Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246,
y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el
Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de
Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar
públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.
Sin
embargo, las lecturas del ciclo A conceden más importancia al tema de la vida,
con el que es fácil sintonizar en un mundo de guerras y atentados como el que
vivimos. El evangelio de hoy comienza y termina con las mismas palabras: «el
que coma de este pan vivirá para siempre». Y en medio: «el que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día».
Sobrevivir y vivir eternamente
El
1 de junio de 2009, el vuelo 447 de Air France entre Rio de Janeiro y París
desapareció en mitad de la noche con 216 pasajeros y 12 tripulantes. Se salvó
un matrimonio, no recuerdo si porque llegó tarde al embarque o por un cambio de
última hora. Pero ese matrimonio se hizo famoso porque murió en un accidente de
automóvil pocos días después. La supervivencia a un accidente, a un ataque
terrorista, a una calamidad, no garantiza vivir eternamente.
Mucha
gente acepta la muerte con resignación o fatalismo. Otros se rebelan contra
ella, como Unamuno: «Con razón, sin
razón, o contra ella, no me da la gana de morirme». El cuarto evangelio también se rebela contra la muerte. Comienza
afirmando que en la Palabra de Dios «había vida». Y ha venido al mundo para que nosotros participemos de esa vida eterna.
Para
expresar el contraste entre “supervivencia” y “vida eterna” las lecturas de hoy
contrastan el maná con el alimento que nos ofrece Jesús. El Deuteronomio (1ª
lectura) habla del maná como de un alimento sorprendente, novedoso, «que no conocías tú ni conocieron tus padres». Pero no se detiene, como hace el libro del Éxodo, en sus cualidades
sorprendentes y su carácter milagroso. Es un alimento de pura supervivencia,
que no garantiza la inmortalidad. En el evangelio, las palabras de Jesús
subrayan este aspecto: el pan que comieron vuestros padres no los libró de la
muerte. En cambio, el alimento que da Jesús, su cuerpo y su sangre, sí
garantiza la vida eterna: «yo lo resucitaré en
el último día». Estas palabras, tomadas del largo
discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, anticipan la resurrección de
Lázaro y el destino de todos nosotros.
Inmortalidad y vida eterna
Sin
embargo, el alimento que ofrece Jesús no se limita a garantizar la
inmortalidad. Tiene también valor para el presente. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Este es el sentido que tiene a veces el término
«vida eterna» en el cuarto evangelio. No es vida de ultratumba, sino vida aquí
y ahora, en una dimensión distinta, gracias al contacto íntimo, misterioso, con
Jesús.
Unión con Jesús y unión con los hermanos
La
idea de que, al comulgar, Jesús habita en nosotros y nosotros en él, corre el
peligro de interpretarse de forma muy individualista. La lectura de Pablo a los
corintios ayuda a evitar ese error. La comunión con el cuerpo y la sangre de
Cristo no es algo que nos aísla. Al contrario, es precisamente lo que nos une, «porque comemos todos del mismo pan».
Lectura del libro del Deuteronomio
8, 2-3. 14b-16ª
Moisés
habló al pueblo, diciendo: El camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho
recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a
prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió,
haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías
ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan,
sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios,
que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto
inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua,
que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto
con un maná que no conocían tus padres.»
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios 10, 16-17
Hermanos:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan
es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan.
Lectura del santo evangelio
según san Juan 6, 51-58
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
―Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban
los judíos entre sí:
―¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?
Entonces
Jesús les dijo:
―Os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo
modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan
vivirá para siempre.
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