Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la
de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras
preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los
discípulos, que renuncian a todo para seguirlo.
1. Salomón:
la sabiduría vale más que el oro
El libro de la Sabiduría se escribió
en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos
no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge
ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al
libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el
que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la
derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo.
Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas
palabras en boca del rey:
Supliqué y se me concedió la
prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y
tronos,
y en su comparación tuve en nada la riqueza;
no le equiparé la piedra más preciosa,
porque todo el oro a su lado es un poco de
arena,
y, junto a ella, la plata vale lo que el
barro;
la quise más que a la salud y la belleza
y me propuse tenerla por luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos
los bienes juntos,
en sus manos había riquezas incontables.
2. El
joven rico: la riqueza vale más que Jesús
El evangelio
contiene dos escenas: en la
primera, los protagonistas son el rico y Jesús.
Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le
preguntó:
‒
Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?
Jesús le respondió:
‒
¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los
mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás,
no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él le contestó:
‒
Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
Jesús lo miró con cariño y le
dijo:
‒
Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
A estas palabras, el otro frunció
el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.
El protagonista, antes
de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá
también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no
se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV
d.C.).
La pregunta
El problema que le
angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para
entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra
expresión judía de la época, "formar parte de la vida futura" o
"del mundo futuro"; lo que muchos entre nosotros entienden por
"salvarse". Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto
del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y
desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos
imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para "salvarse", las
respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la
encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y
responde: "Procuraos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros
hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas
de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién
tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro".
La respuesta de Jesús
Jesús,
antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso
precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por
entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría
condenado por error cristológico).
Luego
responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos
ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no
defraudarás», que no está en el decálogo.
Lo
curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que
podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de
Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para
Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse»
basta portarse bien con el prójimo.
Cuando
el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira
con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense
en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a
Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a
los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.
La reacción del rico
Entonces
es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta
actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados),
pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.
No es lo mismo salvarse que entrar
en el reino de Dios
Mientras
el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y
el problema de los ricos.
Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:
‒
Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.
Los discípulos se asombraron de
lo que decía. Pero Jesús insistió:
‒
¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar
por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos quedaron espantados y se
decían:
‒
Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les
dice:
‒
Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.
Las
palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren
una aclaración. Entrar en el
reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro
que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o
pobre. Entrar en el
Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma
seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.
Ante el
asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa
comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media
comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría
en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación
sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús
expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la
comunidad cristiana.
¿Por qué se espantan los
discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede
salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?
En el primer caso, los
discípulos reflejarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de
Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso, los
discípulos pensarían que la comunidad no puede subsistir si no entran ricos en
ella que pongan sus bienes a disposición de todos.
En
cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por
terminado el tema.
3. Los discípulos: Jesús vale más que todo
Pedro
entonces le dijo:
‒
Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó
Jesús:
‒
Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos
por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en
casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en
el mundo futuro vida eterna.
La intervención de Pedro
no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con
la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere
saber qué les tocará.
La
respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia
total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá
su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en
padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta
vida, Marcos añade «con persecuciones».
Decía
Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de
bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.
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