Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735
a.C.
El murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se
dirige a la gente congregada: «Voy a cantar una canción
de amor. Del amor de mi amigo a su viña». El público sonríe
incrédulo. No imagina al profeta cantando una canción de amor. Lo más frecuente
en él son denuncias y elegías.
La canción habla del
trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña: entrecava el terreno,
lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y, esperando una
magnífica cosecha, cava un lagar. Pero, al cabo del tiempo, la viña, en vez de
dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones.
Isaías aparta la
cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros
hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que
hizo».
La gente guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo: derribará su
valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la pisoteen mulos y
toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y prohibirá a las
nubes que lluevan sobre ella».
El profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál
es su viña?» Pero no da
tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois vosotros, los hombres de
Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y esperó a cambio que
practicarais el derecho y la justicia, que os portarais bien con el prójimo.
Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado lamentos».
El texto de la
canción es la 1ª lectura de hoy:
Voy a cantar en nombre de mi
amigo un canto de amor a su viña.
Mi amigo tenía una viña en
fértil collado.
La entrecavó, la descantó, y
plantó buenas cepas;
construyó en medio una
atalaya y cavó un lagar.
Y esperó que diese uvas, pero
dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de
Jerusalén, hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre
mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi
viña que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera
uvas, dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros
lo que voy a hacer con mi viña:
quitar su valla para que
sirva de pasto,
derruir su tapia para que la
pisoteen.
La dejaré arrasada:
no la podarán ni la
escardarán, crecerán zarzas y cardos;
prohibiré a las nubes que
lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los
ejércitos es la casa de Israel;
son los hombres de Judá su
plantel preferido.
Esperó de ellos derecho, y
ahí tenéis: asesinatos;
esperó justicia, y ahí
tenéis: lamentos.
Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia
año 29 de nuestra era.
Jesús acaba de contar a los sacerdotes y senadores
la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los
publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios.
Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice:
―
Escuchad
otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una
cerca, cavó en ella un lagar…
―
Ésa ya la sabemos, comenta uno en voz alta. Ésa no es tuya, es de Isaías.
Jesús no se
inmuta. Y la parábola toma de repente
un rumbo imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, ésta sí da fruto. El
problema no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar
los frutos a su legítimo propietario.
El drama se desarrolla en tres etapas. En las dos
primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o
apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual
que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos
labradores?»
A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes
intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen
la muerte y la viña será entregada a otros más honrados.
En aquel
tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
― Escuchad otra parábola: Había un propietario que
plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la
casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el
tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los
frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados,
apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo
otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por
último, les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo. "Pero
los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid,
lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron
fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué
hará con aquellos labradores?»
Le
contestaron:
― Hará morir de mala muerte a esos malvados y
arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus
tiempos.
Y Jesús
les dice:
― ¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que
se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca
sus frutos.»
Tres grandes enseñanzas
1. La canción de la
viña de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía les resulta
extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho
mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos no es actos de culto sino la
práctica de la justicia y el derecho. Jesús dirá que el segundo mandamiento
(amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª
carta de Juan afirma: «Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos
amar… a nuestros hermanos».
2. Para Jesús, a
diferencia de Isaías, el pueblo no es una viña mala e improductiva. Al contrario,
da frutos a su tiempo. El mal radica en las autoridades religiosas, que
consideran la viña propiedad privada y no reconocen a su auténtico
propietario. Por eso Mateo termina con un comentario incomprensiblemente
suprimido por la liturgia: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los
fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos» (v.45). Sería
completamente equivocado utilizar la homilía de este domingo para atacar al
público presente, que bastante hace con soportarnos. Quienes debemos sentirnos
especialmente interpelados somos los que tenemos una responsabilidad dentro de
la comunidad cristiana.
3. En su versión
final (véase “Una cuestión discutida”), la parábola subraya la importancia y
triunfo de Jesús. Después de todos los profetas (los criados), él es “el
hijo”, lo más valioso que Dios puede mandar. Y aunque las autoridades
religiosas lo infravaloren y desprecien, él termina convertido en la piedra
angular del nuevo edificio de la Iglesia.
Una cuestión discutida
Muchos comentaristas piensan que la parábola
primitiva contada por Jesús hablaba sólo del envío de los criados, los
profetas, a los que los viñadores apalean, matan o apedrean. Y terminaría con
las palabras: «Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos.» Es pueblo eran los seguidores de Jesús.
Cuando lo mataron, los primeros cristianos pensaron
que este era el mayor crimen, y se habrían añadido las palabras referentes al
envío y la muerte del hijo. En la misma línea de subrayar la importancia de
Jesús habría añadido las palabras del Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido
un milagro patente». Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el
hijo en una piedra. Los constructores la desechan, porque no la consideran
válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin
embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la
parábola pierde en claridad, pero advierte a las autoridades religiosas que su
crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del
triunfo de Jesús.
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