Después del
fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), Lucas presenta a Jesús
predicando y haciendo milagros en Cafarnaúm e incluso más al sur, en las
sinagogas de Judea. Pero la liturgia dominical no lee nada de esto (Lc 4,34-44),
sino que pasa a la vocación de los primeros discípulos. Así titulan este
episodio la mayoría de las Biblias, aunque el relato de Lucas podríamos
titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”.
A propósito de la visita de
Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el evangelio de Marcos, pero lo
modifica para enfocar el episodio de forma nueva. Hoy ocurre lo mismo con la
vocación de los primeros discípulos. Para comprender el relato de Lucas conviene
recordar el de Marcos.
El
escueto relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de
Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes al lago, pues
eran pescadores. Jesús les dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de
hombres”. Al punto, dejando las redes, le siguieron. Un trecho más adelante vio
a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que arreglaban las redes en la
barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca
con los jornaleros, se fueron con él.
El relato, que cambiará la vida de los protagonistas,
no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por Marcos
en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una barca, el
padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo y
cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los
llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a
cualquier lector atento.
La versión
de Lucas
En aquel tiempo, la gente se
agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas
del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los
pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las
barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde la barca, sentado,
enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
- «Remad mar adentro, y
echada las redes para pescar.»
Simón contestó:
- «Maestro, nos hemos pasado
la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las
redes.»
Y, puestos a la obra,
hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a
los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se
acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de
Jesús diciendo:
- «Apártate de mí, Señor,
que soy un pecador.»
Y es que el
asombro- se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada
de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de
Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- «No temas; desde ahora
serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a
tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los tres
cambios que introduce Lucas
1. El primero pretende hacer más comprensible el
seguimiento de los discípulos. No es la primera vez que se encuentran con él.
Jesús ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha comido en casa de Simón y ha
curado a su suegra. Luego ha seguido su vida de predicador itinerante y
solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un desconocido. Es un maestro
famoso y la gente se agolpa para escucharle. El lector no se extraña de que lo sigan.
2. Si el primer cambio tiene su lógica, el segundo
nos desconcierta: mientras Marcos cuenta la vocación de cuatro discípulos,
Lucas centra su atención en Pedro, hasta el punto de que ni siquiera nombra a
su hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide que se aleje un poco
de tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud, ordenándole
adentrarse en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único que
reacciona arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque luego
se menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras
finales y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
3. El tercero consiste en reforzar la importancia de
Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos) sino que está
predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el punto de necesitar
subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de “Maestro” y le obedece,
volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente, Simón cae de rodillas y
lo reconoce como un personaje santo, no un pobre pecador como él. La vocación
de los discípulos supone un mayor conocimiento de Jesús.
¿Qué
pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La finalidad del primero es clara: hacer más
comprensible el seguimiento de los discípulos.
El segundo pretende poner de relieve la figura de
Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su evangelio, cuando pone en boca de los
discípulos estas palabras: “Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido
a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista al comienzo y al final del evangelio de
Lucas. Es posible que algunos cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo
a Pedro en Antioquía (contado en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión
su autoridad, y Lucas quisiera ponerla a salvo.
El tercer cambio nos recuerda que cualquier vocación
sirve para conocer mejor a Jesús. El relato de Marcos dice que Jesús no es un
francotirador cuya obra desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores
que continúen su misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad.
Pero sugiere también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en
Simón un sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que
recordar la vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El relato
de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey Ozías,
vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba
el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro,
diciendo: “¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está
llena de su gloria!” Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su
voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en
medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos.”
Y
voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido
del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: “¿A
quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté: “Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos ocho siglos, al 739 a.C., año de la
muerte del rey Ozías. En ese momento sitúa Isaías su vocación. Pero la cuenta
de un modo muy distinto. En ese encuentro inicial con Dios lo que más le llama
la atención es su majestad y soberanía, que destaca mediante tres contrastes. El
primero con Ozías, muerto; del rey mortal se pasa al rey inmortal. El segundo,
con los serafines, a los que describe detenidamente, mientras de Dios solo
puede decir que “la orla de su manto llenaba el templo”. El tercero, con
Isaías, que se siente impuro ante el Señor. Tenemos tres binomios que subrayan
la soberanía de Dios (vida-muerte, invisibilidad-visibilidad,
santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un terremoto que hace temblar los
umbrales y llena de humo el templo.
Basándose en la queja de Isaías (“soy un hombre de
labios impuros”), un serafín purifica sus labios, como símbolo de la
purificación de toda la persona. Por eso, la consecuencia final no es que
Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha desaparecido tu culpa, está
perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A quién mandaré? ¿Quién irá de mi
parte?”, Isaías podrá ofrecerse voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La
vocación de Isaías y la vocación de Simón
Lucas, gran conocedor del Antiguo Testamento, parece
ofrecer en su relato de la vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación
de Isaías. Al menos es interesante advertir las diferencias.
El escenario.
La vocación de Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado del templo, con Dios en
un trono alto y excelso, rodeado de serafines. La de Pedro, en una barca dentro
del lago, rodeado de los compañeros y jornaleros.
La persona que llama.
En el caso se Isaías se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se lo
presenta inicialmente de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una
multitud y de convencer a Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la
pesca advertirá Pedro que se encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del
llamado. En ambos casos el protagonista se siente pecador. La
reacción de Isaías es más trágica (“estoy perdido”) porque parte de la idea de
que nadie puede ver a Dios y seguir con vida. Pedro se reconoce simplemente
ante un personaje sagrado junto al cual no puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado.
A Isaías, un serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su
misión. Jesús no realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es
seguir a Jesús. “Dejándolo todo lo siguieron”.
La misión. La
liturgia ha suprimido la parte final del relato de Isaías, donde recibe la
desconcertante misión de endurecer el corazón del pueblo judío y cegar sus
ojos; la misión principal de Isaías consistirá en transmitir un mensaje
durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador de hombres”.
La reacción final del elegido. Aquí no hay diferencia. En ambos
casos se advierte la misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya
que lo dejan todo para seguir a Jesús.
Sugerencia
final
Según cuenta el evangelio de Juan, en cierta ocasión
comentó Jesús a los discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad al
Señor de la mies que envíe obreros a su mies”. Es de los pocos casos en los que
Jesús da una orden. En una época como la nuestra, en la que la crisis de vocaciones
es tan fuerte, convendría recordar y poner en práctica este mandato del Señor.
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