El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la
predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso
ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos
cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.
Jesús cura en sábado
La doctrina de Jesús causó admiración porque enseñaba con autoridad, no
como lo escribas. Y esa misma autoridad la demuestra curando en sábado a la
suegra de Pedro. Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de
que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se conocen los otros
evangelios, y se sabe que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue
la de curar en sábado, el detalle adquiere mayor importancia.
Un relato de milagro
consta generalmente de los siguientes elementos: a) se presenta al enfermo,
subrayando a veces la gravedad de la enfermedad; b) el interesado u otra
persona pide su curación; d) Jesús lo cura, a veces con solo su palabra, a
veces con algún tipo de acción; e) el enfermo demuestra que ha sido curado; p.
ej., el paralítico carga con su camilla, el cojo da saltos. En nuestro caso, el
relato es extraordinariamente breve y todo se cuenta con rapidez:
La suegra de Simón estaba en
cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la
levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
La fiebre de la enferma no es de escasa
importancia, le obliga a guardar cama. Y el hecho de que se lo cuenten a Jesús
significa que le preocupa a la familia. Él no dice una palabra, se limita a
tomarla de la mano y levantarla. Para demostrar que se ha curado plenamente, se
pone a servirlos.
Una feminista radical estadounidense dedujo
de este detalle final que ni siquiera el evangelio libera a la mujer de su
situación de esclavitud a los varones. Pero es una visión demasiado
norteamericana y actual del relato. Lo que quiere decir Marcos no es que la
mujer cristiana deba estar al servicio del varón, sino que la suegra se curó
plenamente.
Un día en la vida de Jesús: ayuda y oración
Nosotros, no sé desde cuándo ni por qué,
comenzamos el nuevo día a las 0 horas, cuando cualquier persona sensata está en
la cama (menos muchos españoles). En la Biblia, el día termina al ponerse el
sol (a eso de las 17:30 o algo más tarde según la época del año). Este detalle
es importante para comprender lo que cuenta Marcos.
Al anochecer, cuando se puso el
sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se
agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos
demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Al ponerse el sol termina
el sábado, día de descanso, y comienza el día siguiente. La gente puede
caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos
los enfermos y endemoniados. En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que
Jesús “expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les
permitía hablar.” Esta idea, que ya apareció el domingo pasado en el
relato del endemoniado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm
Wrede en 1901 como “el secreto mesiánico en Marcos”. Jesús no quiere que la
gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla
descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar.
Se levantó de madrugada, se
marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron:
̶ Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
̶ Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para
predicar también allí; que para eso he salido.
Así recorrió toda Galilea,
predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a
muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el
Mediterráneo, la noche no cae de repente. Tampoco se dice dónde cenan Jesús y
sus discípulos, ni dónde se quedan a dormir. Los evangelios no son biografías
ni se detienen en detalles que consideran secundarios.
En cambio, Marcos indica
que Jesús se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se
puso a orar. Vienen a la mente las palabras del Salmo 63: “¡Oh Dios, tu eres mi
Dios, por ti madrugo!” Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos
indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto
diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su
misión.
Esta
misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la
gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide
recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan
en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no sólo
predica, también expulsa demonios.
Job, los otros enfermos, Jesús y nosotros
El texto de Job ha sido elegido como primera lectura
pensando, probablemente, en los enfermos a los que cura Jesús. Existe una gran
diferencia entre ellos. Job es el hombre destrozado por el sufrimiento, sin
horizonte, que considera la vida un absurdo, convencido de que sus días se
consumen sin esperanza y de que sus ojos no verán más la dicha. En cambio, los
enfermos del evangelio y las personas que los rodean alientan la esperanza de
encontrar la curación en Jesús, y la consiguen. De aquí no se pueden sacar
conclusiones exageradas, como si cualquier enfermo actual que confía en Jesús
se vaya a ver curado de su enfermedad. Pero, quien confía en él y se le acerca
no terminará desilusionado y amargado como Job.
Lectura del libro de Job
7,1-4.6-7
Habló Job, diciendo:
«El hombre está en la tierra
cumpliendo un servicio,
sus días son los de un
jornalero;
como el esclavo, suspira por la
sombra,
como el jornalero, aguarda el
salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿Cuándo me
levantaré?
Se alarga la noche y me harto
de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la
lanzadera,
y se consumen sin
esperanza.
Recuerda que mi vida es un
soplo,
y que mis ojos no verán más la
dicha.»
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