrogan. La respuesta de
Pedro es la siguiente:
En
aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:
«Jefes del
pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis
hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos
vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por
este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que
desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra
angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a
los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Para un judío, el nombre equivale a la persona. El nombre de Jesús es
Jesús. En estas pocas palabras se resume su pasado y su presente. El pasado
ofrece una imagen de Jesús totalmente pasiva: no se recuerda su predicación ni
sus milagros. Sólo se cuenta lo que hicieron con él las autoridades judías y
Dios. Las autoridades lo rechazaron y crucificaron; Dios los resucitó y
convirtió en piedra angular. De esto se deduce su situación presente: él es
quien ha curado al lisiado, y el único que puede salvarnos a todos nosotros.
Presente
y futuro del cristiano (1ª carta de Juan 3, 1-2)
Queridos
hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios,
pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos,
ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos
que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal
cual es.
La 1ª lectura hablaba del pasado y el presente de Jesús. Esta 2ª habla de
nuestro presente y nuestro futuro. El presente: somos hijos de Dios. El futuro:
seremos semejantes a Dios. Cuando nace un niño siempre se buscan parecidos con
el padre, la madre y otros miembros de la familia. Para el autor de la carta, nuestra
semejanza con Dios no es algo que se perciba ya desde ahora; se manifestará en
el futuro, cuando veamos a Dios cara a cara. Pero eso no impide que seamos ya
realmente hijos de Dios. Lástima que esto no se valore. Si fuéramos hijos de un
deportista famoso o de un cantante de moda, todos querrían hacerse una foto con
nosotros.
Pasado y
futuro de Jesús (evangelio de Juan 10, 11-18)
En aquel
tiempo, dijo Jesús:
«Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las
ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al
lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a
un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a
las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al
Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de
este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un
solo rebaño y un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi
vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego
libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este
mandato he recibido de mi Padre».»
La imagen del pastor era
frecuente en el Antiguo Oriente para referirse al rey: simbolizaba la relación
correcta con sus súbditos, que no debía ser despótica sino preocupada por su
bienestar. Jesús se la aplica, pero llegando a un extremo que no se da entre
los pastores: da la vida por sus ovejas. Es cierto que un pastor, a diferencia
del asalariado, está dispuesto a luchar con el lobo para defender al rebaño.
Pero no es normal que esté dispuesto a morir por sus ovejas. A tanto no llega.
Jesús, en cambio, ve así su misión: dar la vida por ellas. No lo hace por
obligación, forzado, sino libremente. Sabiendo que esa vida que entrega la
podrá recuperar. Y esto tampoco puede hacerlo un pastor normal y corriente.
Aunque el evangelio hable de Jesús como “el buen pastor” debería haber dicho:
bueno y excepcional.
Este pasaje del evangelio concede también especial importancia al futuro de
Jesús: a su labor con respecto a otras ovejas, a las que debe buscar para que
haya un solo rebaño y un solo pastor. Es una referencia a las comunidades
cristianas que se irían formando en países paganos y a todos nosotros.
Relacionando las tres lecturas, Jesús, buen pastor nos ha salvado y nos ha
conseguido el ser hijos de Dios. A nosotros nos corresponde escuchar su voz y
agradecerle el don que nos ha hecho.
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